Hoy parecía ser uno de esos días. Uno de esos horribles días de migrañas y jaquecas que desde hace un tiempo no me dejan vivir. Este año parece que va a ser el más frío desde hace mucho tiempo. Actualmente solo hay una cosa capaz de hacer que este terrible dolor de cabeza se desvanezca un poco, lo suficiente para poder convivir con él. El alcohol. Mi mejor amigo y ahora mismo, mi peor enemigo.
Me encuentro en la taberna Los Cerros de Úbeda y aunque el lugar no es muy caliente no se está del todo mal. No hay frío que el alcohol no quite y recuerdo que no borre, algo a lo que últimamente le pongo bastante empeño, aunque sin resultado.
—Paco, ponme otra, pero ponte algo más fuerte esta vez anda —ordeno al camarero mostrándole el vaso vacío.
—¿No crees que ya has bebido bastante, Víctor?
—No me toques los huevos y ponte otra.
Paco, un tipo tímido y con pocas agallas, tal vez porque su padre le pegaba desde que levantaba un palmo del suelo o simplemente por su aspecto físico; un muchacho escuchimizado y no muy alto, nunca decía no a nada. Nos habíamos criado juntos, en la misma calle hasta que su padre heredó la taberna que ahora regentan juntos. A su padre no le gustaban los borrachos y yo me estoy convirtiendo en uno, no por vicio, sino por necesidad, por la necesidad de borrar de mi cabeza, de mi mente los sucesos de hace un año, más o menos por estas fechas.
—La última y te marchas a casa directo, ¿de acuerdo?
—Sí, una y me voy —respondo de mala manera. Díos, esta jaqueca va acabar conmigo un día de estos. Coloco dos dedos sobre el puente de la nariz y presiono un poco, intentando aliviar el dolor.
—Venga Víctor, eres el último cliente que queda desde hace horas y todas las noches es igual, desde que encontrasteis a tu mujer muerta por ese maldito asesi...
—No te atrevas a seguir hablando —grito y antes de darme cuenta, tengo al camarero agarrado por el cuello de la camisa. El vaso que me ha servido se derrama por la mesa.
Paco a veces era un bocazas, pero en esta vez se ha pasado tres pueblos.
—Vamos Víctor, cálmate tío. Vas a hacer que aparezca mi padre.
Su padre es todo lo contrario a él. Un tío fuerte, bastante bruto y de mano larga. Uno de esos tipos que deberían estar entre rejas.
—Lo que imaginaba. Víctor, suelta a mi hijo y vete. ¡Vamos! ¡Qué lo sueltes OSTIA! —interviene don Francisco. Sus grandes manos agarran las mías y con un empujón me separa de su hijo.
Podría detenerlo aquí y ahora, pero eso me supondría mucho papeleo después. Puto hijo de puta. Chasqueo la lengua, me meto la mano en el bolsillo trasero y saco un par de monedas que tiro sobre la mesa de mala manera.
Que os jodan.
—Maldito borracho. Sí vuelve a venir por aquí échalo. ¿Me has oído, inútil? Cierra ya y recoge todo esto.
Salgo de allí con un portazo y subo el Real arriba, giro hacia la calle Compañía en dirección a la Cruz de Hierro y luego a la calle de la Fuente Seca. Desde hace algunos meses vivo en una casa de vecinos. Vivir en mi casa tras la muerte de mi mujer, me resultaba tan doloroso que si no salía de allí acabaría loco, aunque no descarto que no lo esté haciendo ya.
Empujo la puerta con ambas manos, aquella vieja puerta de madera hace un ruido espeluznante que me eriza la piel.
—Buenas noches, doña María —saludo a la casera que sale de la cocina al oír el ruido de la puerta.
ESTÁS LEYENDO
El Ladrón de corazones
Misterio / SuspensoVíctor es un joven inspector de policía al que la vida no le ha tratado muy bien. Un asesino en serie meticuloso y que no deja pista alguna tiene a la ciudad de Úbeda sumida en la incertidumbre y el miedo. La llegada de Alba a la vida de Víctor la...