12. Alba 21 - diciembre - 1927

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Víctor me cede el anillo de bodas de Emilia. Tras pensarlo un instante accedo a llevarlo.

Un escalofrío me recorre la espalda cuando me pongo el anillo en el dedo.

Todo esto de hacerme pasar por una persona muerta me resulta un poco... macabro y escalofriante.

Coge la maleta y mi mochila y salimos del hospital. Me detengo en las escaleras exteriores, observando el edificio que tenemos justo en frente. La gente nos mira, pero nadie se acerca. Nos rodean multitudes de murmullos supersticiosos y gente que se santigua al vernos, o más bien, al verme a mí.

—¿Estás segura de que estás bien? —pregunta mirándome de reojo.

—Sí, es un poco molesto que todos nos miren y murmuren, pero estoy bien.

—Tengo que hacer una parada en la habitación que tengo alquilada. Tengo pocas cosas asique no me levará mucho tiempo —comenta parado a mi lado.

Le respondo con un asentimiento de cabeza.

—Es impresionante —murmuro mirando aún el edificio que hay delante.

—¿El qué?

—El cambio que tendrá la ciudad durante los próximos cien años. Por ejemplo, el convento que tenemos en frente...

—El convento de San Nicasio —añade cortándome.

—Desaparecerá por completo en unos pocos años —echamos andar bajo las miradas curiosas de todo el mundo. Le sigo contando algunos cambios, como la calle por la que vamos andando se convertirá en el centro de tiendas de ropa, como el convento de la Victoria y el convento de San Juan de Dios desaparecerán también, convirtiéndose este último en un bloque de pisos —pasamos por la calle de la Corredera, que en este año recibe el nombre de la Coronada.

Aunque llevo un abrigo de lana, estoy destemplada. Me abrazo a mí misma envolviéndome con mis brazos, más para sentirme cómoda ante las miradas de la gente que por el frío.

Víctor me rodea la cintura con el brazo. No lo rechazo, al contrario, me dejo abrazar.

Dejo caer un poco el peso sobre él, el dolor del tobillo empieza a ser muy molesto. De repente me quedo parada, observando un pequeño parque, rodeado de árboles, bancos y niños jugando por todas partes entre los montículos de nieve.

—Es precioso. Había leído y visto fotos del parque de la Coronada, pero verlo en persona... no tengo palabras.

—El ayuntamiento está pensando en convertirlo en un mercado cubierto.

—Y lo hará, en unos pocos años. Aunque esta zona así, tal y como está, es mucho más bonita.

Entonces lo veo, un quiosco, está abierto y vende flores, periódicos, chuches, y lotería. Lotería.

Una estúpida idea se me pasa por la cabeza. Si el destino quiere jugar con nosotros, porqué nosotros no podemos jugar con él.

—¿Llevas dinero suficiente para comprar un boleto de navidad? —le pregunto con una sonrisa.

—Sí, creo que sí. ¿De verdad te vas a entretener en comprar un boleto de lotería?

—No es eso, he pensado que, ya que el destino y la vida juegan con nosotros, porque no jugar nosotros con ellos.

— ¿Qué número te interesa?

—Dame mi mochila, quiero mirar una cosa antes de comprarlo.

Saco la revista que el Indiano me pidió que le guardara. Paso un par de páginas hasta que doy con el año en el que estamos. 1927. Repito el número de memoria varias veces.

El Ladrón de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora