21. Won't Go Home Without You

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2:38 “De todas las cosas que he sentido pero que nunca he mostrado, quizás lo peor es que te dejé ir” —Maroon Five.


ASHLEY

—Hola, doctora Robinson —la saludo cuando entro a la sala. La doctora Robinson es la neuróloga encargada de mi caso, es alta y con el cabello rubio cortado al estilo pixie. Desde hace meses vengo a mis citas con ella en el hospital central de Pelton Vill.

Me ha venido recetando unas nuevas pastillas para los dolores de cabeza, por lo que me llamó el lunes para venir y terminar unos cuantos exámenes.

—Hola, señorita Beckett, ¿cómo te has sentido estos días?

A diferencia de todos los doctores que conocía, la doctora Robinson era mi favorita. Era amble, cordial, buena en su trabajo y ni una vez me hizo sentir culpable por lo que sucedió. Incluso cuando todos sabían que lo era.

—Bien. Los dolores son menos fuertes, pero sigo teniendo problemas para concentrarme en los ejercicios que me asignó en la cita anterior.

Anota eso en su computadora, y luego clava sus ojos verdes en los míos.

—¿Alguna otra molestia recientemente?

—No, solo eso.

—De acuerdo, acuéstate en la camilla, iré en un segundo.

La obedezco, colocándome sobre mi espalda y poniendo las manos juntas en mi regazo. Ella viene, revisa mis signos vitales y luego prende su pequeña linterna y me la pone en los ojos.

—Sigue la luz —me indica.

Sigo el movimiento acorde ella mueve su muñeca, la luz me hace ver estrellas durante un segundo, pero desaparecen cuando finalmente la apaga y vuelve a meterla en el bolsillo de su bata blanca.

—Todo parece estar en orden —vuelve a sentarse en su silla y me levanto de la camilla, un poco mareada.

Estas revisiones siempre me dejaban sintiéndome un poco mal de la cabeza, pero tenía claro que era importante seguir tomando precauciones, en especial desde que mis recuerdos comenzaron a volver.

La doctora Robinson me entrega el medicamento con las instrucciones, pero se detiene cuando ve que no me he levantado de mi asiento.

—¿Necesitas algo más, Ashley? —pregunta suavemente.

—¿Ella... —hago una pausa para tomar el aliento que parece haber escapado de mis pulmones — todavía no ha despertado?

Las cejas de la doctora se hunden, y me regala una mirada compasiva.

—No, no lo ha hecho. Aún. Sabes que el trauma en su cabeza es muy distinto al tuyo.

—Lo sé.

La sala se queda en un silencio mortal. Y aunque tengo claro que no debería hacerlo, pregunto:

—¿Puedo verla?

No es la primera vez que la veo a través del vidrio, la pared que nos separa entre la vida y un sueño profundo. La otra mujer que entró al quirófano conmigo esa noche me causa curiosidad.

No se ve igual a la mujer de la foto, la que encontraron los bomberos en su coche y la misma que, rota y un poco vieja, conservo en algún punto de mi escritorio. No tengo idea del por qué lo hago, tal vez es lo único que me queda de esa noche.

La doctora Robinson asiente, en completa calma. Ambas nos dirigimos por el pasillo del hospital, entre los sonidos de monitores cardíacos, las voces de las enfermeras, el teléfono que anuncia a un nuevo paciente, y finalmente llegamos a la UCI.

Tres canciones para Ash ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora