7. Víctor 20-diciembre-1927

2 2 0
                                    


—Está viva, Víctor, viva —anuncia Nacho—. ¿Cómo?

—Un milagro de nuestra señora de la Trinidad, sin duda —Aclara el cura.

—Emilia, Emilia —repito varias veces sacudiéndola entre mis brazos. Sigo arrodillado junto a ella, con la mitad de su cuerpo sobre mis piernas. Le aparto un mechón de pelo pegajoso de la cara.

No me puedo creer que sea ella.

Debería estar...

Yo vi como la enterraban...

¿Cómo puedo tenerla ahora entre mis brazos?

—Marel. ¿A qué cojones estamos esperando? —pregunto elevando la voz. Estoy desconcertado, enfadado, los efectos del alcohol se han evaporado de golpe al verla, y el dolor me está taladrando la cabeza—. Me la llevo al hospital.

—No puedes llevártela así. Tiene un fuerte traumatismo en la cabeza. Si te la llevas así puede morir por el camino.

—No pienso quedarme mirando como la muerte me la arrebata otra vez.

—Voy a por un coche. El coche médico parece tardar una eternidad en venir —añade el cura corriendo hacia la puerta.

—¡Corra! —le apremio.

—Víctor. Dame tu cinturón y tu pañuelo de bolsillo—ordena de repente la doctora. Le respondo con una elevación de cejas—. Voy a sujetarle el pañuelo a la cabeza hasta que lleguemos al hospital. Vamos, dámelo.

Hago lo que me pide; me quito el cinturón, saco el pañuelo que llevo doblado en el bolsillo interior del abrigo, donde había guardado la petaca de alcohol hasta hace unos minutos y se los doy.

Coloca el pañuelo sobre la herida y lo sujeta con fuerza con el cinturón, le da un par de vueltas y lo abrocha.

—Tiene una muñeca amoratada y un posible esguince en el tobillo —añade Marel observándola de cerca.

El cura vuelve a aparecer por la puerta que hay al fondo de la larga nave. Nos hace una señal.

El coche nos espera junto a la puerta sur de la iglesia.

Cojo a Emilia en brazos, pasando un brazo por su espalda y el otro bajo sus rodillas y la levanto del suelo. Su cabeza se apoya sobre mi pecho. Empieza a estar aún más pálida.

Ha perdido mucha sangre. Debo darme prisa. O la perderé de nuevo.

Cuando estamos a punto de salir por la puerta Marel me detiene y cubre a Emilia con la chaqueta ocultando su rostro.

—Hay demasiados curiosos fuera. Y no sabemos como reaccionará la gente al verla. Es mejor que salgáis así.

A ella se la llevan en una camilla, a mí me guían hasta una habitación privada en la que me piden que espere pacientemente. Algo que sin duda no puedo hacer.

Tengo tantas preguntas que se me pasan por la cabeza en este momento...

Estoy confuso, pero a la vez feliz.

Feliz de haber podido ver una vez más a Emilia.

¿Pero cómo? ¿Cómo puede una persona volver del otro mundo?

¿Algún milagro de Dios?

Claro que también se me pasa otra posibilidad por la cabeza, una más sensata, más lógica y científica. Que ella simplemente es alguien que se le parece mucho.

Pero en ese caso, el parecido es tal que sería obra del mismo diablo.

Doy vueltas por la habitación mientras espero alguna noticia de alguien que se digne a entrar aquí.

El Ladrón de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora