14. Víctor 21-diciembre-1927

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Cruzo la verja de hierro y me siento en una de las sillas que hay a un lado de la mesa de metal. Unos minutos después, un guardia aparece con un prisionero. Sucio y bastante desaliñado. Arrastra los pies y lleva las manos esposadas. El guardia abre la puerta y lo deja entrar.

Camina despacio hasta que llega a la silla que hay justo frente a mí y se sienta. Su mirada es penetrante y me hiela la piel. Ninguno de los dos habla durante unos minutos.

—Inspector Víctor Jurado Molina... —susurra en voz grave, lenta, y pausadamente. Arrastrando las palabras unas con otras. Su voz me taladra el cerebro como si fuera una bala.

Mi corazón se salta un latido y creo que olvido respirar por un segundo. El mismo tiempo que se toma él en mirarme a los ojos. Me cuesta reaccionar ante la figura que tengo frente mí. Solo ha pasado un año, pero la cárcel lo ha tratado demasiado mal. No es ni una cuarta parte del hombre que arresté hace un año por estas fechas. El hombre que está ante mí parece tener más años de los que en realidad tiene.

Su aspecto da miedo.

No, más bien me resulta inquietante.

Aquel tipo parece un perturbado, como si llevara media vida colocándose con esas drogas que están tan de moda últimamente.

—¿Qué te ha hecho la vida? —pregunto sin pensar.

Por algún motivo que no alcanzo a entender, se lo pregunto así, a bocajarro. Directo y sin rodeos.

—¿Eso es lo que ha venido a preguntar, inspector? —habla de forma lenta, con una voz de ultratumba que me taladra el tímpano y lo traspasa chirriante—. Sabe, el opio puede ayudarle con ese dolor de cabeza que tiene. Aún le atormentan las jaquecas, ¿verdad?

—Eso no es asunto tuyo —suspiro al fin—. Vayamos al grano. Dime quién es tu cómplice. ¿Quién es el que sigue matando a esas mujeres inocentes?

Se toma su tiempo para responder, como si pensase que no vale la pena contestar.

—No voy a volver a intentar convencerte de que soy inocente. Aunque lo soy. Puedo ver en tus ojos que ya estoy condenado. Me ha costado tiempo entender que a la gente no le interesa la verdad, sino los hechos y lo que parece ser. Y hace un año yo parecía culpable, o al menos más que el verdadero. Por eso estoy aquí. Solo por tener estudios de medicina y por conocer a dos de las víctimas. Pero bueno, no hablaremos de eso hoy. No puedo decírtelo porque no sé quién es. Pero si puedo hacer algo por ti.

—¿Y cómo piensas ayudarme? ¿Vas a detener al asesino desde aquí, desde la cárcel?

Bien Tomás, si quieres jugar, juguemos. A ver a donde quieres llegar.

—Tengo una ventaja con la que ahora mismo no cuentas. Yo sé que no soy el asesino y sé que no lo fui hace un año, que no fui el responsable de las víctimas pasadas. Ahora vas a tener que volver a interrogar a todo mi circulo de conocidos, para reafirmar o descartar si soy sospechoso de nuevo. Eso te va a llevar tiempo, tiempo que no tienes, te llevará de vuelta al alcohol, si es que has podido dejarlo en este tiempo, te consumirá por dentro, y acabará contigo, tú lo sabes, yo lo sé, el asesino lo sabe y lo aprovechará en tu contra.

—Supongamos que te creo, que eres inocente de todo lo que se te acusa —le digo reprimiendo unas ganas terribles de llevarme algo de alcohol a los labios—. ¿En qué me ayuda eso?

—¿Habéis cercado el radio de puntos en común de las víctimas?

—¿Crees que te voy a dar esa información? —respondo con un resoplido— Sería como darle una cesta de caramelos a un niño.

