Epílogo

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Serendipia

Mara

—Que disfrute la función, señorita González —dijo con una gran sonrisa el guardia, mientras me devolvía la entrada.

Habían pasado más de dos años desde que tuve ese accidente y debieron internarme en el hospital. Muchas cosas pasaron en ese tiempo que pareció efímero, unas mejores que otras.

Ahora estaba cursando mi cuarto año en la carrera de abogacía. No, no abandoné el estudio. Había pasado por demasiado como para rendirme a esas alturas; al menos graduarme sería el final del arduo recorrido para tener un trabajo estable.

En esos años, aunque no lo crean, aprendí a relajarme y saber disfrutar los pequeños momentos de la vida.

¡Sigo escribiendo! Incluso terminé ya el tercer libro de una trilogía sobre ficción histórica.

Muchas editoriales habían rechazado la idea y, aunque eso me desanimó, nunca me di por vencida. Finalmente conseguí una pequeña editorial emergente, cuyos dueños amaron el primer libro.

Al final, Luca Mancini tenía razón. Mi sueño se estaba cumpliendo como jamás creí que lo haría.

Y ahora, en este preciso instante, podía verlo tocando el violonchelo. Ese instrumento que había cruzado el Océano Atlántico para torturarme por las madrugadas y acompañarme en el aburrido hospital.

Desde la comodidad de la butaca aterciopelada del Teatro Colón, uno de los más antiguos y prestigiosos de la ciudad de Buenos Aires, podía admirar por mí misma la pasión con la que ese extranjero tocaba.

Casi una hora después terminó el espectáculo, mi orgullo casi choca contra el alto techo del lugar cuando vi que le arrojaban flores de todas partes.

Era su quinta noche como el violonchelista oficial de la orquesta y todo mundo lo amaba. Se podía decir que era una de las joyas más preciosas que tenía la ciudad.

Él me vio desde el escenario, me sonrió con esa típica expresión embelesada que tuvo desde que lo vi por primera vez, y yo le devolví el gesto.

Una vez todas las personas salieron del lugar y los músicos fueron tras bambalinas, Luca me arrastró hasta donde había estado sentado, luciendo sus dones como el artista musical que era.

—¿Cómo te fue en la presentación del segundo libro? —fue lo primero que preguntó una vez los reflectores nos iluminaron.

—Como siempre — respondí con sinceridad—. Casi me largo a llorar al no creer que estuviese ahí. Ver mis libros en las vidrieras es emotivo, por más que no sean famosos ni best seller. Estoy feliz de saber que a alguien le gusta lo que hago. ¿Qué tal vos? Te luciste como nunca antes.

Luca se sonrojó.
No importaba cuánto tiempo pasara, él siempre tenía ese tipo de reacciones con mis cumplidos.

—Gracias. Estaba algo nervioso y tenía miedo de equivocarme, por suerte Mercedes me convenció de hacer unos ejercicios de respiración antes de la función.

Ah, cierto.

Mercedes era la flautista principal. Chica de veintitantos, piel perfecta, sonrisa encantadora y un aura que animaba cualquier día gris.

Luca y ella se hicieron amigos el día que ambos tuvieron la audición privada para ser parte de la orquesta.

Me agradaba mucho, al fin y al cabo era la única amiga que Luca tenía.

¿Por qué yo no cuento? Bueno...

—Otra vez te quedaste mirando a la nada —rió, haciéndome salir del trance—. Mi novia es muy linda incluso cuando pone cara de tonta.

—¡Agh! No empieces con tu cursilería —todavía no me le tomaba costumbre a esa palabra con tanto significado—. Sé bueno e invitame a cenar. Tengo hambre.

—Siempre tienes hambre —me miró con asombro—. Dame un beso y tal vez lo piense.

Dicho esto, estiró sus labios en forma de pico de pato. Eso era él, un tierno patito buscando afecto.

Miré en todas direcciones para corroborar que solo nosotros quedábamos en el teatro. Cuando confirmé nuestra soledad en medio del silencio, le regalé un fugaz beso.

Los pies de Luca se estremecieron. Una sonrisa se dibujó en su rostro y sus ojitos se iluminaron.

—¿Vamos?

—Vamos.

[...]

Arribamos en el local de Amalia, la hija de Darío.

Ella también se había unido a nuestro club de soñadores, queriendo poner un pequeño local especializado en comidas de todo el país. Claro que eso nunca fue el futuro que sus padres habían divisado para ella.

Darío esperaba que trabajase en su pizzería, pero con solo tener a su yerno de chef le bastaba.

En cuanto a la esposa del ya mencionado, había puesto en alquiler su local para ayudar a su esposo. La pizzería de Darío se había vuelto popular en aquella zona donde abundaban los turistas.

—¡Mara! ¡Luca! —Amalia siempre nos recibía con efusividad; era tan linda—. Mis clientes favoritos. ¡Los estaba esperando! Pasen, sin miedo. Pedí que reservaran su mesa. ¿Cómo les fue hoy?

Luca y yo nos miramos, como si nuestras mentes estuvieran conectadas. Ambos respondimos al unísono:

—Mejor que nunca.

Ella nos sonrió.

—Ay, siempre tan lindos y sincronizados. Si no amara tanto a mi esposo, ya me estaría tomando un vuelo a Italia para encontrar a un «Luca Mancini»

—¡Che! — me quejé, sin dejar de sonreír—. Mirá que si seguís diciendo esas cosas, se termina sonrojando. Parece un nene.

—No es verdad.

—Estás haciendo puchero, mi vida.

Amalia se fue al rato, no sin antes volver a decir cuán lindos nos veíamos siendo pareja. Pronto regresó con dos platos de empanadas tipo salteñas.

—Luca, ponete una servilleta en las piernas que te vas a manchar como la última vez.

—Ya sé, no quiero que me estés mirando con mala cara el resto de la cena. A mi mamá le pareció divertido pero yo me muero de miedo.

—La señora Luciana es una mujer increíble —admití—. No entiendo cómo se casó con tu papá si es puro hombre gruñón.

Él negó. —Papá te adora pero no quiere decirlo. Todavía no reacciona con eso de que mi novia es una chica fuerte e independiente.

—Eso y que le dije que no planeo tener hijos —recordé de pronto; su expresión fría se clava en mí cada vez que los visitamos en Sicilia—. Apenas estoy en mis veintiún años.

—Lo dice por mí, más que por ti. Ya casi cumplo veintiocho y ni siquiera estoy casado.

Dejé de comer en cuanto esas palabras salieron de su boca.

—¿Te gustaría estar casado?

Luca me miró, con media porción de comida fuera de sus labios.

—No es algo que me desespere aunque tampoco lo descarto. Apenas llevamos dos años siendo pareja. Conozco tus pensamientos, Mara. Me amas pero aún no estás lista para dar el siguiente paso.

Con absoluta sinceridad y ternura, no pude hacer nada más que sonreír. Él me conocía bien, y yo estaba agradecida por ello.

Al final, todo había salido bien.

Luca tuvo razón.Mientras él estuviera ahí para sostenerme, no tendría temor a caer para volvera intentarlo.




(...)

Esto es hermoso🥺

Y todavía faltan los extras.

¿Están listos para más momentos de Luca y Mara?

Todos los sueños mueren en Buenos Aires [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora