❅ 𝔮𝔲𝔦𝔫𝔠𝔢

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El sonido de mis tacones pisoteando por la madera del suelo se mezclaba con el mundo aparte que había del otro lado de la puerta donde la fiesta continuaba su curso incluso sin la cumpleañera presente. Me moví por el despacho de mi padre sintiendo sobre mis hombros la fría mirada de Valentín, quien se encontraba no muy a lo lejos apretando los dedos de sus manos y contemplando atentamente mis acciones.

Sus ojos azules tan penetrantes conjugaban a la perfección con la frialdad de aquel lugar, llenos de intriga, de temor hacia lo desconocido, abriendo la puerta de una zona que hasta ahora había sido desconocida para mi, porque se supone que acá no tengo que estar, y ya no me refiero exclusivamente a hurgar en el escritorio de mi padre.

Valentín también era sinónimo de peligro, de aventarme al vacío y caer sin ningún tipo de seguridad porque con él era imposible llevar puesto un salvavidas. Su compañía era quizás hasta mas dañina que revisar el papelerío de papá, porque en su mirada podía encontrar cosas que acá mismo no había, que solo él era capaz de darme si me arriesgaba.

Encender la chispa de un mechero justo al lado de una fuga de gas, nadar en un mar lleno de tiburones, amar sin tapujos, meterse donde a uno no lo llaman, tratar con narcotraficantes y correr una carrera en picada cuyo destino es incierto, pero así y todo nos aventamos porque la adrenalina le gana al miedo y como bien dije antes, él actúa como si fuese un cinturón de seguridad al que le confío mi vida entera, en el sentido literal de la palabra.

Así se siente estar con Valentín, atravesar una situación peligrosa con la esperanza de que saldrá todo bien, de que a su lado estoy a salvo y que por nada en el mundo sería capaz de clavarme un puñal en la espalda al traicionarme.

Aún con sus ojos puestos en mi figura, apoyé las manos sobre el escritorio y saqué un poco de culo al inclinarme hacia adelante buscando analizar cada mínimo detalle antes de actuar.

La posición del portaretratos a un lado del teléfono inalámbrico, el número de lapiceras dentro del portalápices y la pila de post it ubicados estratégicamente a un costado de la laptop con una pluma a su lado. Procuré tomar una captura de aquella imagen guardándola en mi retina y una vez que estuve segura abrí con cuidado el primer cajón de la derecha.

— Tenes mucha experiencia revisando las pertenencias de los demás, ¿no bebé? -su voz tan seca y dura me distrajo por un momento de mi objetivo. Rodé los ojos apenas el recuerdo se me vino a la mente y chasqueé la lengua ignorando sus palabras.

— ¿No me dijiste que aproveche y me saque las dudas? -dije sin mirarlo.

— ¿Por que respondes mi pregunta con otra pregunta?

— ¿Por que cuestionás todo lo que hago? -ahora si clavé mi vista en él y enderecé la postura llevando las manos a mi cintura.

Valentín suspiró con fastidio y caminó rumbo hacia el sector donde yo me encontraba, rodeó el escritorio y se ubicó detrás de mi espalda apoyando sus manos justo encima de las mías. Con lentitud las bajó hasta llegar a mi cadera y terminó entrelazándolas entre si, dandoles un suave apretón.

— Porque haces las cosas mal. -me susurró al oído y mi cuerpo se estremeció como respuesta al breve roce que provocó entre sus labios y mi oreja. Tomé una profunda respiración y me deshice de su agarre apoyando nuevamente mis manos sobre el escritorio para luego hacer sonar las uñas al tantear la madera.

— Lo único que hago mal es seguir dándote bola.

— No lo podés evitar, chiquita. -tiró mi cuerpo hacia atrás llevándome contra él y acercó su boca a mi oído de forma peligrosa, inhalando en profundidad mi perfume y cortando todo tipo de distancia que intentaba marcar entre nosotros con tal de hacerme la dura.

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