EL primer miércoles de septiembre, la tentación salió en busca de Park Jimin.
Hasta entonces, Jimin había estado haciendo las cosas bien. Durante más de dos semanas, había cumplido la promesa que se había hecho a sí mismo. Había mantenido un perfil bajo y se había comportado con dignidad. No había aceptado desafíos y había evitado situaciones en las que podría haberse visto tentado a ir demasiado lejos.
No le había resultado difícil. Había pasado los días con sus adorados caballos y las noches en casa.
Hasta que llegó aquel fatídico viernes.
Ocurrió en los establos, justo antes del amanecer. Jimin estaba preparando a una de los caballoz para salir a dar su paseo matutino. Acababa de colocar la silla sobre la reluciente espalda del caballo cuando oyó un sonido susurrante tras el.
Skay alzó la cola y relinchó suavemente. Su característico pelaje iridiscente resplandecía incluso en la penumbra del establo iluminado únicamente por una bombilla colgada del techo. Jimin miró hacia las sombras y descubrió la fuente de aquel sonido inesperado.Cerca de la puerta que conducía al patio, vio a un mozo de cuadra con una escoba. No le conocía y eso lo extrañó. Los establos del palacio eran como una segunda casa para él. Jimin conocía a todos los mozos. Aquel debía de ser nuevo.
Gilbert, el jefe de cuadras, llegó desde el patio todavía a oscuras y le dijo algo al hombre de la escoba. Este se echó a reír y Gilbert le imitó. Al parecer, le caía bien el nuevo empleado.
Jimin se encogió de hombros. Estaba comenzando a sacar al caballo del establo cuando vio que Gilbert se había ido. El mozo nuevo todavía estaba allí.
Había dejado la escoba a un lado y estaba apoyado contra la pared de la puerta que conducía al patio.
Cuando Jimin se acercó, se enderezó e inclinó lentamente la cabeza.
—Su Alteza —lo saludó.
Tenía una voz profunda y mostraba una actitud irónica y de una gran confianza en sí mismo. Jimin reconoció el acento inmediatamente: americano.
Por supuesto, él no tenía nada en contra de los estadounidenses. Al fin y al cabo, su padre lo era. Pero aun así... Por norma general, los mozos que trabajaban en el establo eran de Montedoro y mostraban un carácter mucho más reservado.
El mozo alzó su oscura cabeza y lo miró a los ojos. Los suyos, azules, tenían un brillo travieso.
Definitivamente, aquel hombre era toda una tentación.
«Tranquilízate. Intenta controlarte», se dijo.
¿Qué más daba que el nuevo mozo de cuadras fuera un hombre atractivo? ¿O que le hubiera bastado mirarle para pensar en lo aburrida que era su vida últimamente?
En un intento de parecer firme y decidido, cuadró los hombros y le miró sin mostrar demasiado interés. El mozo en cuestión iba vestido con una camisa sin mangas, unos vaqueros desgastados y unas botas. Y era, definitivamente, muy atractivo. Alto, delgado y con un lunar bajo los labios. Jimin se preguntó por qué no le habría obligado a Gilbert a ponerse el uniforme.
El mozo dio un paso adelante y los pensamientos de Jimin salieron volando en todas direcciones.
—¡Qué chico tan guapo! —le dijo el mozo... al caballo.
Jimin le miró perplejo mientras él acariciaba la cabeza larga y reluciente de Skay.
Al igual que el resto de los caballos criados en el establo, Skay era un animal fieramente leal. Eran pocas las personas a las que entregaba su confianza y afecto. Pero aquel mozo confiado y atractivo pareció obrar una cierta magia sobre el caballo. Skay le hociqueó y relinchó suavemente mientras se dejaba acariciar.
Jimin permitió que le prestara aquellas atenciones al caballo. Si a Skay no le importaba, a él tampoco. Y, al ver a aquel mozo con el caballo, comenzó a comprender los motivos por los que Gilbert le había contratado. Tenía mano para los caballos y, a juzgar por su atuendo, probablemente necesitaba el trabajo. Gilbert, un hombre de gran corazón, seguramente se había compadecido de él.
—Que disfrute de un agradable paseo, señor.Las palabras fueron perfectamente educadas. El tono, agradable y respetuoso. El tratamiento correcto. Pero su mirada estaba muy lejos de ser la correcta. Y distaba mucho de ser respetuosa.
—Gracias, lo haré —contestó.
Y sacó el caballo a la luz grisácea del amanecer.
Para cuando Jimin regresó de su paseo matutino, el mozo nuevo había desaparecido. No lo sorprendió. Era habitual que los mozos de cuadra trabajaran fuera de los establos.
Aquel país, el principado de Montedoro, era un pequeño paraíso situado a orillas del Mediterráneo, en la Costa Azul. La frontera francesa estaba a menos de dos kilómetros del establo y la familia de Jimin era propietaria de numerosos pastos y potreros situados cerca de la campiña francesa. A cualquiera de los mozos se le podía pedir que fuera a aquellos pastos. Y, sinceramente, ¿qué más le daba dónde pudiera estar? Resistió las ganas de preguntar a Gilbert por él y se recordó a sí mismo que, por interesante que fuera, era exactamente la clase de capricho que no podía permitirse después del episodio de Glasgow.
Le bastaba pensar en lo sucedido para sonrojarse. Y, sin embargo, necesitaba recordar aquella humillación para no volver a comportarse de manera tan poco aceptable.
Al igual que la mayoría de sus escapadas, todo había ocurrido de la manera más inocente.
Había decidido en un impulso visitar Blair Castle para asistir a un concurso hípico y había volado a Perth la semana anterior al concurso pensando que le gustaría pasar unos días visitando Escocia.
Nunca había estado en Blair Castle. Había quedado con varios amigos en Perth y habían conducido desde allí hasta Glasgow, pensando que sería divertido disfrutar de sus concurridos pubs. Habían encontrado uno bullicioso y encantador en el que se celebraba, además, la noche del karaoke.
Jimin había tomado una o dos cervezas de más. Su guardaespaldas, el bueno de Altus, le había dirigido en más de una ocasión la mirada con la que solía advertirle de que estaba yendo demasiado lejos. Como era habitual, él le había ignorado. Y, al cabo de unas horas, sin saber muy bien cómo, se había visto de pronto en el escenario, cantando la canción de Katy Perry I Kissed a Girl. En aquel momento, le había parecido algo inofensivo y muy divertido. Se había entregado por completo a su actuación y había representado la letra.
Las fotografías de su apasionado beso con un camarero de Glasgow habían sido todo un escándalo. Los paparazzi se habían puesto las botas. Pero a su madre, la Princesa Soberana, no le había hecho tanta gracia.
Después de aquello, Jimin se había jurado a sí mismo que no volvería a hacer nada inadecuado. Eso, por supuesto, implicaba mantenerse al margen de aquel mozo de cuadra tan atrevido.
A la mañana siguiente, jueves, el mozo volvió a aparecer. Cuando Jimin entró a las cinco de la mañana en el establo, estaba allí, barriendo. Al verle, sintió un irritante revoloteo en el pecho.
Para disimular la absurda emoción que le causaba aquel encuentro, le dijo en un tono de superioridad del que inmediatamente se arrepintió:
—Perdón, no sé cómo te llamas.
—Jungkook, señor.
—¡Ah! Bueno... Jeonguk... —se sentía de pronto como si se hubiera quedado sin lengua. Era ridículo. Completamente ridículo—. ¿Podrías ensillar a Kajar, por favor?
Señaló con la mano el establo en el que esperaba Kajar, un capón gris.
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How Marrying With A Prince?[ADAPTACIÓN KOOKMIN]
FanfictionJimin quería todo lo que Jungkook podía darle, y no estaba dispuesto a conformarse con menos Park Jimin debía aprender a comportarse como un auténtico príncipe. Se acabaron las escapadas que terminaban apareciendo en la prensa. Sin embargo, el n...