18. Have You Ever See The Rain?

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0:13 “Alguien alguna vez me dijo que hay calma antes de la tormenta” —Creedence Clearwater Revival.


ASHLEY

La noche en que mi vida cambió para siempre, llovía. No era una lluvia fuerte, de esas que vienen acompañadas del retumbante sonido de un trueno y la luz potente de un rayo. Era de esas lluvias que empiezan lento; una gota que cae en la frente de una persona, en la ventanilla de un coche, en un paraguas seco.

Era una lluvia con la que te acurrucas en la cama y cierras los ojos porque el sonido es simplemente…pacífico.

Eso era precisamente lo que deseaba mientras salía de la tienda de donas, estar acurrucada con una manta y mi guitarra sobre mi regazo. La lluvia a veces creaba en mí la necesidad de cantar algo. Mi padre siempre me dijo que era porque él me cantaba cada que una tormenta azotaba afuera, y aunque era terriblemente malo cantando, supe que era verdad. Tenía la mala costumbre de hacer cosas en las que era terrible.

Cantando en voz baja, avancé hasta mi auto estacionado a unas cuadras. Se suponía que Max y yo veríamos películas hasta tarde, ya que nuestras madres habían decidido irse al spa el fin de semana. Arrojé la caja con las donas en el asiento del copiloto y encendí la radio. Encontré una estación de radio que siempre ponía canciones que me gustaban, y en realidad, era lo único bueno para escuchar.

El resto de las estaciones pasaba los adelantos de las festividades del pueblo, el cronograma de la semana, el ganador de la calabaza más grande, entre otras cosas que no me interesaban en ese momento.

Pelton Vill podría ser el pueblo de Tenesse con más festivales, bailes y celebraciones en general. La gente de por aquí sabía pasársela en grande de vez en cuando. Y para mi suerte, el festival de música de ese año se celebraba justamente en la dirección contraria a la casa de Max, así no tendríamos que escuchar a un montón de gente alcoholizada por las calles, en la madrugada, todavía cantando y bailando junto a una botella.

Otro punto a mi favor: las calles estaban desiertas. En realidad, el pueblo era muy grande, y aún más el lago que lo rodeaba, sin embargo, las personas nunca salían en auto durante las festividades. Existía algo llamado “Conductor número nueve”, y era básicamente un viejo tren que uno de los residentes había modificado durante años. Era el transporte para las festividades, una especie de autobús que pasaba por todos los vecindarios, y encima era gratis.

Me sentía segura de ese detalle durante todo el camino, con la canción que pasaban y la suave lluvia que me acompañaba. La tienda de donas estaba casi al otro lado del pueblo, por lo cual me tardaba casi quince minutos en ir y volver. Cuando el semáforo frente a mí cambió a rojo…tomé la peor decisión de mi vida.

Las calles estaban desiertas, no había ningún otro auto a la vista, ni a mi lado. Esperé unos cuantos minutos, sabiendo cuánto tardaba ese semáforo en cambiar. La lluvia se volvió un poco más fuerte, y resoplando, mire de nuevo la luz roja. Entonces, pise el acelerador.

¿Saben ese momento en qué tienen un déjá vu? Tu ritmo cardíaco aumenta y te ves completamente envuelta por la sensación de que ya has vivido esto. Ya has estado en ese auto. Ya has visto esa luz. Ya te sabes la canción que suena en el fondo. Sabes lo que va a pasar a continuación, incluso con el miedo palpitando en tu cabeza por ser consciente de eso.

Momentos.

Segundos.

Milisegundos.

Eso es lo que me toma girar la cabeza y aferrarme con fuerza al volante, mientras que, en la calle contraria, otro auto sale de la nada a toda velocidad. Me es imposible frenar a tiempo. Ninguno de los dos va a lograrlo, en realidad.

Y entonces, sucede. El choque. Los gritos. El auto dando vueltas. Los vidrios rompiéndose. La luz. Esa luz, que no me abandona, incluso cuando todo a mi alrededor se queda en blanco y sin sonido alguno.

A veces, pienso que la lluvia empezó a tornarse más fuerte en ese preciso momento. La tormenta después de la calma.

Esa noche Max llamó a mi madre al ver que no aparecía por ninguna parte. El plan del spa se canceló en cuanto los paramédicos la llamaron, avisándole del accidente. Esa noche, una señora de unos cuarenta años y una joven de dieciocho entraron a urgencias, una con un derrame cerebral y la otra con una fractura en el cráneo. Ambas fueron sometidas a un coma inducido.

Solo una de ellas ha despertado hasta ahora.

Esa noche, el ayuntamiento de Pelton Vill había cometido un error y había apagado las cámaras del parque central, y todas a su alrededor, justo en la intersección donde dos autos chocaron a eso de las nueve y media.

Tres meses pasaron. Tres meses en los que estuve dormida, acostada en una cama de un hospital por culpa de un segundo. Un segundo. Una decisión. Y una consecuencia.

Cuando los doctores decidieron despertarme, al ver que mi cerebro ya no era una masa inflamada y que la mitad del cabello que tuvieron que raparme para la operación había crecido medianamente bien, fue el momento más atemorizante de mi vida. No recordaba mi propio nombre, no recordaba quién era yo, y qué era lo que me había llevado hasta allí. Fui una desconocida en mi propia piel, teniendo miedo hasta de mi sombra.

Y con el tiempo, los recuerdos fueron volviendo, incrustándose en mi mente y grabándose a fuego lento en mi mente. Algunas veces, simplemente desaparecían y no podía recordar cosas tan sencillas como si ya me había lavado los dientes o no. Por suerte para mí, la decisión de tomar una cámara entre mis manos y guardar los recuerdos fue la mejor que pude haber tomado.

Supongo que al final, fueron mis decisiones las que me llevaron a vivir de esta manera.

Atesorando cada minuto como si fuera el último.


Espacio para volverse loca/o:

Espacio para querer llorar:

Espacio para recordarles que los quiero: 💗

¿Qué creen que pasará ahora?

Tres canciones para Ash ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora