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Aldo estaba recostado sobre su brazo dando vuelta a las páginas de su libreta de bocetos, aburrido, esperando que algo pasara. Había terminado de cerrar la chaqueta que Bosco regalaría y ahora estaba aburrido pero seguia pensando en su amigo y en lo idiota que le parecía, lo frustrado que se sentía al pensar que estaba alargando algo que podría terminar bien. No podía imaginarse estar dentro de un tonteo así de evidente, donde ambos pretendían no sentir nada por el otro más que comodidad. Respiró profundo, tal vez solo estaba reflejando todas sus inseguridades en su amigo, la verdad era que él no era de entregarse tan fácil como veía que hacía Bosco. Tal vez él era más maduro que él. El teléfono lo detuvo de coger el móvil y llamarlo para charlar, siempre era buen momento para hacerlo perder su tiempo; cerró los ojos cuando escuchó que había una visita no programada, respiró profundo y repasó su pelo con sus dedos y cedió.

—Espera un minuto y luego diles que pasen...  —terminando la llamada y empezando otra, esta vez con la jefa de taller de vestidos —. Hola. Muestras de tejidos en cinco minutos, gracias —colgando el teléfono y poniéndose de pie lleno todavía de pereza. Aquella mañana no tenía nada que hacer pero le gustaba perder el tiempo en su oficina que despertar tarde en su casa. Acomdó su sudadera y se miró en el espejo para acomodar el cuello de la camisa almidonada que sobresalía de ella: azul y blanco siempre era una respuesta fácil, no sería víctima de la moda también en su casa. Mientras acomodaba su camisa dentro de la parte trasera de su pantalón miró la foto en su escritorio, junto a la correspondencia que había recibido y a su libreta, era la primera foto que se habían hecho Bosco y él cuando recién llegaron a Madrid, frente a la puerta de Alcalá; podía verse el nerviosismo de Bosco y el terrible miedo de Aldo ambos disimulando normalidad con sus sonrisas. No podía creerse que ya no quedaba nada de esos dos chicos, habían crecido y cambiado, claro que Bosco menos, por lo menos en el aspecto: desde que había aprendido a hacerse su ropa vestía de pantalón sastre a juego con jerséis o camisas, su amigo no era alguien de grandes cambios, salvo ese pelo largo que ahora tenía.

—Ah —dijo pinchando un trozo de tela entre el maniquí y el alfiler, se había puesto detrás de un maniquí que tenía para ese tipo de ocasiones en que tenía que dar el pego de diseñador ocupadísimo—, ¿a que debo que hayáis madrugado? —acercándose de nuevo a su escritorio para sentarse y ofrecerles asiento. Podía ver la incomodidad en ambos, tanto que sabía de qué tema iban a hablar.

—Ayer nos encontramos con tu abogado y... con Bosco —inició Ricardo sin rodeo alguno.

Aldo asintió sin más, esperando que se explicara mejor pero Ricardo se quedó ausente por un segundo mirando el escritorio.

—¿Y? —pidió Aldo para llamar su atención.

—Que se ha negado a vendernos acciones —respondió volviendo la mirada a la conversación.

—Podrías vendernos un par de acciones tuyas —intervino Maribel animada. Aldo la miró un poco mejor, ahora que la veía con cierto interés el vestido lo llevaba fatal, con cierta vulgaridad en la que aveces las señoras de cierto rango caían.

—Son mis acciones las que se venden —confesó en el mismo tono, jugando con su silla y viéndola fijamente.

—Entonces deberías ser tú quien decida a quien se las vendes. Podrías perderlo todo como sigas así —dijo Anabel con tono de preocupación, acto que enterneció a Aldo, que tardó un par de segundos en dejar de sonreír y acordarse en el escritorio, recordando que no era un hombre formal y que de vez en vez le gustaba ser un poco juguetón.

—Perdona querida pero no voy a discutir contigo la constitución de mi empresa. ¿Algo más?

—No —dijo decepcionada.

Apareces túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora