Capítulo 14

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Morir siendo nadie

Mara

Y entonces morí.

Pero sobreviví.

Cuando me quedaba poco para llegar a la luz al final del túnel, otra luz artificial me hizo abrir los ojos a duras penas.

No sentía mis piernas y algo puntiagudo pinchaba mi brazo derecho.

Exploré un poco más la habitación, solo para toparme con un somnoliento Luca Mancini cabeceando sobre su mano.

—Che, tano. Te vas a partir la cara contra el piso si seguís así.

Como si hubiese escuchado una alarma, despertó de golpe y miró mi camilla con los ojos bien abiertos.

Se paró con algo de torpeza y me examinó con la mirada. La preocupación escapaba por los poros de su piel.

—Mara, ¿cómo te sientes? ¿Necesitas algo? ¿Tienes hambre? Llamo a una enfermera, sí. Quedate acá que... ¿Por qué te ríes de mí?

—Te ves lindo preocupado —admití sin vergüenza alguna—. ¿Te llamaron?

Él asintió.

—Me tienes como «contacto de emergencia» —dijo con una sonrisa boba—. Apenas me dijeron que estabas aquí, le pedí a Darío que me trajera en su auto.

—¿Me voy a morir?

—No, ni siquiera pienses eso, Mara —su expresión cambió a una seria—. El doctor dijo que solo te rompiste la pierna izquierda, el golpe en la cabeza no es grave pero por si acaso te quiere dejar en observación unas noches.

—No — me negué rotundamente—. Ni en pedo, gracias. Sacame todos estos cables de acá y... ¿Esto es una intravenosa? ¡Ah, la que te re parió! Es una intravenosa, me da cosita. Sacamela, Luca.

Me puse a lloriquear como una nena chiquita pero tenía mis razones. Las agujas no van conmigo.

—Es importante que la tengas puesta y que te quedes acá, en reposo absoluto. Yo me voy a encargar de que no te aburras.

—No me gustan los hospitales.

—A mí tampoco, es el último lugar donde vi a Francisca con vida. Y así como estuve con ella, haré lo mismo contigo.

—¿Por qué harías algo tan tedioso como eso?

—Porque me gustas, Mara —eso me dejó en shock; o tal vez fueron los medicamentos—. Eres burlona, un poco pesimista y muy inteligente. Pero también eres cabeza dura, inquieta y te estresas con facilidad. ¡Así nunca vas a salir del hospital! Déjame demostrarte que podemos pasar un buen rato, juntos.

—Eso me gustaría —y de verdad que sí—. Pero no quiero estar acá, los hospitales me dan miedo.

—¿Te molesta... si te pregunto el motivo?

Negué con la cabeza.
A esta altura de mi vida, postrada en la camilla dura de un hospital, no sentí la necesidad de ocultarle algo.

—Mi mamá siempre fue borracha y adicta al juego. Pero hubo un momento en que sentir el alcohol arruinando su hígado no le fue suficiente, así que comenzó a drogarse en casa.

«La puerta de su habitación siempre permanecía abierta, por lo que era imposible no verla inyectándose algo en las venas o su nariz con rastros de polvo blanco. De ahí mi temor por las agujas. Recuerdo que en esa época me negué a colocarme las vacunas contra la gripe, creí que hacerlo me convertiría en ella.

Todos los sueños mueren en Buenos Aires [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora