❅ 𝔱𝔯𝔢𝔦𝔫𝔱𝔞 𝔶 𝔲𝔫𝔬

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El reflejo que devuelve el espejo una vez que me planto frente a él luce impecable a simple vista. La tela del vestido que llevo puesto es igual de refinada que la seda, lo cual sirve de mucho a la hora de amoldarse a mi delgada figura acentuando cada atributo. Tal vez resalta las caderas un poco más de lo que me gustaría, pero no es una velada en la que desease pasar desapersibida así que ignoro aquel detalle y continúo con los preparativos.

En honor a él aplico una capa de rojo labial sobre mi boca, el mismo que alguna vez se encargó de eliminar con fogozos besos y que ahora mismo solo me pertenece a mí y a quién yo elija para tal privilegio; el de regresar a casa sin nada luego de haberme puesto de todo. Las pestañas rizadas y un toque de rimmel, sin olvidar el perfume de cítricos en su dósis justa y por último un ibuprofeno que alivie el dolor de cabeza que atenta contra mí desde hoy por la mañana.

El sonido de los tacones retumbando en el suelo se presenta una vez que salgo a andar rumbo a la sala, justo ahí donde tanto mi hermana como mi madre esperan por mí luciendo el mismo color respecto al atuendo. Me gusta el contraste de la ropa con el estado de mi alma, tan apagada y sin rastro alguno de lo que vivió en su interior hace un tiempo, amoldándose al sentimiento de luto y sufriendo una vez más la agonía de asistir a un funeral.

En mi opinión, deberían empezar a pagarme por fingir estar en un lugar cuando en realidad mi mente vaga por cualquier parte, haciendo puro acto de presencia ya que ni siquiera me atrevo a interactuar con alguien más. Esta noche es diferente, y miento si digo que nunca antes soñé con que llegase este día.

Era un entierro por partida doble, y en mi caso me tocaba ocupar el lugar del recién difunto y también quien lleva la voz al pararse en el estrado para dar un discurso de mierda del cual nunca nadie recuerda nada.

¿Por qué los seres humanos tienden a rendir homenaje a sus seres queridos cuando ya no están?, ¿de qué sirve malgastar las energías en una tétrica despedida donde no hacen más que darle de comer a la angustia y el dolor delante del resto? No logro entender el concepto de los velorios ni el por qué de las flores muertas o el café aguado que te sirven mientras hablás con tu tía abuela que se ahoga entre sus mocos y un pañuelo de tela con olor a humedad.

En ese instante escucho mi móvil vibrar en el bolso que cuelga sobre uno de mis hombros. Tomo cierta distancia de mis acompañantes y leo el mensaje de texto que refleja la pantalla mordiéndome el labio para contener la sonrisa. No es momento de mostrar ni un mísero gramo de alegría a pesar de que internamente mi cuerpo esté de carnaval, por lo que debo reprimirme cada risotada y de ese modo ahorrarme el sermón que dará mi madre acerca de cómo debo comportarme según ella en un estado así.


22:35 tadeo.

te espro en la entrada bb
🖤

— Ya está el auto, Mara. -avisa Dafne a lo alto e indica con la cabeza que nos vayamos de una buena vez. Luego de regresar el teléfono a su sitio, camino con ellas abandonando la casa y de ahí partimos rumbo al centro de velatorios donde se llevará a cabo la ceremonia.

Como era de esperarse, el trayecto dura una eternidad debido al silencio que abunda en el ambiente. Puedo jurar que no vuela ni una mosca y de solo mirar la aburrida expresión de las dos mujeres que viajan junto a mí ya me fastidio. No tendría que ser así, y me importa poco y nada el símbolo de respeto que se supone que hay que rendirle a la familia Oliva.

— ¿Es muy necesario que tenga que ir yo también? -pregunté de la nada y me crucé de brazos para representar mi latente mal humor. De a una por vez se voltearon y me miraron con cara de incrédulas, siendo Dafne la primera en contestar.

— ¿No era tu noviecito? -rió con pura ironía y entrecerró los ojos luego de haberlos puesto sobre mí. Entendía su rechazo para/con la situación ya que la estabilidad emocional de Dafne aún no sanaba del todo tras la pérdida de papá y es normal que esté abrumada de tener que pasar de un funeral a otro, más aún si tengo algo que ver en ello. Así que por primera vez en mucho tiempo, elegí guardar silencio y me entretuve mirando por la ventana en lo que restó del viaje.

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