Capítulo 18

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Renzo

Mía se ve espectacular. Encantadora. Hermosa. Lleva un vestido azul con mangas, la tela es suave y en la falda se rodea un delicado pliegue. Su cabello está suelto y ondulado. Está maquillada con delicadeza, sobrio, nada exagerado. Me gusta.

Se ve mejor desde la última vez que estuve con ella, un poco más delgada, pero nada que no se pudiera solucionar con una mejor alimentación. Su rostro abandonó las ojeras y en sus mejillas se pinta en rosado tierno. ¿Cómo se habrá sentido Mía en estos últimos días? Me hubiera gustado venir a visitarla, pero el trabajo y Axel me lo impidieron. Además, ella necesitaba tiempo a solas para entender cuál iba a ser su nueva vida. Y si que costaba acostumbrarse a las faltas, pero con el tiempo se vuelven cotidianas.

- Pasa. – dice nerviosa desde el umbral de la puerta.

Mía retrocede y se va a su habitación, por la puerta semiabierta puedo ver el revuelto de ropa que hay tirada en el suelo. ¿Ella será desordena o era por los nervios? De cualquier forma, sonrió al ver como camina de un lado a otro.

- Gracias- le grito desde el sofá.

Cuando Mía reaparece lleva un bolso negro y pequeño en las manos. Ya no lleva el cabello suelto, se lo ha recogido en una coleta con delgados mechones que caen por su rostro.

- ¿Me veo bien? – preguntó temblorosa.

- Te ves perfecta. – la hago sonreír.

Ahora se ve incluso más hermosa. Más radiante. Más cálida.

- Vámonos antes que me arrepienta- bromea. Coge su abrigo negro del espaldar del sillón y se lo pone.

Ella comienza a caminar en dirección a la puerta, pero antes la cojo del brazo y la volteo a mí. Su piel se siente cálida bajo la fina tela del abrigo, noto su incomodidad, la suelto y tomo distancia.

- Nos falta algo. – le recuerdo lo obvio. Su mano esta vacía, no lleva anillos.

En el bolsillo derecho de mi saco una cajita color negro. Esta mañana le había dicho a Axel que me acompañara a la joyería por un anillo de compromiso. Si los demás veían un anillo en la mano de Mía, con un gran y brillante diamante, no dudarían de lo importante que es ella para mí. ¿Para qué más dabas un anillo si no era un juramento de compartir la vida?

Y mientras destapo la caja recuerdo promesas rotas, propuestas que se quedaron en el aire y sueños que nunca vieron la luz.

En la caja se guarda un anillo con aro dorado de tres piezas, cada uno representa una el tiempo: el presente, el pasado y el futuro. Tomo su mano izquierda y coloco el anillo en el dedo anular, por dónde tradición contiene la vena amoris. La vena que conecta directamente al corazón.

No estaba seguro acerca del tamaño, pero cuando lo deslizo encaja perfectamente.

- Ahora si podemos irnos.



El camino a casa de mis padres es silencioso, incómodo.

Llego a la reja de hierro de recorrer toda la casa, toco el timbre y automáticamente abren la reja.

Mía se remueve en su asiento, observa por la ventana, tiene los ojos abiertos.

Viví en una mansión hasta que fui a la universidad. La gran casa y los jardines llenos de flores sorprendían, pero dejaba de tanta elegancia solo quedaba un hogar.

- Es muy hermoso. – dijo volviéndome a ver.

Estacionamos cerca a la entrada y bajo del auto. Simón, mi chofer y guardaespaldas, me imita y abre la puerta del lado de Mía.

Camino hasta colocarme al lado de Mía, entrelazo su brazo y me inclino para hablarle al oído. Ella está muy nerviosa, su cuerpo tiembla y sus mejillas perdieron el color.

- No te prometo que todo saldrá bien, pero sí que no te dejaré ni un minuto. – esas palabras la calman, sus hombros se relajan.

Entramos a la mansión. Mía se engancha fuerte a mi brazo, como si tuviera miedo a caer, no me molesta que lo haga.

A medida que nos vamos adentrando saludo a familia y amigos, no me detengo en ninguno de ellos. Voy por mi objetivo, mis padres. Ellos están en el centro de la sala, conversando alegremente con unos socios que despiden cuando estoy a unos pasos. Sus miradas viajan de mi a Mía rápidamente, están felices. Las personas a nuestro alrededor fingen no mirarnos, todos los ojos puestos sobre ella, que deslumbra como faro.

- Renzo, hijo. – dice mi madre sin poder controlar su emoción. - ¿Nos presentas a tu linda acompañante?

Mía se sonroja y sonríe.

- Ella es Mia- la presento a mis padres.

- Un gusto en conocerte Mia. – sonríe- Me llamo Laura y este es mi esposo, - señala a mi padre que está a su costado – Gabriel.

Mis padres siempre han sido tan opuestos al ojo de los demás, pero yo siempre los vi como uno. Mi padre era sereno y mi madre entusiasta, dos colores que no combinaban, pero que en su caos eran perfección. Si los conocieras por separado te sorprendería conocer que están casados, sus distintas personalidades no te hacen imaginar a una pareja así, pero ellos lo han hecho funcionar por años. Sé que presentándoles ha Mía les he hecho liberar el peso de que me quedara solo por resto de mi vida, esta noche terminaba su angustia, o al menos por unos meses.

- También es un gusto conocerla Señora Ferran.

Mía desenrosca nuestros abrazos y estira la mano hacia mi madre. Esta no tarda en cogerla y se funden en un abrazo, un poco exagerado para mi gusto, muy extraña la escena. Mientras que mi padre le acepta el apretón y le da la bienvenida.

- Mayor gusto tenemos nosotros al tenerte aquí. – dice mi padre.

Las miradas a nuestro alrededor no cesan, pero prefiero a las personas que disimulan a las que cuchichean con descaro.

Doy una vuelta con la mirada a la sala buscando a alguien en especial, a una persona que no veo hace meses y que extraño. Me encuentro a Axel y Emma en una esquina besándose, y a mi tía frente a ellos observando con asco.

Sigo buscando y doy con mi objetivo. Sonrió y veo como se acerca a nosotros.

Una Boda Por Un Contrato [Completo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora