Un rayo de esperanza en la oscuridad del olvido.

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EL REY EN EL BOSQUE.

La vida después de la muerte de Ellerian.

Capítulo VIII. Un rayo de esperanza en la oscuridad del olvido.

Una semana había pasado ya de la llegada de Cleorvatar el Majestuoso. Había disfrutado de los días con su nieto como quien disfruta de un atardecer en las montañas. La arquitectura magnifica de los salones de Mirkwood le tenían cada día más enamorado de los dominios de su yerno, pues a donde sea que uno llevara la mirada podía encontrarse con espacios y esquinas de hermoso aspecto y grandes e iluminadas cascadas que la sabiduría de la roca había posado sobre los fuertes muros.

La hora de las comidas siempre estaba acompañada de asombrosos banquetes, tan buenos como cualquiera de los que se servían en su palacio y todo le resultaba extrañamente familiar y acogedor. Había bandejas con queso fresco, sopa caliente, pan recién horneado por habilidosas manos artesanas, vegetales, carne jugosa, y botellas de vino de todas formas y colores. La música de las harpas acompañaba los alimentos, y las risas de Legolas inundaban el espacio con pura alegría.

Al terminar los alimentos, Harad llevaba a su mesa los postres más deliciosos que jamás hubiera probado (En su secreta opinión) y ofrecía con simpatía rellenar las copas de vino al encontrarlas vacías.

Me veo en la necesidad de hacer un paréntesis en la experiencia de Cleorvatar para contar la de Harad:

Harad acostumbraba a sentarse a la mesa de Thranduil todos los días, comían, bebían y conversaban agradablemente mientras Harad contaba los chistes más ingeniosos que jamás se hubieran escuchado, consejero de la corona y todo. Pero esta dinámica había tenido que cambiar según los últimos días, pues Cleorvatar creía que los sirvientes tenían un lugar que les correspondía, y no era junto a la mesa de sus señores.

La mañana en que Cleorvatar llegó, Harad se detuvo a hablar con Thranduil del asunto, diciéndole:

- Mi señor, no compartiré la mesa con usted esta tarde.

- ¿Por qué pretendes importunar la tranquilidad de nuestras comidas? -Dijo el Rey- Eres parte de mi familia, y ocuparás el lugar que te corresponde.

Harad le puso una mano en el hombro en señal de amistad y gratitud, y le dijo:

- No lo haré, aunque mi corazón lo deseé. Pronto volveré a ocupar un lugar en su mesa, mi señor. Por ahora, disfrute de la compañía de su suegro, por más difícil que parezca.

Desde entonces, las comidas para Thranduil habían transcurrido monótonas y sin gracia.

Por otra parte, Legolas estaba de verás contento. Cada mañana despertaba mucho antes a la salida del sol e iba corriendo hasta la habitación de su abuelo para escuchar de sus cuentos e historias. Después, salían a los jardines (Cuando el sol todavía estaba oculto pero los pájaros ya cantaban) envueltos en grandes abrigos y una taza de té bien caliente a esperar el alba.

Sin embargo, dentro de toda su alegría había algo que todavía No comprendía, ¿Por qué la visita tan repentina? No es como que en el pasado hayan sido distantes ni mucho menos, pero Thranduil le había dicho que su abuelo estaba atravesando momentos de oscuridad y que sería mejor dejarlo tranquilo un buen rato.

Cleorvatar observaba detenidamente la vida de su nieto, inspeccionando en los recovecos más profundos, intentando averiguar si la vida que llevaba era digna para Legolas y si Thranduil estaba desempeñándose con Sabiduría en su paternidad. Hasta ahora, pocas cosas le habían incomodado de su crianza, pero la paternidad de Thranduil era algo que Cleorvatar comenzaba a admirar.

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