Capitulo veintiuno.

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Una chica que no necesitaba ayuda, corría desesperada en medio de vientos fuertes y un cielo tan gris como las cenizas. Sentía el olor de acre, madera y carne quemada llegando a su nariz, sin contar el de la sangre que la bañaba. Su vestido estaba rasgado, lo hizo ella misma con una espada que llevaba en su mano derecha, para poder correr sin que este le molestara.

—¿Por qué ahora?, Dimar, ¿por qué?

Ella, realmente, estaba molesta. Había perdido un par de días de viaje en nada. Hubiera preferido quedarse en Quebroks, pero no la dejaron y eso causó una pérdida de guardias reales que de verdad marcaban diferencia. No solo eso, ya era la tercera vez que la querían matar en este viaje. Y claro, no era para nada oculto porque la querían matar, en el reino ella tenía más derecho al trono que su hermano mayor.

—Dimar, ¿desde cuándo me habías traicionado? —pensó la chica con lastima mientras trataba de respirar mientras corría.

A lo lejos se escucharon los perros ladrar, junto con sonidos de otros animales. Ella sabía que su hermano era inteligente, pero no tan idiota para tratar de matarla usando a seres malignos. Además, él había hecho parte de la orden por tres años enteros, como todos los nobles barones del reino. Gracias a este conocimiento, ella dudaba que él la quisiera matar, pero... Si no es él, ¿quién?

Vio el bosque que conectaba con los pequeños pueblos de Quebroks, y no lo dudó, aceleró un poco más. Estaba cansada, pero parar a tomar aire era un suicidio. Usar el poco Hus Kha que podía usar, era un viaje sin retorno a los brazos de la diosa, así que lo más inteligente era meterse al bosque y esperar que la tormenta alejara a los caballeros enviados por su cuello.

Si alguien viera esa escena, describiría a una chica tan linda como un ave corriendo entre los árboles con la misma gracia que un ciervo siendo perseguido por cazadores. Los ladridos se acercaban cada vez más rápido. Un sonido fuerte retumbó el bosque, como si hubiese sido un rayo que tocó el suelo.

—¡Me están cazando con cañones de barcos! —exclamó con rabia—. ¡Cuando sepa quiénes son, van a morir! Claro, si salgo con vida de esta.

No tenía ni idea a donde habían disparado aquel artefacto, pero eso significaba que tenían más y los iban a usar sin dudas.

La lluvia comenzó a caer, los árboles, altos y viejos, impedían que mucha agua cayera al suelo, pero aun así caía la suficiente para crear charcos, cosa que generaba lodo y esto, en ultimas, ensuciaba y reducía la velocidad de Marian, una princesa que había acabado con la vida de un par de caballeros y perros. Alguien que había entrenado y mejorado sus artes en las espadas en contra de los designios de su padre.

La oscuridad comenzaba a ganar mucho terreno en el bosque. Maldijo por lo bajo, no tenía forma de encender luces. Ellos tal vez sí. Se detuvo un segundo, necesitaba respirar, tomar agua, incluso si fuera del suelo, y ver hacia donde moverse. Miró hacia atrás. En efecto, a lo lejos, no sabía que tanto, algunas luces rojas se habían encendido. Comenzó a sentir frio, el viento y el agua que caía no cooperaban para nada.

—Si mal no recuerdo... ¿Dónde deberían estar ellos?

Pensó la joven mientras comenzaba a moverse nuevamente. Estaba agotada, sentía su pecho y sus pulmones arder y a punto de explotar, pero no podía darse el lujo de detenerse. Pero, si algo le dolía más que nada, era el innecesario corsé que llevaba puesta. Uno que le tocaba ponerse, incluso si no la necesitara, para mantener una figura que ya tenía, pero que ahora mismo le estaba causando un dolor de cabeza. Llevaba, probablemente, cuarenta minutos desde la última vez que había hecho una pausa de más de veinte minutos. La de ahora fue de un par de minutos.

Se movió entre el bosque, no corriendo, sino caminando. El bosque de la zona de Quebroks era conocido por tener cuevas desalojadas por muchas cosas, entre ellos porque los Mharfoz vivían en el bosque y podían cazar ciertas noches sin ningún peligro de romper los acuerdos.

El dragón de la luz | TERMINADA |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora