Balada Para Un Ciego

Capítulo l

El recorrido hacia su casa se le parecía eterno, las horas seguían corriendo y su alma parecía haber escapado junto con sus ganas de felicidad.

Su cabello tenia un color castaño que le hacia resaltar sus ojos violetas, su piel casi pálida se le parecía caer en cualquier momento; sus labios no podían moverse, sus ojos no podían cerrarse y su alma parecía haber escapado en su suspiro.

El carro de su padre se había detenido, por fin había llegado a su casa. Algo le parecia extraño, la casa tenia un aspecto que no recordaba, algo más grande y un poco más vieja. Al entrar el piso de madera hizó un rechinido insoportable para sus delicados oídos.

No quería escuchar nada de sus padres, sin perder tiempo corrió escaleras arriba dejando atrás a su adolorida familia.

La puerta de su habitación se cerro de un sólo golpe; no podía creer que este viva. Aun parecía estar soñado.

"Pero qué falló?".

La pregunta que rondaba por su mente perturbada. La pregunta que le taladraba el cráneo, su pecho subía y bajaba con destrucción, era casi como si su caja torácica se fuera a partir internamente.

Dirigió sus manos huesudas y blancas hacía su cabeza y sin piedad se jaló los cabellos castaños. Sus dientes mordieron sus propios labios hasta que veía caer hilillos carmesí en su ropa, su espalda buscó la pared helada y con un llanto desgarrador fue cayendo lentamente; sus ojos se movían de un lado a otro, desorbitados.

"ya no puedo más".
"Ya no quiero seguir".
"Por qué estoy viva?"

Preguntas que hace mientras que sus lágrimas le queman los ojos y los gritos le perforan los pulmones. El aire se escapa y por momentos el sufrimiento crece.

Se alza las mangas de su blusa y contempla con orgullo y dolor el corte de la noche anterior: orgullo, por atreverse a acabar con su existencia. Y dolor, por que no funciono. Cae la noche y con ella la luna de bronce; la mira desde su ventana abierta, mientras que ella restriega su frente sudorosa por su profunda herida.

Llora sin control encima de su herida reciente ya cerrada y de sus cicatrices blanquecinas. Llega el momento que su mente entra en una especie de amnesia donde ni siquiera puede mover ninguno de sus músculos.

Y así, con lágrimas en los ojos y con frustraciones en el corazón, sus ojos se rindieron llevando su cuerpo hacia el más profundo sueño.