❅ 𝔡𝔦𝔢𝔠𝔦𝔫𝔲𝔢𝔳𝔢

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El extenso pasillo ubicado en el segundo piso de casa. Una pequeña Mara de siete u ocho años con dos colitas desprolijas en el pelo y su muñeca preferida bajo el brazo. Sola, perdida, encerrada en la oscuridad de aquel sector al que solo acudía cuando necesitaba ir a su cuarto que al ser de los primeros, no requería adentrarse mas allá. Cuando era solo una niña siempre le dió miedo visitar el despacho de su padre. El terror la carcomía cada vez que la mandaban a llamarlo o cuando ella misma se animaba a dar una vuelta por ahí con tal de tener su atención. Era la zona prohibida, siempre lo fue.

Cada paso que da le permite crecer, y es así como pasa a tener diez años, luego trece, quince y finalmente dieciocho, convirtiéndose en la adolescente que es hoy en día. La falta de color en la ropa que lleva puesta hace juego con el ambiente que habita a su alrededor, en tonos negros y grises, como si fuese una sombra que se mueve en un bosque tenebroso y lleno de peligro.

Con detenimiento gira la perilla de la puerta y al abrirla descubre una habitación vacía. Los cuadros ya no cuelgan de la pared y los libros en cada biblioteca habían desaparecido, también las cortinas y los adornos de los viajes caros de sus padres, solo queda el escritorio con una silla antigua de cada lado.

Ella se acerca cautelosamente hasta frenar detrás del respaldo del asiento que le corresponde, porque en el otro yace su padre vestido de traje y con el semblante serio. Ambos se observan durante una pequeña fracción de segundos, Mara revisa el bolsillo trasero de su pantalón y del interior saca un arma de calibre con el cual apunta hacia el frente y sin titubear dispara.

La silueta de aquel hombre se vuelve cenizas y las mismas se esparcen en el mismo aire, disipándose y desapareciendo al igual que ese dolor tan inmenso que hasta recién la invadió internamente. No le da pena admitir que la imagen de su muerte le alivia por mas retorcido que eso sea. Estar muerta en vida es mucho peor, y ese era el sentimiento que acababa de liberar gracias a la destrucción de su mayor contrincante.

La pistola cae en el suelo y retumba trayéndole luz. Un rayo abrumador que proviene del otro lado del cuarto, con un Valentín que brota de la nada y le extiende la mano mostrando su compasión. Mara lo duda pero finalmente accede, dejando que el poder de su corazón le gane a la inteligencia de la mente, y es ahí donde comete el primer error de todos.

Un error que de nuevo la atrapa, pero que no es capaz de percatar porque el chico sostiene su mano y la lleva a creer que con él está segura, y su secreto bien guardado.

Cuando se reunen y sus cuerpos chocan, Valentín le acaricia el pelo, la mejilla y con sus dedos limpia los de ella borrando el rastro de sangre que no notó hasta recién, porque no la hubo en la escena del crimen.

— Ahora, más que un legado vamos a construír un imperio.

Y la besa.

Él la besa y todo a su alrededor se vuelve cenizas también. Un campo gris tirando a negro, con sus manos unidas y sus cuerpos que permanecen intactos mientras que todo lo demás se esfuma en cuestión de segundos. Ya no queda nada porque ambos lo son todo, y un sacudón la despierta de esa pesadilla trayéndola nuevamente al mundo real.

Uno que también está aturdido por la trajedia y que se asemeja bastante al reciente sueño que tuvo.
















Mis ojos se abrieron de par en par al sentarme de golpe en la cama con la frente sudada y el cuerpo tiritando de frío a pesar de estar emanando calor. La habitación se encuentra a oscuras debido a las cortinas que impiden que la luz solar se entrometa de lleno junto con el aire fresco de quién sabe qué hora del día, lo unico que distingo es que ya amaneció.

legado; wos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora