❅ 𝔳𝔢𝔦𝔫𝔱𝔦𝔠𝔲𝔞𝔱𝔯𝔬

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La sala de espera nunca estuvo tan inundada de gente como el día de hoy. Más de una persona sobraba ahí dentro y tener que abrirme paso entremedio de la gente para poder llegar a mi hermana fue desesperante. De por sí Dafne luce desbordada cada vez que le toca atravesar los pasillos de la clínica, por eso me sorprendió que justo ahora estuviese haciendo una excepción.

Su cara neutral no reflejaba nada y si bien el estado cristalizado y medio rojizo de sus ojos reflejaba las lágrimas que no hace mucho habrá dejado salir, se había quedado estática. Con los brazos se rodeaba a sí misma y su mirada apagada se perdía en algún punto de la nada misma, porque de ese modo debía de estar sintiéndose en este instante.

Sin brillo, totalmente cerrada, nada para acotar ni tampoco un mísero reproche. Nada era lo que obtenía de ella, y nada tenía yo para ofrecerle tampoco.

Giré la cabeza sobre un hombro al fijarme en Valentín y solté el agarre de su mano dándole una señal de que me espere. Tenía que enfrentar la situación por mi propia cuenta y además no había algo que él pudiese hacer para ayudarme. Al menos no hasta que caiga en la realidad de lo que sucedía a mis alrededores.

— ¿Está confirmado? -le pregunté al médico de cabecera de la familia y éste me pidió algunos datos antes de asentir con la cabeza y darme el pésame.

Ahora sí entendía a Dafne más que nunca, acompañaba el vacío de sus sentimientos y de sus reacciones sintiendo que mi pecho se cerraba y que la vida misma pasaba frente a mis ojos en cuestión de segundos.

Mara de ocho años siendo hamacada en el jardín con su papá que sonríe desde atrás y empuja fuerte para aumentar la adrenalina. Mara adolescente negándose a una salida familiar porque le aburren y su papá insistiendo con que somos una familia y que por ende debemos ir todos juntos. Mara aquella noche, la primera noche donde comenzó todo, luciendo un vestido obligado y quedando apartada por no saber como integrarse y porque sus padres tampoco se esfuerzan demasiado en hacerla sentir bienvenida.

La relación con los Oliva que nace en esa velada como si fuesen amigos y también socios de toda una vida. El saludo entre su padre y el de Valentín, los murmullos, las miradas cómplices, el legado que se une y da comienzo a una guerra que parecía haber llegado al final de uno de los oponentes y de la peor forma.

Esa daga filosa que se encastra en el centro del tórax y lastima porque quema, anunciando la llegada del mal presentimiento que otra vez me recorre hasta hacerme tiritar. Siento un escalofrío bajar por mi espalda y para mantener el equilibrio me apoyo contra la pared mas cercana tratando de regular la respiración a pesar de la falta de oxígeno.

— ¿Te sentís bien? -su voz que está cerca y se siente tan lejos. Valentín es tan malo para acompañar en los malos momentos que a pesar de plantarse a mi lado, es igual a una figura de cartón porque no transmite nada. Ni compasión ni empatía, nada.

— Dafne tenía razón. -liberé aquello que circulaba por mi cabeza y jugué con los dedos de mis manos que temblaban al igual que mi cuerpo en general. El llanto no salía y tampoco lo hacían las palabras, simplemente sucedía y aún no era capaz de tomar dimensión de la escena que se daba a mi alrededor.

Familiares, amigos, compañeros de trabajo, mamá en un ataque de nervios y mi abuela secándose las lágrimas con un pañuelo de tela. Mi hermana que sigue sin reaccionar, Valentín que no sabe como acercarse y yo sin saber qué decir al respecto.

— No es tu culpa, Mara. Sabíamos que algo así podía llegar a pasar. -intenta consolarme y por respeto no me río en su propia cara.

— No, yo no lo sabía, porque nunca estuve ahí.

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