Un buen corazón

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Bosco tan pronto divisó el pequeño domo de Sol sonrió al encontrarse la mejor sorpresa del día. En cuanto al pueblo Aldo era bastante tradicional; llevaba una boina grande que ocultaba casi todo su rostro, franela a cuadros y vaqueros, ahi de poco servía el glamour que vivian en Madrid, a comparación de su amigo que llevaba un pantalón a raya diplomática a juego con una sudadera azul y un plumas en el mismo tono.

—¿Qué haces aquí? —abrazando sorprendido a Aldo, recargado en el coche, viendo como saludaba a Xavi quien abría el maletero para meter su mochila.

—También voy al pueblo, arriba.

—¿Puedo conducir? —preguntó Xavi, haciendo que los dos adultos se miraran.

—Por mucho que me agrades y me encante desafiar las normas... prefiero gastar mi dinero en cosas que me gusten y... es decisión de tu tío —por razones que decidió omitir.

Xavi miró a Bosco suplicando un voto de confianza pero no pudo, prefería no tener que arriesgar la pequeña fortuna que había construido en un multa.

—Espera un poco, en un par de meses cumplirás la mayoría de edad, pero si quieres te puedes venir del pueblo en tu moto. Y casi que prefiero mantener la poca paz con tu madre —viendo el gesto de desánimo —, puedes ir de copiloto. —sacando sus gafas de sol y entrando en la parte trasera. Por lo menos una alegría al crío.

Ir detrás le gustaba más. Ahi podía pensar y estar distraído mirando el paisaje, un arma de doble filo, porque solía sobrepensar las cosas, como el día anterior, pensar en el baile, en estar cerca de Matthieu, al grado de sentirse extraño. Sabía que sus manos eran pequeñas, frágiles, llenas de pinchaduras pero cuando estuvieron entre las de Matthieu se volvieron fuertes y seguras. Conocía de sobra su risa: la misma desde que tenía trece. Nunca antes había dejado su pelo despeinarse por nada del mundo ni mucho menos se había permitido sudar ni un poco. De pronto se dio cuenta de que era alguien diferente cuando estaba con Matthieu y le gustaba esa versión de él.

—Pero mirad, el hombre se ha dignado en llegar —dijo su madre tan pronto verlo llegar con cierta burla. Sabía que su hijo tenía edad suficiente como para no tener que darle explicaciones.

—Perdonad es que...

Pero su abuela era otro tema.

—Por favor Dios mío que haya sido por un chico... —intervino detrás de su madre. Una mujer que conservaba la delgadez y la altura de alguien que en su juventud cultivó la elegancia y el saber estar, ahora con cabellos plateados en lugar del negro y conjuntos de lana dejando de lado los vaporosos vestidos de gaza de seda.

—Pues sí yaya, ha sido un chico —acercándose a saludarla con un beso. Matthieu había llegado sin pasar por su piso directo al de sus padres.

—Pero que sinvergüenza eres —dándole un manotazo en el brazo.

—Pero por qué —dijo en tono risueño. Un regaño de us abuela era casi un mimo más.

—¡Cómo es que lo dices así! Que esta es una casa decente y no te educamos así.

—Pero ha sido un chico con el que bailé, se nos hizo tarde y me invitó a dormir en su casa —recibiendo otro golpe de su abuela —, pero que me he dormido en la habitación de su sobrino.

—Pasa hijo —dijo su madre quitándole su mochila y su abrigo, en efecto olía diferente.

—Con que un chico —dijo su padre saliendo del salón con una pipa y un diario en la mano.

—Hemos estado saliendo como un mes —respondió nervioso.

—¿Y sois novios?

Sin duda su padre era el más reacio a aceptar sin pegas la sexualidad de su hijo, era de esos hombres que creían en preservar el linaje y el apellido, después de todo un apellido francés siempre era bien recibido en cualquier lugar, a pesar de eso le seguía queriendo y seguía siendo igual de exigente con sus parejas como si fuesen chicas.

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