IX

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Estuvieron caminando por dos días.

Ir a pie no era bueno si tenías que trasladarte de un lugar a otro que estuviera tan apartado. Les tomaría varios días llegar a su destino.

Sin embargo, la distancia no era el único problema, Itachi se cansaba más de lo usual, por lo que debían detenerse cada cierto tiempo. A Kisame, ésto no le molestaba, por el contrario, era tiempo que podía usar para hablar con su compañero, pues, gracias a que su comportamiento se vió afectado debido a ese jutsu, Itachi se había vuelto mucho más hablador.

Logró que le dijera algunas cosas de su infancia, como las misiones que tuvo, su equipo, entre otras cosas irrelevantes, pero que aún así le habían interesado. Sin embargo, hubo algo en particular que captó su atención.

Una misión, para ser más exactos.

Sabía que en la Hoja eran muy blandos, aquella misión de la que le habló sonaba como algo ridículo, pero al imaginar cómo sería ver a su compañero de ese manera, no podía evitar estar agradecido de que fueran así.

En su camino a la Aldea de la Niebla, se toparon con un pueblo.

Era considerablemente más grande que el último en el que estuvieron. Las casas eran pocas, pero los establecimientos era gigantes. Había docenas de tiendas que vendían cosas distintas cada uno.

Se sentaron en un banco para que Itachi pudiera descansar un poco, mientras que Kisame seguía sin poder sacarse esa idea de la cabeza. Su vista vagó por su alrededor, hasta que se topó con una tienda que captó su atención.

—En un segundo regreso. —anunció, poniéndose de pie y alejándose con paso decidido, lo cual le extrañó al otro.

“¿Qué es lo que hará?” se preguntó Itachi mentalmente. Observó cómo Kisame ingresaba a un local y unos minutos después salía de él con una bolsa en su mano.

—¿Qué compraste, Kisame-san? —preguntó el Uchiha curioso, mirando la bolsa. El ex-ninja de la Niebla le pasó la bolsa y, al ver el contenido, Itachi no pudo evitar mostrar su sorpresa—. Kisame-san —le llamó, el otro lo miró ansioso y con una pequeña sonrisa—. ¿Para qué es esto?

La sonrisa de Kisame se ensanchó, confirmandole a Itachi que no debía volver a contarle sobre las misiones que tuvo en la Aldea de la Hoja.

Eran unas orejas de gato, color rosa pálido y algo esponjadas.

—¿Te las puedes poner, Itachi-san? —preguntó con entusiasmo, lo único que recibió como respuesta fue que el pequeño le regresase la bolsa.

—Sobre mi cadáver. —respondió con frialdad.

—Por favor, Itachi-san, si lo haces, no te volveré a molestar con esto. —pidió.

—Ya dije que no, es mi última palabra. —se puso de pie, pero antes de que pudiera dar siquiera un paso, sintió como unos brazos lo levantaban y lo ponían de regreso en el banco.

Ahora que estaba parado sobre el banco, Itachi veía claramente el rostro de su compañero frente a él.

—¿Qué tal una apuesta? —sugirió, pero Itachi seguía con la misma cara—. Si yo gano, te las pones por lo que resta del día y si tú ganas no te vuelvo a molestar con esto nunca más.

El pequeño lo miró por unos segundos.

—¿Por qué debería arriesgarme? —dijo con su tono neutro de siempre—. Si no apuesto, no te puedes salir con la tuya.

Kisame suspiró.

—Entonces supongo que debemos continuar con nuestro viaje —dijo fingiendo derrota—. Pero no logro recordar el camino, ¿debemos seguir por el sur, el norte, el oeste, el este, o tal vez el sureste? —cerró los ojos, haciendo como si no recordarse dónde estaba—. Hm, bueno, no importa, probemos ir a todos lados, aunque eso podría demorar meses. Lo siento, Itachi-san, parece que estarás así por mucho más tiempo.

Pequeño UchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora