Capítulo 5

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Sobre la tarima estaban montados cuatro actores con hermosos trajes dorados que recitaban versos largos y hermosos de la más sincera poesía. Esmeralda y Colette llegaron a colocarse en una de las esquinas de la tarima, observando la obra, divertidas. Se trataba de una comedia donde un Rey, un Sacerdote, un Burgués y un Pobre conversaban sobre las vivencias de cada uno en Paris y todos estaban en busca de la verdadera representación de la belleza. Estaba culminando el primer acto, cuando Clopin le hizo gestos de lejos a Esmeralda y ella asintió, para luego besar la mejilla de su hermana y susurrarle al oído.

-Debo irme, Clopin me esta llamando. No te pierdas que después de esto me toca bailar.-

Colette asintió al escucharla y la observó marcharse con el gitano del sombrero.

La obra seguía y Colette no había parado de reír. Una figura encapuchada se había acercado a ella y le susurró:

-¿Le está gustando la comedia, señorita?-

Ella rió, volteando a ver quien le hablaba.

-¡Por supuesto! Es mil veces mejor que la del año pasado.-

Una sonrisa se asomó bajo la capucha.

-Es porque cambiaron de dramaturgo.-

La chica alzó una ceja.

-¿Ah si? ¿Y quien es el dramaturgo ahora?-

Unas finas manos removieron la capucha, dejando ver un rostro agraciado de belleza. Era un joven chico, un par de años mayor que Colette. Su cabello era una mata desordenada de largos cabellos lisos y rubios como hebras de oro, unos eran tan largos que llegaban desde su frente hasta la punta de su nariz, cubriendo así parcialmente su rostro. El chico era alto, delgado, y se veía aún más delgado por usar la capa que lo cubría por completo. Sus labios eran finos curveados en una sonrisa llena de satisfacción y orgullo. Su nariz era de tabique alto pero perfilada y sus ojos, que observaban a Colette con alegría, emoción y sorpresa, eran del color del océano, un profundo azul oscuro con destellos blancos como la espuma entre las olas del mar.

-Yo soy el nuevo escritor, Pierre Gringoire, mademoiselle.

Pierre le extendió la mano y ella rió con ganas cuando tomó la mano del chico y este beso su dorso.

-¿Pierre Gringoire? ¿Por qué me suena su nombre, monsieur?

-Por que está usted hablando con el Príncipe de los Poetas de Paris, mon cherry.

Ella verdaderamente rió con ganas, y el rubio se sintió satisfecho con haberla hecho sonreír. El poeta pensó que jamás había visto a una muchacha tan risueña, tan alegre, y tan... Hermosa.

-Pues es todo un placer conocerlo, majestad.- contestó ella haciendo una grácil reverencia.

Pierre rió y negó. -El placer y el honor es todo mío mademoiselle....-

Se quedó en silencio, esperando que de aquellos labios color de rosas saliera con su melodiosa voz el nombre que llevaba tan hermoso rostro.

-Colette. Colette Dampierre.-

Pierre sonrió aún más. “Por supuesto, una chica tan hermosa debía llevar un nombre que fuese tan bello como ella”, pensó. En aquel momento culminó la obra, haciendo que los hombres y mujeres a su alrededor aplaudieran con fuerza. Colette aplaudió a los actores y luego con una sonrisa radiante aplaudió a Gringoire. El chico hizo una reverencia, haciendo un gesto de como si se quitara un sombrero y sonrió ampliamente, tomando una de las manos de Colette.

-Pues déjeme decirle, mademoiselle Dampierre, que jamás me he sentido mas halagado que ahora, sabiendo que una mujer tan hermosa tiene la delicadeza en su corazón de aplaudir mi humilde obra.-

Colette se sonrojó al instante, apretando el agarre de su mano con la de Pierre.

-Y yo le doy las gracias, Príncipe de los Poetas, por considerarme alguien tan especial.-

Pierre se acercó un poco a ella. -No lo agradezca, mademoiselle, es el trato que una dama como usted merece.-

Ella sonrió, divertida, mordiéndose el labio inferior y sonrojada. Pierre, aún tomando su mano, tiró de ella con suavidad. -¿Quisiera ir a tomar algo?-

La chica negó. -No puedo, voy a quedarme aquí.-

El poeta frunció el ceño. -¿Y eso por qué?-

-Por que mi hermana va a bailar ahora en la tarima.- contestó ella.

Pierre alzó ambas cejas, sorprendido, y sonriendo.

-Pues entonces será mejor que nos quedemos aquí, asegurando que podamos verla de cerca.-

La chica asintió sonriente y los dos se quedaron ahí, conversando, esperando por Esmeralda.

Esmeralda estaba acomodando unos últimos detalles de su traje dentro de su carpa cuando una persona cayó rodando dentro de ésta, llevándose una silla de Esmeralda por delante.

-¡Auch!- exclamó el hombre.

Esmeralda dio un respingo, casi muriendo de un infarto. Aquello la había tomado por sorpresa. Volteó en dirección al hombre que yacía en el suelo y se acercó a él con cautela.

-¿Oye? ¿Estás bien?-

El hombre, aún dándole la espalda, se levantó. -Si, si, no pasa nada, estoy bien…-

-Anda déjame verte.- pidió Esmeralda, pues en serio le preocupaba que se hubiese lastimado.

Antes de que el hombre pudiese hacer nada, ella tomó su hombro y le dio la vuelta. Sonrió al ver que el hombre y su máscara estaban intactos.

-No te paso nada, que bueno.-sonrió ella, ayudándolo. -Solo intenta tener más cuidado la próxima vez.-

-Por...por supuesto… lo tendré, gracias…-susurró el hombre, sin separarse de ella, hasta que ambos salieron de la carpa.

-Y por cierto, adoro tu máscara.-  comentó Esmeralda, ladeando la cabeza y viéndolo.

El hombre sonrió ampliamente. -Gra...gracias.-

“Pero si yo no llevo puesta ninguna máscara” pensó él.

-No lo agradezcas.-

-Tu también luces hermosa.- se apresuró a decir el hombre, a lo que ella sonrió.

-Muchas gracias…-

-Quasimodo.- le dijo él. Esmeralda sonrió aún más.

-Muchas gracias, Quasimodo. Deberías apresurarte hacia la tarima, voy a estar por allá en unos minutos.-

Quasimodo asintió repetidas veces. -De nuevo, muchas gracias.-

Ella soltó una risa que a Quasimodo le pareció la más dulce melodía.

-De verdad no tienes nada que agradecer, Quasimodo. Nos vemos en un rato.-

La gitana le guiñó un ojo a Quasimodo, para luego desaparecer dentro de su carpa y el jorobado sintió que cupido había flechado su corazón no con una sola flecha si no con todas las que entraran en el carcaj.

-¡Aquí estás! ¡Te estaba buscando!- exclamó Mollié, tomando a Quasimodo del brazo y yendo ambos hacia la tarima, sin que el Jorobado fuese capaz de quitarse la sonrisa de enamorado del rostro.

A Los Pies De Notre DameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora