Otra fuerza, otra alegría

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Pocas veces Bosco tomaba el desayuno completo, ni cuando lo preparaba él ni cuando era turno de Xavi. Siempre se comía el bocata que se preparaba en el trayecto a su trabajo, leyendo alguna revista o un periódico pero esa mañana tuvo una actividad diferente, su móvil comenzó a sonar y sonrió al ver el nombre de Aldo en la pantalla.

—Vaya manera de madrugar —dándole una mordida al bocata y alejándose de las personas de la parada. Escuchó atento a Aldo, era esa época del trimestre en el que tenía que ponerse en su papel de inversionista y revisar números de su empresa —. Eran más fáciles las reuniones en el taller... supongo entonces que tendré que vestirme para ir a verte y ver los siguientes pasos para nuestro fructifero negocio... —dijo en un tono pretencioso —. Venga, me envías los papeles para que los revise. Ahora me voy que me deja el autobús.

A media mañana Bosco de nuevo tenia su móvil cerca de su oído, esta vez charlaba con su madre, sin importarle mucho que estaba trabajando, de todas formas estaba deambulando por el sótano al no tener nada que hacer.

—Pero vamos a ver. Tú lo criaste y ahora está viviendo conmigo, digo yo que opinión tenemos mucha en la educación de Javier... Pero qué va a saber Pascal sobre ser padre si en cuanto su mujer parió a Sergio se desentendió y aceptó irse a México sin esperarlos. Que no, no quiero que se vaya. ¿Ves las noticias?... vale... ¡perfecto! —concluyó sin ninguna pega —, que me envíe los papeles y yo me haré cargo, que miedo no tengo de mantener a un preuniversitario, a ver quien se las pega después —concluyó mirando su reloj —, mami tengo que irme, hablamos el domingo con calma y con Javier presente. ¿Qué? No me lo creo por favor —respiró profundo al escuchar a su madre contarle lo que su padre quería hacer con el nuevo televisor —, no. Pásamelo... papá, ¿cómo estás?... que bien, ¿los colegas que dicen?... buah que pasada, ahora, ¿cómo que quieres desarmar la tele nueva? Pero que no. Que si quieres te compro una de segunda mano o una vieja pero esa no... que no es por la pasta es que no es para eso que la compré... ¿y dime tú a dónde vas a ver los partidos? Pues eso mismo... papá tengo que irme, estoy en horario de trabajo. El domingo vamos a una tienda de segunda mano y te compro una y la revisamos juntos. Vale, te quiero. Un beso. —miró su móvil y lo volvió a guardar en el bolsillo de su bata.

Era un día medio flojo en el taller que todos pretendían trabajar haciendo otras cosas, Bosco quiso dar un par de vueltas antes de volver, a veces las conversaciones dentro del taller se volvían demasiado personales y no era así de íntimo con cualquiera. Mientras se paseaba por las zonas de empleados pensó en Matthieu a quien vio en la pequeña cantina de los empleados, se acercó lleno de curiosidad al verlo inclinado mostrando el buen culo que tenía mirando la cafetera.

—¿Matt? —se anunció luego de verlo atento por un largo rato. Era curioso ver a las personas cuando cree que nadie las ve.

—Joder, que susto. Perdona Bosco.

—¿Qué haces? —preguntó curioso mirando por encima de su hombro . Matthieu no tuvo más remedio que aceptarlo.

—La he liado con esto y no sé cómo arreglarlo. Que estaba bien, estaba la luz amarilla y...

—¿Puedo ver? —acercándose a la cafetera, haciendo que Matthieu se moviera y dejara ver el desastre que ya se veía pagando —. Va a estar bien —admitió después de revisar un poco el interior y ver el poema que tenia escrito en su cara antes de buscar en un cajón cercano un destornillador que introdujo para arreglar el falso que hacia. Matthieu se acercó lo más que pudo para ver lo que estaba haciendo, lo suficiente como para enterarse de que el delicado aroma floral  cítrico que no provenía de ningun tipo de colonia o perfume, sino de una barra de jabón con la que se duchaba. No se contuvo de olfatearlo y conservar ese aroma en su cabeza.

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