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Los rumores dentro del mundo mágico viajaban con una rapidez sorprendente y solo podían ser frenados cuando un mago tenia el suficiente poder de callar a los medios o en todo caso de dejar que no llegaran a ser mas allá de susurros.

Así que no le fue sorprendente recibir una carta a la mañana siguiente de que se instalaron dentro de la mansión Prince, que, a pesar de la renuencia de su abuelo por reconocerlo como parte de la familia, por su estado de sangre, se la había dejado antes de fallecer y que terminara en manos del Ministerio al igual que toda la fortuna que había logrado conseguir a través de las épocas, o eso le habían dicho en su breve visita a Gringotts. Pero, sin tiempo para sorprenderse por el impredecible hombre que no quería ni verlo en su retrato que se guardaba en el despacho a puerta cerrada, la nota del Profeta que lo tenía como protagonista a él, Abu y Draco era suficiente para irritar sus nervios y de inmediato destruirlos por la caligrafía que bajo esta se encontraba.

La letra que tan bien conocía, no le pertenecía a otro que, a Lucius, el que se notaba había abandonado su elegancia y pomposidad a favor de haber rasgado la pluma en la carísima hoja en una muestra clara de la rabia que sentía por verlo reaparecer después de tantos años y peor aún, de ver que apenas cubierto por su figura tenía un niño que no dejaba dudas de que era su hijo, además de eso, las manchones de tinta, que apenas de escondían tampoco eran una buena señal de la cordura del hombre.

A pesar de saber que eso sucedería, de una forma u otra, y haberse preparado mentalmente con días de anticipación, la sensación de hundimiento en su estómago era lo suficiente para apartar la vista de la nota y respirar bajo un conteo durante unos segundos, esperando no vomitar del puro nerviosismo y pensar nuevamente con coherencia, pues Lucius nunca sería capaz de presentarse ante él, al menos no hasta que tuviera la necesidad de salir y reintegrarse a la sociedad inglesa que había abandonado hace demasiado tiempo, eso no significaba que el impacto que sentía sería menor ni que su corazón por un segundo dejaría de latir por el temor que esperaba dejara de gobernar su vida cada vez que Lucius se presentaba en ella.

Y si por un segundo había creído que Lucius seria benévolo a su regreso o que el hombre que había amado en su tiempo volvería a vislumbrarse después de la caída de su señor, se había equivocado. Este hombre parecía más violento que antes, sin la diplomacia que lo caracterizaba e increíblemente directo en sus palabras.

Quería reunirse con él de inmediato y más allá de ello quería ver al niño que la misma nota del Profeta describía como su heredero, una copia exacta de las características que un Malfoy tenía a cada generación. Lo cual sería imposible, pues Draco partiría a Hogwarts en unas semanas y él no tendría acceso a la escuela a menos de que Dumbledore se lo permitiera, cosa que dudaba por muy manipulador que fuera el director.

Entonces no se preocuparía hasta que el momento llegara y Lucius encontrara alguna forma de arrinconarlo bajo toda la rabia que sentía, era inevitable aquello, desde que había huido a América entendía que eso pasaría al reencontrarse, pero esperaba que la violencia de la situación no fuera tanta como parecía serlo con la perspectiva que la nota describía.

Pero dejando de lado las palabras de su antiguo amante, volvió a mirar la expresión sombría que tenía en la fotografía e incluso la amargada de Bu, junto al termino de la primicia que había conseguido el articulo de ese infame diario; siendo que Lucius, tan respetable como lo había sido cuando el era un joven ingenuo, se había casado con Narcissa, una sangrepura de noble familia y una mujer que sabría estar bajo su yugo al igual que lo había estado con los Black, lo que no esperaba era que a pesar de los años que llevaba su matrimonio, no hubieran sido capaces de concebir un heredero y que a pesar de la necesidad de uno, Lucius no pudiera romper el contrato matrimonial de ninguna manera.

Past LifeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora