4. Víctor 20-diciembre-1927

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Calle de la Coronada, número 19. Una vivienda de dos plantas. Dos familias. Fachada rojiza, balcones blancos de estilo palacete, en la planta baja la vivienda del portero. Un lujo por fuera desde luego. Nada más entrar nos saluda el portero. Estatura media, barba de varios días, pelo alborotado, camisa mal colocada... está claro que lo acabamos de sacar de la cama. El marido lo saluda y nos hace una señal para que le sigamos. Subimos las escaleras hasta el primer piso. El tío mete la mano en uno de sus bolsillos y empieza a rebuscar nervioso. Parece que no encuentra las llaves. Se disculpa varias veces hasta que al fin da con ellas y las saca. Tres intentos hasta que consigue meter la llave en su sitio. Este tipo me está dando dolor de cabeza.

Dejo salir un suspiro. Me exaspera.

Una vez dentro nos dirige hasta el salón.

—Siéntense inspectores —nos dice mientras se sienta en el sofá frente a nosotros.

Nacho acepta la invitación y se sienta en el sofá que hay frente a él, yo en cambio me quedo de pie. Observo la habitación con detalle.

Paso el dedo por encima de la estantería de la chimenea que hay a un lado de la sala -impecable, sin polvo-. Agarro uno de los marcos que contiene la fotografía de una pareja joven, nuestra víctima y su marido el día de su boda.

—Le acompañamos en el sentimiento —comenta mi compañero.

—Gracias —responde aun nervioso.

—¿Podemos tutearle verdad? —pregunto observando las fotografías que hay en otra estantería. Responde con una negación que ignoro completamente.

—¿Cuándo fue la última vez que vio a su esposa? —pregunto con un marco de fotos en las manos.

—Esta mañana. Antes de irme a trabajar.

—¿Le dijo si tenía pensado hacer algo en especial, o ver o quedar con alguien? —dejo el portarretratos en su sitio y doy una vuelta por la habitación.

—Durante el desayuno me comentó que iría de comprar. Que quería comprar ropa para nuestro bebé.

¿Bebé? Una punzada de dolor me recorre el pecho y la sien al mismo tiempo.

—Oh. ¿Tienen un hijo? No veo ninguna foto de él en esta habitación.

—No. Porque aún no ha nacido.

—Lo sentimos. ¿De cuánto estaba su mujer? —pregunta Nacho.

—Unos tres meses. Por fin íbamos a tener un bebé... —murmura el marido. De repente se levanta y se dirige al carrito de la bebida que tiene cerca del escritorio en una esquina de la habitación—. ¿Quieren un trago, inspectores?

Sí, yo necesito uno.

—No. Estamos trabajando —mi compañero se adelanta a responder por los dos.

—Claro, claro. Con su permiso yo me serviré un trago —destapa un frasco de alcohol, se vierte un poco en un vaso, se lo bebe de un trago y se vuelve a servir otro vaso. Se vuelve a sentar en el sofá—. ¿Saben quién ha sido? ¿Saben quién ha matado a mi mujer y a mi hijo?

—No. Aún no. Pero lo haremos.

—Díganos, Miguel. ¿Tenía usted o su mujer algún enemigo que quisiera hacerles daño? —pregunto sentándome en el sofá frente a él.

—No. No lo creo. No que yo sepa. Laura era dulce, no se metía con nadie y nadie se metía con ella.

—Y díganos, ¿tenían problemas conyugales? —mi pregunta tan directa lo pilla por sorpresa. Le da un trago a su bebida intentando disimular el cambio de su expresión. ¿Le ha molestado o más bien enfadado por la pregunta? —. Es una pregunta rutinaria no hace falta que me mire de esa manera.

El Ladrón de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora