Capítulo 6

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Visitas indeseadas

Mara

—Y entonces el ascensor ese rancio del edificio se detuvo, se quedó ahí. No sabés lo que sentí en ese momento, Martín, casi me muero con lo claustrofóbica que soy —estábamos con mi grupo de "amigos" y mi novio a las afueras de la universidad, compartiendo unos mates como solíamos hacer algunas tardes—. ¿Me estás prestando atención, Martín?

—Sí, gordi, me alegro por vos —me dijo mientras chequeaba su Instagram y reía por las boludeces que sus amigos compartían.

Ya era casi un hábito que él no me prestara atención cuando le hablaba. No solía molestarme porque eran temas sin importancia o puramente triviales.

Pero algo tan serio como lo que me había pasado el otro día que involucraba mi condición. Eso no lo permitiría.

—Ya me tengo que ir, tengo laburo.

—Ay, negri, tampoco te hagas la ofendidita así como así —pronunció Julia, quien era mejor amiga de Martín desde el colegio secundario—. Seguro no fue nada lo que te pasó, ya está. Vení, tomate un matecito, ¿querés?

Le mostré la sonrisa más falsa que mi mal humor pudo dibujar. Tan falsa como ella, tan falsa como todo su séquito de falsas arpías y víboras malévolas.

—Te agradezco, chiqui. Pero tus mates están más amargos que la sangre de tu mamá cuando se enteró de que tu viejo no la incluyó en el testamento —su expresión cambió de repente a una entre furiosa y sorprendida; mi sonrisa se ensanchó—. Aparte tengo cosas que hacer. No todos tenemos la suerte de que mami pague todos los gastos de la universidad, ¿viste? ¡Nos vemos mañana, chicos!

Y me fui de ahí con el orgullo por las nubes.

No dejaría que alguien como ella me rebajara de esa manera frente a los demás.

Con respecto a mi novio, comenzaba a considerar seriamente una ruptura definitiva.

Nadie se muere por terminar una relación así que...

Sí, lo pensaría por la noche en la tranquilidad de mi sala.

Luego de unos cuarenta minutos viajando en colectivo, llegué a la entrada del edificio al que llamaba hogar.

Pero, mientras metía la llave en la cerradura de la puerta de entrada y salida a la calle, una conocida figura tambaleó hasta llegar hacia mí.

Estaba más delgada que la última vez que me visitó, y su aliento apestaba a whisky.

—Necesito que me prestes dinero.

Solo rodé los ojos, intentando ignorarla.

—Hola, mamá, yo también te eché de menos —dije con sarcasmo.

Ella rió de una manera exagerada.

—Juro que te lo voy a devolver en cuanto gane la lotería este sábado.

—¿Así como me devolviste los quinientos pesos después de jugar a las maquinitas en el Casino? —indagué elevando mi tono de voz por su sordera—. Espera sentada, mamá, que parada vas a cansarte. ¡Y no vuelvas a venir sin antes avisarme!

—¡Sí lo hice! —se excusó, arrastrando sus palabras—. Le dije a Carlos que venía para el día de la madre.

—El portero se llama Andrés —le aclaré comenzando a perder la paciencia—. Y el día de la madre fue en octubre, estamos en marzo ya.

Me miró con cara de confusión.

—No voy a ponerme a discutir en la calle con vos, mamá. Andate a tu casa y cuando estés sobria me llamas.

Entré a mi departamento dejando a la mujer con las palabras en la boca.

Discutí tantas veces con ella en el pasado. Le dejé tantas veces en claro que nunca podría verla como mi madre, pero ella no entiende o se hace la tarada.

Vuelve.

Siempre vuelve, y me pide plata.

Si fuera una hija maldita ya habría llamado a la policía, o pedido que le coloquen una orden de alejamiento.

Pero como la vida me odió desde antes de mi nacimiento, ella es mi madre y única familia.

No puedo deshacerme de ella, al menos no todavía.

Cené sola como todas las noches.

Abrí los libros de estudio y comencé a escribir los apuntes para los próximos parciales que vendrían sin tregua alguna.

Alrededor de la una de la madrugada, su violonchelo comenzó a tocar.

No había notado cuán relajante era la música clásica hasta ese instante.

Todos los sueños mueren en Buenos Aires [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora