Encontrarse a una suicida en el baño de la universidad... no es para nada usual.
Alisson Davis salva a esa chica de pelo azúl que está al borde de la muerte, y aunque al principio se muestra enfadada con ella por haberla salvado, poco a poco descub...
El viaje en el ascensor hasta el sexto piso me pasó volando. No podíamos dejar de darnos besos, era imposible. Tampoco podía dejar de mirarla, ni de acariciar su rostro para cerciorarme que Billie estaba frente a mi, sonriéndome como si fuera lo más preciado de su vida.
Una vez dentro del apartamento, Billie se encargó de llevar todo mi equipaje a su habitación, mientras yo me quedé observándolo todo.
No era grande, pero tampoco pequeño. El salón era bastante espacioso, y tenía un balcón con vistas a la ciudad. Habia una cocina perfectamente cuadrada y un baño. Seguramente sólo tendría una habitación, en resumen, un apartamento perfecto para una o dos personas.
Lo que más me gustó fué el desorden del salón, había un gran plástico en el suelo para que todos aquellos botes de pintura no mancharan nada. Habían varios lienzos, unos acabados y otros no.
Me acerqué a un cuadro colocado unos centímetros más arriba del televisor.
Era mi rostro, pintado con todos y cada uno de los colores. Captó mis facciones a la perfección, como si lo tuviera estudiado y memorizado. De repente sentí sus brazos abrazar lentamente mi cintura desde atrás, su barbilla se acomodó sobre mi hombro.
—Me he pasado horas observando ese dibujo. —djo.
Escuché su voz muy cerca de mi oreja, mi piel se herizó. Llevé mis manos sobre las suyas en mi vientre.
—Adoro la manera en la que dibujas. —contesté. —Tienes un don.
—¿Te gusta?—preguntó.
—Me encanta. —respondí mientras giraba mi cuerpo rodeado por sus brazos.
Quedamos cara a cara y yo abracé su cuello.
—Tienes que ver el que tengo en mi habitación. —dijo.
Me robó un casto beso y cogió mi mano para tirar de mi hacia la habitación. Era espaciosa, tenía varios cuadros sin colgar, una cama de matrimonio enorme y un escritorio. Tenia baño propio.
El cuadro que estaba al lado de la ventana provocó que mis ojos se humedecieran.
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La miré mientras mi corazón latía con fuerza y me sentí mal por haber pensado, aunque sea por un momento, que Billie podría haberme olvidado.
—¿Recuerdas cuando nos hicimos esa foto? —preguntó.
—Fué el día que le dijimos a mi madre lo nuestro. —contesté. —Cómo olvidarme...
Sonrió y se acercó a mi. Tomó mis manos entre las suyas.
—¿Cómo está?
—Está muy bien, dejó de trabajar para tu padre cuando te fuiste y ahora trabaja en una cafetería. La veo feliz. Oh, y te manda muchos abrazos, dice que te extraña. —contesté sonriente.