Capítulo 8

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El destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde

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El destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde.

Haruki Murakam

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15 de octubre

Pequeño Owen:

Hoy fue uno de esos días, uno de los que llamo: amigos treinta y dos. Son aquellos que me impiden pararme de la cama; sentir que mi cuerpo no es capaz de ponerse en pie, incluso comer es muy difícil. Unos de los días más horribles de mi existencia como ser viviente. Estas mañanas son diferentes a las demás cada vez, son tan distintas unas a las otras que puedo creer que el destino las envía para destruirme con rapidez.

Yo creo en el destino, Owen, aunque en ocasiones es cruel. No podemos hacer nada contra él, es ineludible, complejo y justo. El destino puede provocar que tu vida vaya en acenso, o en lo contrario, caigas de la cima sin paracaídas. Tú no estás preparado para él; él está preparado para ti.

Si tan solo te hubiese dado un poco más de tiempo, estarías aquí disfrutando de la vida. La mía sería distinta. No dejaríamos que nada nos detuviera, las adversidades nos valdrían una mierda; y seguir felices hasta tener hijos y morir juntos en una sala de hospital, uno al lado del otro. Pero el destino pudo contigo, y yo no pude hacer nada para detenerlo.

Él tan mentado destino hoy en día me tiene en cama algunas mañanas, improvisando sus actos maléficos para destruirme, mientras mi alrededor; el mundo transcurre sin preocupación. Soy consciente de que no soy el único que se encuentra así, pero no puedo ponerme en el lugar de los demás, mi lugar, ya es demasiado complicado.

Mamá trajo el desayuno a la cama esta mañana. —Posiblemente indicada por el destino—, empujando la puerta de la habitación con la cadera y tarareando una canción desconocida para mí. Posó en mis piernas la bandeja con un sándwich, y dejó un vaso de leche en el pequeño buró junto a mi cama. Hurgó en él después de dejar el vaso en busca delas estúpidas pastillas, para ingerirlas una vez más. ¿Ya te he dicho lo mucho que las odio? Estoy cansado de ellas, Owen.

Mi apetito fue nulo al ver la comida. Los ojos de mi madre me miraban alegre, como si ellos pudieran sacarme de mi incomodidad matutina de domingo. Se sentó en él borde la cama y deslizó sus manos por mi cabello suavemente, como si hubiera querido controlar a una mascota enferma. Mi mirada se posó en su cara un instante para luego bajarla de nuevo hacia las sábanas.

—Debes comer algo cariño, no puedes pasarte todo el día encerrado aquí con el pijama. Sal aunque sea a la sala, despéjate. —se acercó a mí para darme un beso en la frente. —¿Por qué no llamas a los chicos? Pueden ver una película, salir al parque.

Moví la cabeza en seña de desacuerdo, pero mamá nunca se rinde, siempre busca la manera para levantarme el ánimo.

Me extendió el celular en la cara para que lo tomara e intentara llamar a los chicos.

Besos sabor a FluoxetinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora