XVIII

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El argentino se volteó furioso y lo miró fijamente mientras cerraba sus puños con fuerza.

- ¿¡Qué mierda te pasa, imbécil!? ¡Yo no tengo la culpa de nada! ¡Vos sí! ¡Por tu culpa la mayoría de América estuvo en dictadura y mataste a varios de la izquierda! ¡Enfermo de mierda!

- Se ve que te faltan algunos tornillos, deja que te los coloque.

Se acercó al argentino y dejó un brazo al lado de su cabeza, bajó sus lentes dejando ver sus ojos heterocromáticos, se lo notaba serio y molesto.

- Comprende que yo no tengo nada que ver con eso, yo por mí parte como persona no estuve ni estoy de acuerdo con lo que sucedió, ya si mi gente hizo algo entonces es otro tema. En cambio, tú sí apoyaste tu dictadura y una guerra estúpida. ¿Quién es realmente el "enfermo de mierda", Argie? ¿Quién es el peligro para mis hermanas en realidad? Siquiera debería preguntártelo, no tienes la capacidad de comprender que el imbécil actual eres tú.

- ¿¡Y eso a quién le importa!? ¡Fue hace años! ¡En cambio, vos seguís siendo el mismo!

- ¿Yo? ¿Acaso oyes lo que dices? Se ve que tu mascarita de hipócrita mentiroso se te cayó; acabas de confirmar que hiciste todas esas cosas y antes de decir eso lo negaste.

- . . .

Abrió los ojos como platos y agachó la cabeza pensando en lo dicho; era cierto. Pero como era de esperarse se negaba a creerle.

- ¿Qué estás buscando de todo esto? No tengo todo el día para escuchar tu vocecita de porquería.

Lo miró fijamente.

- Aw, gracias darling, me alegra que mí voz te moleste. -

Sonrió al ver como el argentino apretaba su mandíbula y cada vez su mirada se volvía más intimidante.

- Simplemente quiero darte una pequeña gran advertencia. -

Cambió su expresión risueña a una totalmente sería.

- Le haces algo a mis hermanas o a mí padre y te las verás conmigo - Se acercó a su oreja y susurró. - Y no solo me gusta jugar en el campo de batalla, darling~ -

Sonrió y se enderezó para irse dejando al argentino desconcertado. Y con cierto miedo ante lo último, claro, ¿Quién no?
Al procesar todo pudo sentir como la ira se apoderaba de su cuerpo, cerró sus puños logrando clavar sus uñas en su palma; lo primero que hizo fue dar un fuerte puñetazo al árbol donde estaba apoyado provocando que una manzana cayera en su cabeza, por esto dio otra patada de la furia y nuevamente otra fruta lo golpeó. Sus dientes rechinaron por la presión, hizo un especie de berrinche y pisó una manzana haciendo que quede hecha puré, por el cansancio se mantuvo quieto hasta que logró calmarse un poco; tomó a su mascota y regresó a la casa, para su suerte el estadounidense ya se había ido por lo que podía ir tranquilamente a su cuarto, pero su plan cambió al sentir la mano del inglés en su hombro.

- Hey... ¿Are you okay? Tus puños se encuentran heridos... -

Señaló dichas extremidades, y efectivamente, estaban rojas de los puñetazos dados con anterioridad. El mayor Introdujo sus manos en su abrigo y sonrió en un intento de no preocuparlo.

- No pasa nada, solo están algo rojos de un golpe que me dí.

- Pues... Igualmente déjame verlos, quiero asegurarme de que no te sucederá nada.

Extendió su mano y lo miró a los ojos, el de ojos color miel titubeó por un par de segundo pero al final aceptó la ayuda ajena. El susodicho lo guió hacia la sala de estar y lo sentó en un sofá, salió del cuarto por unos minutos, al regresar traía algodón y demás cosas para sanarle las heridas. Apenas tocó el algodón con desinfectante escuchó un grito y varios insultos por parte del mayor, se notaba que le dolía a diferencia de lo que había dicho antes.

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