—A ver déjame hacer memoria, si no mal recuerdo... eran de pelo castaño claro, ojos marrones, aunque con un toque verdoso, estatura media, chicas guapas, jóvenes... —su mirada de lascivia y su tono de voz me encrespan demasiado. Paso la lengua por los dientes y me levanto de golpe, empujando la mesa de hierro hacia él—.

—No me toques los cojones, Tomás.

—Calma inspector. Que no lo he dicho con segundas. ¿Las flores saben ya de dónde las saca? No son flores corrientes en esta época del año. Claveles... ¿No le parece curioso?

—¿El qué? —apoyo las manos en la fría superficie de la mesa.

—En el lenguaje de las flores el clavel es el más atrevido. Es una flor que representa el desafío y el descaro y muestra lo que una persona siente por otra. El rojo significa suspiro del corazón por un amor. El clavel blanco significa amor puro y apasionado.

—Sabes mucho de flores para ser un simple médico. ¿A dónde quieres ir a parar?

—Bueno... mi madre fue florista, y antes lo fue mi abuela... Lo que quiero decir es que es alguien que tiene fácil acceso a las flores, que conoce su significado, además de conocer el arte de la medicina, es apasionado, puede que un estudiante, tuve alguno así durante mis años de enseñanza en la universidad...

Tomás rumia en voz alta, como si hablara para sí mismo. Resulta bastante inquietante ya que da la imagen de estar hablando con un perturbado mental que no deja de desvariar.

—¿Entonces hay trato? —pregunta de repente, despacio.

—¿Qué trato Tomás? ¿Qué trato?

—Tú me ayudas a salir de aquí y yo te echo un cable como asesor de medicina.

—Ya tenemos a una asesora de medicina en la que confiamos.

—Oh sí, la chica que juega a ser médico vistiendo la bata de papá. Las mujeres deben quedarse en casa, en la cocina, al cuidado del hogar y los hijos. No intentando imitar a los hombres.

—No sigas por ir, Tomás, que me encuentras.

—Sabes que llevo razón. Estos tiempos que vivimos son de locos. Oye, ¿hay trato o no hay trato?

—No —respondo de forma seca.

—¿Tú piensas que soy gilipollas? —pregunta con una sonrisa de oreja a oreja, mostrando sus podridos dientes.

—Un poco sí, si llevas aquí encerrado un año por según tú, algo que no has hecho.

—¡No me toque las narices inspector! O su muñequita, a la que tiene de vuelta dios sabe cómo, podría volver a desaparecer de su vida. Y esta vez, puede que para siempre. Esa putita vale su peso en oro, inspector. —pone los ojos en blanco mientras sigue hablando—. Si pudiera hacerme con ella, si pudiera tenerla entre mis manos. Oooh inspector no se imagina lo que podría hacerle. No sabe lo que tiene en casa.

No me doy de que tengo los puños cerrados hasta que Tomás cae al suelo. Un solo golpe en la mejilla izquierda que le hace escupir un poco de sangre. Se limpia los labios con una sonrisa. Se recrea en el suelo mientras suelta una carcajada.

Maldita sea.

He dejado que me provocase, que me comiera terreno.

Mierda.

—Inspector, inspector, tan impulsivo como siempre. No cambiaras nunca y eso, eso te costará más de lo que crees.

—¿Me estás amenazando hijo de puta? ¿Es una amenaza? ¿Quieres que te caliente la otra mejilla? —me he envalentonado y no hay quien me pare. Ahora no.

Ha tocado uno de los puntos prohibidos. Emilia.

Me abalanzo sobre él y le suelto unos cuantos derechazos y puñetazos, cuando dos guardias acompañados por Nacho entran en la celda.

—¡Vic para! ¡Lo vas a matar! ¡Para, para!

Mi compañero me saca de la celda antes de hacer una locura.

Atrás dejamos las voces de los guardias y la risa endemoniada del supuesto ladrón de corazones. 

El Ladrón de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora