Dia 31: Halloween

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I: El niño de ojos grises

“No muestres tu rostro, no digas tu nombre”

Fueron las palabras que me dijeron mis padres mientras me cubrían el rostro de pintura y ponían
ramas secas en mi cabello. Era la primera vez que me llevarían a la noche de Samhain, el día en
que nos despedíamos del dios Lugh, el día que terminaba la estación de la luz para dar inicio a la
estación oscura.

En Samhain también se celebraba el ultimo día de la cosecha, sin embargo, era principalmente el
día en que los vivos y muertos se encontraban. Solo por esa noche el velo que separaba la vida y la
muerte caía, dando paso a los espíritus a visitar a sus seres queridos, sin embargo, también
llegaban espíritus y seres mágicos malvados que buscaban hacer daño. Por eso, durante esa noche
escondíamos nuestros rostros y ocultábamos nuestros nombres para confundirlos y no darles
poder sobre nosotros.

Pero para mí también era importante el fuego. Las inmensas hogueras que encendíamos hasta el
amanecer, pues aquella luz guiaría a los espíritus buenos y ahuyentaría a los malos.

Por eso, aun cuando había mucho que ver, como las ofrendas recolectadas por el pueblo sobre
una manta de lana, la sangre de los animales sacrificados siendo arrojados sobre la tierra, la
música y danza o juegos de los demás niños, permanecí en la hoguera procurando en mantenerlo
vivo. Entonces, mientras le arrojaba troncos y huesos viendo como las chispas se elevaban al cielo
y como el sonido del fuego parecía el rugido de los animales muertos. Lo vi.

Tenía quizá mi misma edad, su cara estaba cubierta de pintura blanca y roja, y sobre su cabello
hojas secas. El niño parecía estar tan preocupado como yo de mantener la hoguera. Fue extraño,
pero no dude en acercarme.

—Hola — le dije y el levanto su mirada.

Al ver sus ojos supe que no era alguien del pueblo, pues nunca había visto ojos como los suyos,
quizá celestes quizá aún más grises.

—Hola —respondió —Soy… — y apretó los labios.

Ambos sabíamos que no podíamos decir nuestros nombres por lo que solo nos encogimos de
hombros.

—Creo que te eh visto —Me dijo—o quizá no, no conozco a nadie aún. Hace poco llegamos mi
padre y yo a este pueblo.

—¿están de visita? —quise saber.
El negó con la cabeza y miro hacia el fuego lanzado un pedazo de tronco seco.

—Mi madre murió, así que mi padre y yo decidimos que ya no queríamos vivir ahí.

Baje la vista sin saber que decir. No podía imaginar a mi madre muerta, y no quería saber cómo
seria. Pues a pesar de estar ahí, esperando ver el espíritu de algún ancestro, era demasiado niño
para saber sobre la muerte.

Pero el niño de ojos grises ya lo sabía.

Mi fije también en el fuego, mientras detrás nuestro se escuchaba la música y danza de los
adultos, y las risas de los demás niños, pero a la vez el crujir de la leña. Observé al niño a lado mío,
pensé en lo difícil que debía ser también estar en un lugar nuevo, en un lugar diferente. Entonces
tuve una idea.

—Yo puedo enseñarte —le dije — todo lo que desconoces aquí, yo puedo enseñarte.
El niño de ojos grises me miro confundido, y por un momento pareció buscar algo en mí, de
pronto sonrió.

—Te diré Azul—me dijo manteniendo su sonrisa. Me extrañe por un momento, pero el continuo—
por el color de tus ojos.

Incliné la cabeza, preguntándome sobre su ocurrencia, pero como se veía contento decidí aceptarlo.

Fictober Stucky 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora