Capítulo 12

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Lo que los soñadores siempre ignoran

—Querés ser un músico —dijo al viento después de unos minutos en silencio—. No dudo de tu talento ni tampoco desconfío de tus capacidades. Sé cuán importante fue Francisca para vos, pero no la compares conmigo. Hacer eso te convierte en...

—¿En quién? —inquirí—. Quiero saber qué te atormenta, Mara. Quiero entender qué te impide soñar.

Ella quedó en silencio nuevamente.

Entró al departamento y supe que había arruinado todo. Jamás fue mi intención hacerla sentir menos, no pude evitar ser un tonto.

Para mi sorpresa, ella regresó con una caja de cartón forrada en papel madera y con una etiqueta que decía «NO TOCAR (a menos que quieras morir)»

Se paró frente de mí y extendió sus brazos, dándome la caja misteriosa.

Quité la tapa, sin tener cuidado en dónde la dejé apoyada. Solo me importaba Mara y los secretos que tenía tan bien guardados allí.

Y entonces los vi.

Montones de papeles escritos con tinta negra, algunos enteros y otros rasgados; como si fuesen la parte faltante de un todo.

Pequeños anotadores amarillos con nombres que no podía entender. Noté que la caligrafía pasaba de ser una desprolija e infantil a una mucho más pulcra y entendible.

De todos los papeles, muchos estaban enganchados con grapas o guardados en folios con señaladores de colores. Los otros pocos que quedaban casi al fondo permanecían arrugados, manchados o maltratados.

Pude ver uno que otro pegado con cinta adhesiva cual rompecabezas.

Finalmente la miré a los ojos, esos marrones que para los otros parecerían comunes pero que para mí eran toda una rareza.

—¿Qué...?

—Me preguntaste cuál es mi sueño —interrumpió—. Eso es lo poco que queda de lo que alguna vez fue mi razón para luchar.

—¿Qué es todo esto? —pregunté, aún sin entender.

—Lo que ves son borradores de las varias historias que comencé a escribir y que nunca terminé —aunque estuviese sonriéndome, sabía que algo se rompía en su interior al hablar de ello—. Escribo desde los nueve, nunca me consideré mala. Pero hay cosas en esta vida que es necesario abandonar para poder avanzar. No todos los escritores llegan a la grandeza, eso lo tenía más que sabido. Arriesgarme no era una opción.

—Pudiste intentarlo. Quien no arriesga, no gana.

Mara lanzó una breve carcajada.

—Vos arriesgaste mucho, ¿pero acaso lograste algo?

Tenía su punto. Desde que pisé este país, casi no tuve oportunidades de estar más cerca de una orquesta, ni siquiera pude tocar en algún bar de la zona.

Pero yo no quería admitir mi derrota.
Porque hacerlo era mostrarle que sus sueños jamás iban a cumplirse.

Quería ayudarla, de verdad quería hacerlo.
Supe desde que nos conocimos que detrás de esa fachada de chica seria y pesimista, había una niña con sueños inconclusos y esperanzas destrozadas.

—Siempre hay obstáculos, Mara —le dije con seguridad—. Solo los verdaderos luchadores saben cómo superarlos y llegar a la meta. Mi sueño aún sigue en pie, aunque ahora mismo me pase las noches siendo mesero. Tengo la esperanza de que el músico que habita en mí quiere seguir luchando.

Todos los sueños mueren en Buenos Aires [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora