CAPÍTULO 30. BLUDGER.

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La presencia de Scorpius en la vida de sus abuelos Lucius y Narcissa había sido vital para que ellos cambiaran por completo su pensar con el asunto de lo "impuro" que podía ser su único nieto. Desde su nacimiento, nunca habían vuelto a tocar el tema. Para ellos, el niño era el mejor y más dulce del mundo, el más inteligente y el regalo más hermoso que la vida les había dado para disfrutar en la madurez de sus existencias. Un premio que no merecían debido a sus vergonzosos actos durante la mayor parte de su juventud.

Draco había tenido razón. Un nieto había sacado lo mejor de ellos y sabía que sus padres eran capaces de incluso, dar la vida por Scorpius, si fuera necesario. Desde sus primeros meses de nacido, diariamente le dedicaban unas horas de juego, pues, para sorpresa de Draco, no estaban cometiendo los mismos errores con los que lo habían criado a él; al contrario, eran unos abuelos presentes, como lo eran también los Granger y el niño los amaba a todos por igual.

Es más, no había abuelos más alcahuetas que esos cuatro.

Scorpius tenía bicicleta, patines, bolas de fútbol y básquet, juegos de mesa como el monopoly y dominó cortesía de los Granger. Pero también tenía la escoba más moderna, ajedrez mágico, snap explosivo y por supuesto un juego completo de bolas de Quidditch regalo de los abuelos Malfoy.

Hermione se horrorizaba cada vez que venían de visita los tres niños Potter-Weasley, dos Weasley-Johnson, dos Nott-Parkinson y los gemelos Weasley-Lovegood, pues ya a sus nueve años, Scorpius insistía en jugar Quidditch "como los adultos", y eso implicaba la presencia de la bludger, esa gran bola negra de hierro que hechizaban para derribar a los del equipo contrario. El asunto empeoraba cuando también se sumaban en vacaciones de verano, Teddy Lupin y la familia Weasley-Delacour con sus tres hijos. No importaba la diferencia de edades entre todos los vástagos, todos amaban volar y jugar Quidditch.

Aunque los adultos eran quienes jugaban como golpeadores para proteger a sus hijos, en muchas ocasiones no podían evitar que la bludger golpeara a alguno de los niños y salieran con heridas menores, para sufrimiento de sus madres. Por supuesto, el pequeño Malfoy siempre jugaba de buscador, y no había padre y padrino más orgullosos que Draco y Harry, quienes se peleaban la influencia de cada uno en el que Scorpius destacara en esa posición.

—¿Nunca madurarán? —le preguntaba Hermione a Theo y a Ginny cada vez que los veía discutir.

—Eso no existe en su vocabulario —reía Theo.

La amistad entre todas estas familias era aún un misterio para Lucius, quien al menos una vez al año cenaba con los Weasley, conocidos por él como traidores a la sangre en algún momento de su vida, y con los Granger, sus consuegros muggles.

Para dicha de todos, gracias a la influencia de Hermione, Draco, Harry e incluso los abuelos Weasley, esta nueva generación veía completamente normal su interacción con el mundo mágico y el no mágico, creciendo con valores muy diferentes y libres de los prejuicios que sus padres habían vivido años atrás.

En esta nueva era, nadie hablaba de pureza de sangre ni de magos tenebrosos, y todo eso había sido gracias a la historia que muchos de sus padres habían escrito años atrás cuando, a pesar de su juventud, habían tenido que luchar para darles un futuro mejor, aunque algunos en bandos diferentes. Pero gracias a esos acontecimientos, era que ahora vivían la mayor época de paz registrada después de la Segunda Guerra Mágica.


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