31. decepciones

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Jamás había sentido tanto frío después de una mañana tan cálida. Jamás había dejado de llorar para abrazar el eterno cariño que desprendía su dulce piel, para luego despegarme y caer en llanto de nuevo. ¿Es que siempre después del arcoíris, que viene después de la lluvia, vuelve a llover de una manera tormentosa?

¿Qué es lo que no me perdona: mi pasado, mi presente o mi futuro?

Mi cuerpo se sentía abatido; nada ni nadie me había golpeado físicamente, pero dentro de mí estaba todo destruido y aullaba de dolor. Había sido presente de lo quebrado que estaban sus ojos, como cuando noté los tantos moretones en su piel cuando compartimos esa noche, y como se esforzaba tanto en ocultar y callar para colocarse esa armadura.

Y yo no había logrado entender hasta ahora. Pero, sin embargo, había roto su oxidada armadura y había mostrado lo que era él sin su permiso, sin que estuviera listo. ¿Eso dolía más que guardarse por años?

Había sido mi culpa el entrometerme en sus pesadillas, pues sabía que en algún momento lograría hacerlo por si mismo, pero yo lo había apresurado.

Un puñetazo en mi pecho era a lo que más se parecía la sensación de recordar su grito que me pidiera que me fuera de allí. Llevaba toda la tarde llorando, mi madre había intentado entrar a mi habitación para saber como estaba, pero no me esforcé ni en contestarle. Llamé a Timothée tanta veces que pensaba que quizás podría estar convirtiéndome en una psicópata, pero sólo quería saber si estaba bien, incluso cuando el significado de bien se vea bastante modificado.

A la mañana siguiente me desperté más temprano de lo normal, armando un plan en mi cabeza, con el objetivo de encontrarme con T antes de que comenzaran clases, pero cuando había salido de mi cama lista para arreglarme, recordé que estaba suspendido y probablemente no saldría de su casa. Y ahi estaba de nuevo, otra abofetada de realidad y decepción.

¿Como sacaría el dolor y la culpa que destrozaban mi cabeza para el resto del día?

No quería ir a la escuela. No quería ver a nadie, no tenía ganas de darle explicaciones a Alex y mucho menos cruzarme con Michael. No quería saber nada, y mi interior rogaba por volver a una mañana atrás, donde todo parecía perfecto cuando la luz del sol reposaba en sus ojos tan verdes y tan hermosos.

Estaba tan perdida por él, que no me di cuenta de cuanto sufría por olvidarse de todo y perderse en mí.

Mientras me vestía me encontré en un conflicto moral conmigo misma: mi mente viajaba de la culpa, el arrepentimiento y la preocupación de lo que había sucedido con su padre, a la ternura, la sensación y la embriaguez de su aroma y su tacto sobre mí cuando lo hicimos hace dos noches...

Iba a golpearme a mí misma si mi mente no se detenía.

Salí de mi habitación, obligando a mi garganta a relajarse y a mi constante ansiedad a calmarse un poco. Cuando llegué a la sala, un golpe de una dura amargura me recorrió de pies a cabeza. Mi madre tomaba café en el sillón en silencio. Estaba recostada como siempre lo hacía cuando Max se posaba a su lado.

Tragué saliva, acción seguida por un silencioso suspiro causado por la miseria que se apoderaba poco a poco de mi vida.

—¿Te han dicho algo? —le pregunté a mi madre con un tono tan decaído que incluso me sentí mal de pronunciarlo de esa manera.

Sus ojos brillantes a la luz matutina se notaban algo húmedos. La piel morena de mi madre parecía seca y pálida y me pregunté si yo también me vería así de demacrada. No supe que era peor, el hecho de verme tan derrotada, o que el compararme con mi madre sea mi peor pesadilla.

ɴᴏ ᴊᴜᴇɢᴜᴇꜱ ᴄᴏɴᴍɪɢᴏ, ᴛ | Timothée ChalametDonde viven las historias. Descúbrelo ahora