23. Lover

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0:43 “¿Puedo ir a donde vayas tú? ¿Podemos estar siempre así de cerca, por siempre jamás? Y ah, sácame de aquí, llévame a casa” —Taylor Swift.


ASHLEY

Supe que era ella incluso antes de que la puerta de mi habitación se abriera de golpe y el peso de un cuerpo casi me sacara el aire de los pulmones por completo. Vamos, es casi imposible no distinguir su risa caótica y el olor a algodón de azúcar que desprende su cabello.

—¡Ashley Marie Beckett! —chilla Nicol, abrazándome tan fuerte que temo que va a romperme las costillas.

—¿Desde cuándo mi segundo nombre es Marie? —le digo, casi sin aliento.

—Desde hoy —se separa y me propina un puñetazo en el hombro —. ¿Qué paso con lo de llamar? Apenas si hemos hablado estos meses, tuve que venir hasta aquí para saber cómo estabas.

—Lo siento —parece que es lo único que digo estos días, sintiéndome culpable por evitar sus llamadas —. Para el caso, ¿cómo llegaste hasta acá?

Max decide aparecer en mi habitación, con expresión culpable, y Aly viene detrás de ella sosteniendo una taza de café humeante. Las tres tienen esa mirada en sus ojos que me advierte que he sido emboscada.

—Max fue por mi anoche, tenemos una propuesta que hacerte.

Levanto mi ceja, confundida por haber despertado tan temprano y la visita sorpresa de la peli rosada. Aly se muerde el labio y asiente en mi dirección.

—¿Puedo al menos bañarme antes? —les digo, debo parecer una loca con mi cabello enredado y la baba seca en mi mejilla.

Las chicas me avisan que me esperaran en la sala, así que tomo una ducha caliente y desisto de lavar mi cabello. Estamos en a mediados de diciembre, lo que significa más frío en las calles y otro tarro de mi crema de peinar, porque estos rizos no se definen solos. Salgo al pasillo, con mis pantalones de yoga y un nuevo suéter rosa que compré con Aly y Max el fin de semana pasado.

Nicol es la primera en decir algo. Pero tengo que cortarla a mitad de su discurso, porque es una locura.

—No —me niego.

Max explota, alzando sus manos al aire.

—¿Por qué no? Es solo un pequeño viaje...

—A Nueva York —me detengo, clavando mis ojos en los suyos —, sabes que no puedo Max, no puedo hacerlo.

—¿Qué es lo que te detiene? Sí, Neal lo supo todo este tiempo y no te odia por ello, al revés, creo que te ama. Y creo que tu lo amas también. ¿Puedes dejar de ser tan cabezota un segundo y solo considerarlo?

—¿Lo has perdonado? —me pregunta Nicol, aferrándose a mi brazo con suavidad.

—Si.

—¿Y te has perdonado a ti por todo este tiempo? —presiona—. Porque lo he oído de él, que los doctores han dicho que el derrame ocurrió antes de que ella chocara contigo...

Lo sabía. La doctora Robinson me lo había explicado después de la muerte de la madre de Neal, durante una llamada telefónica. Los policías ya me habían supuesto una multa por haberme pasado el semáforo en rojo, y, sin embargo, nadie podía culpar a ninguna de las dos por un accidente tan terrible. Ambas habíamos pagado por las consecuencias, yo al estar en coma durante ese tiempo por mi imprudencia, y ella por años y años de adicción.

—Lo hice —afirmo.

—Entonces, saca la cabeza de tu culo y vamos a buscarlo.

—¿Y cuándo pensaron en esta idea, si se puede saber?

Tres canciones para Ash ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora