Capítulo 13

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Volar sin alas

Mara

No toca el violonchelo desde hace cuatro noches.

Hace tres días que no coincidimos al salir del departamento.

Dos días en los que dejó de estar en línea en WhatsApp.

Luca Mancini no daba señales de vida desde el día de su cumpleaños.

—Mara, te estoy hablando.

Parpadeé un par de veces hasta regresar en mí.
Me di cuenta que no había tomado nada de mi café con leche desde que la moza lo trajo a nuestra mesa.

Ese día, había recibido una llamada de Consuelo, quien me aseguró que hablaría seriamente conmigo sobre Luca.

A pesar de tener un alma caritativa y angelical, la expresión ceñuda que se traía le daba un aspecto tenebroso.

—Luca está desanimado —directo al grano la vieja esa, me gustó—. Después de que le metiste esa idea de que los sueños suyos nunca van a cumplirse, sus papás se encargaron de bajonearlo más.

—Sí, bueno. A veces las cosas no son como imaginamos —sentí un ardor en la mano; la doña me había pegado—. Vieja loca, ¿quién se cree que es?

—Lo más cercano que tendrás de una madre regañando a su hija.

—Yo no soy su hija.

—Lo sé —respondió tosca—. Y si así fuera ya te estaría sacudiendo el cerebro para que uses un poquito el razonamiento. Acá y ahora quien me preocupa es ese pobre chico extranjero que ya no sabe qué hacer de su vida. Lo creas o no, mocosa insolente, no mereces que alguien se preocupe por vos.

Bajé la cabeza, avergonzada. No negaría que ella tenía razón; alguien debía decírmelo.

—Pero hay alguien que sí lo hace, alguien que se preocupa día y noche de que tu felicidad no se vuelva del tamaño de esta porción de chocotorta. ¡Moza! Discúlpeme pero creí que estaba en una confitería no en un hospital. ¡Mirá este pedacito pobretón que me trajeron! Después te cobran un huevo y medio riñón.

Lejos de encontrarlo divertido, me limité a dar vueltas el café con una pequeña cuchara.

—Hace días que no me lo cruzo por el departamento —ella me miró con expresión evaluadora—. Tampoco fue al trabajo, por lo que me contó Darío.

—A ese chico no solo le rompiste el corazón sino su alma completa —¿por qué todo lo que salía de su boca se sentía tan punzante?—. Mara, está perfecto que decidas darte por vencida y te cortes vos solita las alas. Pero querer hacer lo mismo con alguien que todavía quiere luchar, no está bueno.

—No es mi culpa —me llevé la taza a los labios y bebí un sorbo largo; el café ya estaba frío—. Solo... Le hice ver la realidad.

—Tu realidad no es la misma que la suya, Mara. Nunca lo fue y jamás lo será tampoco. ¿Por qué no querés entenderlo? Luca es una persona bondadosa, está lleno de energía, es dulce. Toda mi familia ya se encariñó con él. ¡Hasta la gente de su trabajo pregunta por el chico! Sin embargo, sos la única que lo aparta, la que no lo quiere. Y no entiendo por qué.

Permanecí en silencio, mirándola.

—Él tiene todo lo que siempre quise —admití, mientras hacía un esfuerzo por no quebrarme; mantenerme fuerte era esencial para sobrevivir—. Tiene la valentía para enfrentar a sus papás e irse del país. Confía en cualquier persona, le sonríe a la única que demuestra odiarlo. Aun así no es rencoroso, no les desea el mal a otros. Su positivismo me da miedo, me asusta pensar que hay personas que se aprovechan de gente como él.

Una lágrima corrió por mi mejilla; llevé dos dedos a mi cara para quitarla de ahí.
Consuelo ni se inmutó.

—Mi idea no era acabar con su sueño sino hacerle ver que cualquier malintencionado podría venir y manipularlo. Ya tuve bastante sufriendo por un sueño, no necesito ver cómo él sufre por lo mismo.

—Tus acciones no demuestran tus verdaderas intenciones, Mara —ella sujeto mis manos, ambas, con las suyas—. Hay formas de probarle cuán duro es sobrevivir en esta ciudad sin lastimarlo, ni lastimarte a vos misma en el proceso.

Asentí, y ella continuó.

—Apenas tenés diecinueve años, hay toda una vida por delante para intentar.

—Nunca voy a ser la escritora que espero de mí misma, Consuelo. Eso duele porque no me siento suficiente, no soy capaz.

—Querida, Dios te dio un bellísimo don. Uno que con los años fuiste perfeccionando, y que podés continuar. A veces los miedos nos frenan de una manera abrumadora, es complicado ignorarlos. Miralo así, a la escritora de Harry Potter la rechazaron en más de quince editoriales y ahora es la multimillonaria más famosa del mundo. ¿Suena un objetivo casi imposible, no?

—Demasiado, diría yo.

—Ese es el problema. Olvidate de los grandes objetivos, empezá por algo chiquito y sencillo. Primero escribí un libro, de lo que sea, y después vas a ir escalando. Nadie sube las escaleras de a veinte peldaños, Mara. Lo más importante que debes mantener en tu cabeza y corazón es la confianza en vos misma. Si no tenés confianza, sos vos solita la que se tira abajo.

—Es muy lindo si lo decís así —ella tenía las palabras perfectas; algo que mi mamá nunca supo darme—. Pero vos misma lo dijiste, soy un pájaro que se mutiló las alas y sin ellas no puedo ir a ningún lado.

—Ay, Mara —suspiró mientras pagaba la cuenta y se levantaba—. El pájaro más hermoso es que puede volar sin tener alas. No las necesitas para llegar alto. ¡Uy, mirá la hora! Me tengo que ir. Espero que sepas qué hacer.

Sí, lo sabía.

Al menos ahora sí.

Caminé por las calles de Buenos Aires mientras las palabras de Consuelo taladraban mi mente.

No fui justa con Luca.
Resultaba raro que incluso siendo una perra maldita él fuese tan lindo conmigo.

Comenzó a llover a cántaros, me importó muy poco sentirme empapada; nunca me molestó la lluvia, era relajante.

Las personas a mi alrededor se esfumaron cuando un trueno anunció la llegada de la tormenta. La típica ciudad llena de gente yendo y viniendo se convirtió en una fantasmal; los locales debían estar al tope.

Puede que haya sido mi distracción inoportuna, o quizás el hecho de que no vi a ambos lados de la calle a pesar del semáforo en rojo. Debí suponer que pasaría, en la ciudad nadie respeta las señales de tránsito, menos con un día como ese.

Lo único que recuerdo es el impacto del capó en mis piernas y mi cuerpo rodando por el techo del auto. Ni siquiera sé si sentí el impacto de mi cabeza contra el asfalto.

Había visto todas las temporadas de Grey's Anatomy, quedar inconsciente sería un problema. Mas no pude hacer algo para impedir que mis ojos se cerraran.

Estaba cansada.

Todos los sueños mueren en Buenos Aires [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora