❅ 𝔳𝔢𝔦𝔫𝔱𝔢

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El clima tan característico de los hospitales nunca fue lo mío, de hecho la última vez que recuerdo haber pisado uno fue cuando mi mamá me dió a luz hace dieciocho años atrás, valga la redundancia. El olor a desgracia mezclado con productos de limpieza, la cara de la gente que nunca espera nada bueno y la incertidumbre que parecer ser el único sentimiento que uno es capaz de experimentar al estar ahí.

El reloj que parece haber quedado trabado porque nunca varía la hora, tener que explicar cómo te sentís cada vez que te lo preguntan como si mi cara no reflejara lo mal que la estoy pasando, la hipocrecía de aquellos que aparecen solo cuando ocurre una tragedia para tener la excusa de figurar mas tarde, una vez que todo haya vuelto a la normalidad.

Si es que hay normalidad luego de ésto.

Me encuentro sentada en la sala de espera junto a Dafne, quien no hace más que llorar y lamentarse por lo sucedido como si fuese su culpa. Y yo no le creo ni una sola lágrima.

Mi pie rebota contra el suelo reflejando la falta de paciencia para enfrentar una situación así y puedo respirar con mayor tranquilidad recién cuando nos nombran. Familia Lombardi.

— Yo, nosotras. -dije alzando la mano al ponerme de pie. El doctor se acercó con una especie de planilla en sus manos y nos observó un momento, queriendo confirmar si teníamos la edad suficiente para recibir tal información.

Dafne aclaró que se trataba de nuestros padres y el médico empezó su discurso primero aclarando que mamá se encontraba estable, siendo la menos afectada en el accidente.

Yerba mala nunca muere, dicen.

Perdón, hay cosas que salen del alma.

En cuanto a papá, la suerte variaba un poco bastante. Nos explicó que se trató de un accidente de regreso a casa, su vehículo impactó contra otro que aparentemente tuvo la culpa del choque y debido a la posición de conductor de mi padre, fue él el más daño recibió. Ahora mismo lo trasladaban a terapia intensiva y recién en unas horas podríamos pasar a verlo. Pero en resumen, si seguía con vida era por puro milagro.

Las dos le agradecimos al doctor y regresamos a la posición anterior ya que no quedaba nada más que esperar. Mi abuela apareció poco tiempo después y odié que una mujer de su edad tenga que pasar por un momento así a esta altura de la vida. Se quedó con Dafne un momento y aproveché para salir a tomar aire y despejar la cabeza de semejante clima de mierda que honestamente era de no creer. Parecía demasiado como para tratarse de una casualidad.

Y hablando de casualidades y de desgracias.

— ¿Hola? -apoyé el celular en mi oreja luego de atender la llamada y froté mis ojos con el dorso de la mano cuando la brisa fresca impactó en mi rostro.

— ¿Cómo estás Marita?, ¿tenés alguna novedad? -sonaba preocupado, pero a su vez parecía tan falso como las lágrimas que derramaba mi hermana desde hoy.

— Recién nos dieron el parte médico, mamá está bien, papá con suerte sigue respirando.

Lo escuché resoplar y mi ceño se frunció ante el destello de una queja por parte suya. Sí, entiendo que sea una completa porquería, pero respondiendo así mostraba todo menos compasión.

— ¿Querés que vaya?

— Si querés.

— Como vos quieras.

— Me da lo mismo, Valentín.

— Voy entonces.

No era tanto su compañía, sino el hecho de verlo a la cara y descubrir si había algo detrás de todo esto, porque el mal presentimiento aún podía sentirlo y no se porqué mi corazón dictaba su nombre cada vez que trataba de atar los cabos sueltos para comprender qué era lo que sucedía en mi familia. La llamada finalizó al despedirnos y me quedé mirando un punto fijo en la nada mientras mi cabeza seguía tratando de encajar una pieza con la otra.

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