Capítulo 10

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Avalor entró en su habitación y cerró de un portazo.

Amaba a su madre, ella era una mujer dulce y cariñosa, que se había esforzado al máximo para que Avalor pudiera tener una vida feliz y sin problemas. Pero le costaba entender que su bebé ya había crecido. Que no era más el niño pequeño y debilucho de antes. Avalor ya era mayor, y estaba en todo su derecho de tomar sus propias decisiones.

Podía entenderla, Amber tenía miedo de que a Avalor pudiese pasarle algo. Ninguna madre quiere que su hijo sufra. Y quizás, hasta en cierto punto, tenía razón. Esta lucha no afectaba de ninguna forma a Avalor. A él podía darle igual si las hadas se extinguieran como los dodos del mundo, él seguiría durmiendo tranquilo todas las noches en la comodidad de su hogar. Pero Avalor había heredado algo más de sus padres aparte de sus poderes, había heredado la empatía de ambos. Y no podía hacer la vista gorda en un tema tan delicado como este.

Cuando vio a esa chica, Ailey, pudo ver lo asustada que estaba. Sus ojos marrones exhibían el miedo que tenía la joven, por lo que pudiera pasarle a las otras hadas. Avalor tenía la forma de ayudarla a ella y a todo su pueblo, y si podía hacerlo, lo haría.

Aunque también tenía que admitir que había más que solo simple empatía en sus ganas de querer ayudar. Durante toda su vida, Avalor fue repudiado por las demás personas. Como era sabido, los símbolos manejaban un tipo de energía distinta a la de los humanos, la cual causaba la repulsión en la gran mayoría de ellos. Si el rechazo era con un solo símbolo, lo que había sido con él, que tenía dos, era inimaginable.

Nunca tuvo un solo amigo, o una amiga, había estudiado en casa porque no lo admitían en las escuelas. El único contacto que había tenido, era con su familia y los demás símbolos. Avalor se sentía encerrado por ese círculo, necesitaba conocer gente nueva. Hacer amistades por una vez en su vida, y quizás con estos chicos podía lograr algo. Después de todo, ellos no eran humanos, no tenían por qué sentir rechazo hacia Avalor.

Jamás se había enfrentado a sus padres. Porque jamás había tenido la necesidad de hacerlo. Ambos eran muy comprensivos y confiaban ciegamente en su hijo. Tampoco es que el joven hubiese hecho desastres típicos de su edad. Al no tener amigos y vivir en una casa de campo para su protección, nunca había hecho las típicas locuras que hacen los niños o adolescentes. Solo recordaba vagamente haber rayado las paredes de su casa con crayones, pero sus travesuras podían contarse con los dedos de una mano. De adolescente tampoco causo problemas, al no tener amigos, no era invitado a fiestas, por lo que jamás se había escapado a una. Ni había hecho rabietas con la típica escusa de "está creciendo" y el alcohol era algo que estaba totalmente prohibido para él. No sabía cómo podía reaccionar su símbolo ante esa sustancia. Era un joven muy tranquilo y calmado, que siempre le encontraba el lado positivo a todo, en actitud, se parecía bastante a su padre.

Sabía lo que tenía que hacer. Otra cosa que le habían enseñado sus padres, era a luchar por sus objetivos. "Si sientes que debes hacer algo, lucha por ello hasta conseguirlo, aunque el mundo esté en tu contra. Tu sigue luchando por obtenerlo, no debes rendirte en la primera"

Estaba a punto de desobedecer a sus padres por un consejo que ellos mismo le habían dado. Podría pensar en una buena excusa durante el viaje, ahora tenía que planificar un escape.


Ailey estaba pálida. Consumida por la incertidumbre.

-Ailey, encontraremos una solución- Dijo Félix tomándola de los hombros.

-No me toques- Dijo Ailey soltándose bruscamente- Y no hagas promesas que no vas a cumplir-

La expresión de Félix se endureció, pero Ailey no se dejó intimidar y le sostuvo una mirada indiferente.

RenacimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora