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—Madre mía, ya necesitaba algo así —confesó Alberto aceptando su copa de vino a la par de coger un trozo de jamón para llevarlo a su boca. Aldo, Bosco y él habían quedado para tomar un par de cañas, como cuando eran más jóvenes y tenían más sueños que responsabilidades. Varios años después aquel pequeño sacrificio les permitía sentarse en una terraza de un prestigioso restaurante sin tener que preocuparse de nada.

El más puro saber estar  ahora resultaba natural en ellos, riendo entre copas de vermut, trozos de jamón y cientos de risas, después de todo no siempre se veían y tenían que ponerse al día con todo lo que pasaban con sus vidas. Tampoco lo habían pensado, al principio había sido un mecanismo para que Aldo y Bosco se forzaran a adaptarse a una nueva vida lejos de los mismos rostros de toda la vida, a perderle el miedo a esa ciudad y para dar el pego de lo que se decían ser, después Alberto amplió los horizontes de su barrio y los llevó a mejores sitios en el centro. También era claro que no podia haber amigos más diferentes pero podía intuirse una increíble complicidad.

—Y que lo digas, quisiera que las temporadas se acabaran, siempre estan ahí como espada de Damocles encima mío —confesó Aldo dejando salir el humo del cigarrillo —¿Cómo está Matt? —era el único que llevaba gafas de sol a pesar de ser un día nublado. Tenía que dar el pego de diseñador importante.

—¿Seguís tonteando? —preguntó Alberto mirando a Bosco.

—Y mucho —respondió Aldo dando otra calada —, el sábado va ir a la casa de los padres de Matt y... —viendo la sorpresa de Alberto y la vergüenza de Bosco —... le va a regalar a su abuela una chaqueta mía porque la mujer tiene buen gusto.

—Eso debería darte todas las cartas para que sea tu novio —tomando otro trozo de calamar.

—¿Lo crees?

—Sí. Si de verdad quieres que lo sea —puntualozó Alberto.

—No lo sé, estoy nervioso. ¿No exagero con el regalo?

—Claro que sí —respondió Aldo terminando su cigarrillo y tomando un poco de vino —, pero eres así de generoso. No temes darlo todo a la primera —encendiendo otro cigarrillo.

—Eso te hace especial —puntualizó Alberto.

Hablar de Matthieu en la cabeza de sus amigos traía otro nombre a la conversación y Bosco lo sabía y si quería quitarse ese lastre tenía que obviarlo.

—¿Qué pasa con Ricardo? —preguntó Bosco.

—Por favor, no hablemos de ese idiota.

—¿Fue ayer no? A verte —insistió Bosco.

—Sí, estaba furioso —mintió dando otra calada viendo no sereno que Bosco se veía —, creo que perdimos a una buena clienta —bromeó sin obtener ninguna respuesta. Tal vez era lo único que quería escuchar.

—¿Tú cómo estás? —preguntó Alberto sujetando la mano de Bosco para sacarlo de sus pensamientos.

—Bien —respondió tranquilo —, es agua pasada y una pena lo de la clienta —quiso decir que tenía la cabeza en otros asuntos pero lo único que tenía en su cabeza ahora mismo era a Matthieu, sin embargo esa respuesta escueta hizo sentir orgullosos a ambos amigos. —¿Cómo está Inés? —cambiando el tema Bosco.

Alberto detuvo por un segundo su vaso antes de llegar a su boca y luego dio el trago quitándole el cigarrillo a Aldo para darle una calada antes de confesar algo así de fuerte: —Quiere hijos.

Bosco y Aldo se quedaron petrificados ante tal noticia que rompieron la sopresa con un pequeño grito y palmadas en la espalda para que soltara toda esa tensión que tenía en el cuerpo. Ni Aldo ni Bosco mostraron su terror que les provocaba tal afirmación. Aldo había tenido tantas novias desde el instituto de las que siempre había huido cuando la cosa se ponía seria; incluso hace un año había roto con una chica que le había propuesto vivir juntos luego de tres años de relación. Ambos llevaban tanto tiempo libres que la sola idea de tener algo fijo y seguro les erizó la piel; sin embargo no lo evidenciaron, al contrario, festejaron que había personas que podían sentar cabeza.

Apareces túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora