Extra 1

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De primeras impresiones y auténtico carácter

Narrador omnisciente

La primera vez que Mara visitó Sicilia, fue para conocer a la familia de su amado Luca.

No era una tan numerosa como se acostumbraba a ver en las ciudades italianas. Sin embargo, eso le venía más que bien; no podría haber soportado tener que luchar por la aprobación de tantas personas.

La argentina siempre se definió por ser alguien a quien le daba igual lo pensara el resto. Pero esto era diferente, se trataba de la familia del amor de su vida.

Era gracioso pensarlo.
Mara González era más capaz de sentir nervios por un examen universitario que por conocer a los padres de Luca.

Claro que, como buen novio, Luca Mancini le había escrito en una libreta todas las cosas que no podía mencionar ni hacer en un almuerzo familiar.

Además de presentarse como la novia de Luca ante sus progenitores, también recibiría la visita de uno de sus primos más cercanos, la esposa de este y su pequeña hija de cuatro años.

Durante el vuelo, Mara sintió las inmensas ganas de tirarse al Océano Atlántico. Cuando arribaron al aeropuerto, un leve mareo atacó su organismo. Y, finalmente, ya frente a la puerta de la casa Mancini, una espantosa sensación de querer largarse a llorar.

Durante el almuerzo no pudo sentirse peor.

Luca hablaba animadamente con su primo, Ángelo, y su padre sobre un campeonato de fútbol local.

Su madre elogiaba el trabajo que Fabiola, la esposa de Ángelo, había conseguido recientemente en una tienda de cosméticos. La cual, al parecer, pertenecía a la misma empresa donde su esposo trabajaba también.

La única que parecía interesada y curiosa, la única que le prestaba atención y le sonreía con ternura, era la pequeña Mariana. Esa chiquita rubia, de ojos celestes que se perdían con su transparencia, le extendía la manito cada tanto para tocar los pocos anillos que llevaba en sus dedos.

Fuera de ello, todos parecían ignorarla. Y eso hizo que su autoestima y buen humor se fuesen al carajo.

No quiso hacer una escena ya que sabía que los italianos eran conocidos por su fuerte carácter. Así que dijo en voz alta un «disculpen» y, sin fijarse si alguien la había escuchado, se retiró momentáneamente de la mesa para ir al jardín delantero.

¡Ah, qué bellísima vista le regalaba ese lugar! Jamás había visto flores más hermosas y perfumadas que aquellas.

Una vez intentó tener en el balcón de su departamento pero olvidaba regarlas, así que en menos de dos días las pobrecitas se marchitaban.

Pero ellos. Los Mancini tenían flores y enredaderas hasta sombreando las paredes y ventanas de la fachada.

Cuando sintió que ya era momento de volver a su lugar, una voz potente la detuvo justo en la entrada del comedor.

Con su no tan experto italiano, agudizó más sus oídos para escuchar mejor.

—Sigo sin entender qué tiene esa chica de especial, hijo. ¡Cuando dijiste que estabas dejando ir a Francisca por ella, creí que al menos valdría la pena conocerla!

—¡No te atrevas a hablar así de ella cuando no está presente! —esa era doña Luciana, la dulce madre de Luca—. ¿Dónde quedaron tus modales? Además, esa chica se está esforzando. Desde que nos sentamos a comer nadie ha intentado dialogar.

—¿Dialogar sobre qué, Luciana? Si casi ya sabemos todo sobre esa tal Mara —otra vez habló el padre de Luca, cuyo nombre no recordaba ni se interesó por aprender; siendo así, no merecía ni su tiempo—. Tiene veinte años, no tiene familia, estudia una carrera común, ya no trabaja porque le pagaban poco. ¿No te parece que está viviendo de nuestro hijo? Él es el único que cuenta con trabajo estable.

Todos los sueños mueren en Buenos Aires [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora