9. Víctor 20/21-diciembre-1927

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Le ruego una y otra vez que despierte, que vuelva conmigo. Levanto la cabeza y la miro a los ojos, me cuesta unos instantes comprender lo que estoy viendo, está despierta.

Dios mío. ¡Está despierta!

En este momento soy el hombre más feliz del planeta. Mis labios dibujan una sonrisa tonta que no puedo hacer que desaparezca. Me abalanzo sobre ella y la estrujo entre mis brazos.

Creo que soy incapaz de soltarla.

Se lleva la mano a la cara, intentando quitarse la mascarilla de oxígeno. La ayudo desabrochándole las correas que la sujetan y se la quito de la cara. Me quedo observándola antes de reaccionar. Es tan hermosa como siempre.

Estoy tan nervioso que al levantarme tiro la silla hacia atrás y salgo en busca de alguna enfermera o de algún médico que nos pueda ayudar y que lleve su caso.

Todo esto ha hecho que el efecto del alcohol que quedaba en mi organismo se evapore rápidamente. Necesito un trago.

No. No. Nada de tragos. Se acabo el alcohol.

Lo prometiste, Víctor. Una promesa es una promesa —me regaño a mí mismo.

—Perdona, mi mujer ha despertado. ¿Puede venir a la habitación? —le digo a una enfermera joven que pasa por mi lado. Ella me mira, se disculpa y se marcha con prisa.

Repito mis palabras con otras dos enfermeras con el mismo resultado.

¿Qué cojones les pasa? ¿Es qué ninguna me va a hacer caso...? ¿Tanto apesto a alcohol para que ni siquiera se paren a escucharme? Me llevo la mano a la boca y exhalo en ella, luego me la llevo a la nariz y la huelo... no creo que sea para tanto.

La siguiente enfermera que se cruza en mi camino se lleva unos cuantos gritos y unas palabras mal sonantes sin tener culpa. La chica, asustada me pide que espere un momento y se aleja corriendo, con los ojos vidriosos.

Unos minutos después una enfermera ya entrada en años y un médico más o menos de la misma quinta que la enfermera aparecen por el final del pasillo, seguidos por Marel.

Por fin, una cara conocida.

Le explico al médico que Emilia ha despertado y que al intentar quitarse la mascarilla de oxígeno yo la he ayudado.

Me dirijo a Marel;

—¿Puedes ir a mi casa y traer algo de ropa de Emilia? Aún tengo su armario intacto. No teníamos mucho, pero todo lo que ella tenía aún está en casa —le entrego las llaves.

Ella asiente a modo de respuesta, pero no parece muy convencida de todo esto.

Entro en la habitación seguido por el médico y la enfermera.

—Eh, eh ¿qué crees que estás haciendo? —exclamo al ver como intenta incorporarse.

—Solo quiero sentarme. Pero me he mareado un poco al intentarlo —La enfermera la ayuda a sentarse en la cama mientras le acomoda una de las almohadas.

El médico se acerca a ella y la examina con una linterna. Luego se sienta y le hace una serie de preguntas. Como se encuentra, como se llama, que edad tiene, que le ha pasado.

Me sorprendo un poco cuando responde a la segunda pregunta.

No dice Emilia Vega Muñoz, sino Alba Muñoz Vega. Abro la boca para replicar, pero la enfermera me manda callar con la mirada. En realidad, no sé qué iba a decir. Todo esto es tan confuso.

Es ella. Es mi Emilia, tiene que serlo. Es su viva imagen, ella tiene o conoce sus apellidos, la misma edad que tendría Emilia por estas fechas, la misma fecha de nacimiento. Hasta tienen la misma mirada dulce, y esos ojos marrones con destellos verdes, por mucho que una persona pueda parecerse a otra, nunca tendrían estos detalles en común. Por lo que tiene que ser mi Emilia, sin lugar a dudas.

El Ladrón de corazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora