Capítulo 6

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El lunes no vio a Jungkook, pero el martes bajó al Triangle D’Or, una zona de tiendas muy exclusivas situada cerca.
del casino, para ir a recoger un bolso de Balenciaga y le vió tomándose un café en una terraza. Estaba tan solo que le entraron ganas de acercarse a hablar con él.
   
Pero no lo hizo. Pasó frente a la terraza a toda velocidad antes de que pudiera él verlo o, peor aún, ignorarlo.
   
Había dicho que se marcharía el jueves, de modo que solo tenía que aguantar un día más sin hacer ninguna estupidez.
   
El miércoles no pensó en otra cosa durante todo el día que en la marcha de Jungkook. Él no se pasó por los establos o, si lo hizo, el no le vio. Jimin llegó a su casa poco después de las seis con ganas de llorar. Se le hacía insoportable pensar que Jungkook se marcharía al día siguiente y, probablemente, no volvería a verle nunca más.
   
De modo que hizo justo lo que sabía que no debería hacer: descolgó el teléfono, llamó al Belle Époque y pidió que lo pasaran con la habitación de Jungkook. Este contestó al segundo pitido.
   
—¿Sí?
  
 —Hola, soy Jimin, ¿sigues pensando en irte mañana? —su voz sonaba ronca y confiada. Era la voz del hombre atrevido que Rhia decía que era.
   
— Jimin, qué sorpresa —pero Jungkook no parecía alegrarse de la llamada.
   
—Estás enfadado conmigo.
   
—El viernes por la noche, cuando saliste corriendo, entendí perfectamente el mensaje, y también el otro día en los establos, quedó bastante claro lo que pretendías decirme.
   
—Yo... Lo siento, a lo mejor no debería haber llamado.
   
Se hizo un silencio, pero, después, Jungkook dijo con auténtico sentimiento:
   
—Me alegro de que hayas llamado.
   
Jimin dejó escapar un suspiro de puro alivio.
   
—¿Te vas?
   
—Sí, mañana.

—¿Y esta noche? —tenía un nudo en la garganta—. ¿Esta noche estás ocupado?
   
Otro silencio. Por un momento, Jimin pensó que le iba a colgar el teléfono, pero Jungkook preguntó:
   
—¿A qué estás jugando, Jimin?
   
—No es ningún juego, te lo prometo.
   
—Pues, francamente, tengo la sensación de que es un juego que jamás podré ganar.
   
—Mirémoslo de este modo —le propuso Jimin, intentando mantener un tono de ligereza—, por lo menos no soy una persona predecible y aburrida.
   
Jungkook volvió a enmudecer.
   
—Estoy disponible —contestó al final—. Para ti.
   
Muy bien. Por fin hablaba como un hombre que quería volver a verlo. Jimin se sentía flotar en el aire.

—Quiero ponerme un traje de noche y diamantes. Me gustaría jugar al bacará y cenar en La Chanson.
   
—Haremos todo lo que tú quieras.
   
Jimin sintió un revoloteo en el estómago. Se le aceleró el corazón y le ardían las mejillas. Estaba completamente fuera de control. Y era fabuloso.
   
—Quedamos en el casino, al lado de la fuente, a las ocho en punto.
   
—Allí estaré —le aseguró Jungkook.
   
Cuando la limusina de Jimin aparcó, Jungkook ya estaba esperándolo donde le había indicado, arreglado para la velada y ansioso por volver a verlo. Salió el chófer, rodeó el vehículo y abrió la puerta. Jimin salió con un traje dorado que se aferraba a sus curvas perfectamente. Iba solo, tal y como Jungkook esperaba. Nada de guardaespaldas. Taehyung le había dicho que solo utilizaban guardaespaldas cuando salían del principado. Mejor, de esa manera, podría estar realmente a solas con él.
   
Jimin le vio y apareció en sus labios una sonrisa radiante. Permanecieron mirándose en silencio como una pareja de adolescentes enamorados mientras el chófer se sentaba tras el volante y se alejaba del casino.
   Comenzaron a moverse casi al mismo tiempo. Apenas había dado Jungkook tres pasos cuando estaba ya frente a él, clavando la mirada en aquellos asombrosos ojos de color azul verdoso.
   
—¡Dios mío, estás precioso!
   
—Has venido —contestó él —. Tenía miedo de que no lo hicieras.
   
—¿Estás de broma? ¿Rechazar la oportunidad de pasar una velada contigo? No podría —por encima del hombro de Jimin, vio a un hombre con una cámara—. Creo que hay alguien haciéndonos fotos.
   
—Compórtate con dignidad e ignórale. Haré todo lo posible por imitarte. Los dos sabemos que la dignidad no es mi fuerte.
   
—Eres más que suficientemente digno.
   
Jimin le contestó con una de sus sonoras carcajadas.
   
—No es verdad, pero gracias por intentarlo.
   
Jungkook tenía muchas ganas de besarlo, pero no quería hacerlo mientras un idiota les hacía fotografías.
   
—¿Cenamos antes? —le propuso.
   
—Perfecto —contestó Jimin, y se agarró a su brazo.
   
Jungkook había reservado una mesa en la terraza del restaurante, a orillas del mar. La comida era excelente y el servicio sabía parecer invisible y, al mismo tiempo, presentarse en cuanto se le necesitaba. El cielo fue oscureciéndose lentamente y la luna iba ascendiendo sobre el agua y aumentando su brillo a medida que avanzaba la noche.
   
No hablaron de nada trascendente durante la cena, pero a Jungkook le bastaba con estar con él, oír su risa y contemplar los hoyuelos que adornaban sus mejillas cuando sonreía.
   
Después de cenar, fueron paseando hasta el casino. Jugaron a la ruleta y al bacará. La gente se detenía para observarlos y les hicieron algunas fotos. Jungkook había previsto que aquello podía pasar y había llamado por adelantado para hablar con el director del casino y asegurarse de que los empleados estuvieran al tanto de la situación. Ellos se aseguraron de que ningún curioso se acercara demasiado.
   
Alrededor de las once, Jungkook lo desafió a jugar al blackjack en una de las salas reservadas. Jimin le miró con recelo, pero al final, tal y como Jungkook había previsto, aceptó el desafío.

—¿Crees que me arrepentiré?
   
Jungkook se limitó a ofrecerle el brazo y lo condujo hasta una de las salas en las que les estaba esperando una mesa acordonada por cuerdas doradas en una discreta esquina.
   
—He pensado que podríamos jugarnos algo más interesante que dinero —le explicó Jungkook.
   
Lo ayudó a sentarse y se sentó después enfrente de él.
   
Jimin recorrió con la mirada aquella enorme sala. Casi todas las mesas estaban ocupadas.
   
Se inclinó hacia delante y bajó la voz, de manera que solo él pudiera oírlo:
   
—No voy a desnudarme en una habitación llena de desconocidos.
   
—Evidentemente —respondió Jungkook, riendo—, debería haber pedido una sala privada.
   
—Será mejor que no sigamos por ahí —intentó permanecer serio, pero los hoyuelos lo traicionaron
   
—Me parece justo —Jungkook barajó las cartas.
   
—Pero si no jugamos por dinero, ¿qué nos estamos jugando?
   
—A Orión.
   
Jimin se quedó mirándole fijamente durante tres segundos antes de ser capaz de seguir hablando.
   
—Supongo que estás de broma.
   
—En absoluto. Si gano, aceptas venderme el caballo.
   
—Al precio que yo considere justo. Lo único que ganarás tú será el derecho a comprarlo.
   
—Exacto.
   
—Piénsatelo bien, Jeonguk. El precio es astronómico.
   
—Dime cuál es el precio.
   
Jimin se lo dijo, él lo miró pacientemente e hizo una contraoferta. Jimin se echó a reír, desvió la mirada y propuso otra cifra.
  
 —Acepto —Jungkook colocó la baraja delante de él.
   
Jimin cortó la baraja.

—Y si gano yo?
   
Noah volvió a agarrar la baraja.
   
—Pon tú el precio.
   
—Mm... —sonrió lentamente—. ¡Ya lo tengo! Quiero que dones veinte mil dólares al Hogar Infantil de St. Stephan. Marcus, mi cuñado, se crió allí.
   
Jungkook fingió pensárselo.
   
—Por lo menos es por una buena causa. Hecho.
   
Se pusieron a jugar y eran ya casi las dos de la mañana cuando Jungkook le reclamó la única ficha que le quedaba. Jimin se reclinó en la silla y soltó una carcajada.
   
—Muy bien, Jeonguk, tú ganas. Puedes comprar a Orión por el precio que acordamos.
   
—Ibas a vendérmelo de todas formas, ¿verdad?
  
 —Sí —contestó sonriente—, iba a vendértelo. Y ya estoy harto de todo esto —señaló a su alrededor—, vamos a alguna otra parte.

Uno de los empleados les condujo entonces a una zona privada en la que Jungkook recogió lo que había ganado a lo largo de la noche. Pocos minutos después, salían a la resplandeciente noche de Montedoro.
   
—¿Y ahora qué? —preguntó Jungkook, aun a sabiendas de que era un riesgo, pues le estaba dando la oportunidad de poner de pronto fin a la velada.
   
—Vamos a algún lugar más reservado —miró alrededor de la plaza y vio esconderse a dos fotógrafos—. A algún lugar en el que no nos molesten.
   
—Como si hubiera algún lugar en Montedoro al que no puedan seguirnos.
   
Jimin le agarró del brazo y se inclinó contra él. Jungkook aspiró su aroma excitante y dulce.
   
—Tengo un plan —anunció Jimin.
  
 —Oh... oh

—Eso es exactamente lo que dice mi hermana Rhia cada vez que se me ocurre alguna idea fabulosa. ¿Por qué crees que será?
   
—No tengo la menor idea.
   
—¡Ja! —replicó Jimin, y se inclinó todavía más hacia él—. Creo que me lo estoy pasando demasiado bien.
   
Aquellas palabras le causaron a Jungkook un placer infinito.
   
—No creo que sea posible divertirse demasiado.
   
—Claro que sí, pero no importa. Al fin y al cabo, esta es tu última noche en Montedoro y es posible que no volvamos a vernos nunca más.
   
Aquella respuesta no le hizo ninguna gracia a Jungkook.
   
—Acabo de comprarte un caballo, ¿recuerdas?
   
—Por supuesto, y tendrás a Orión. Pero sabes perfectamente lo que quiero decir.

Si Jimin pensaba que aquella era la última noche que iban a pasar juntos, no sabía con quién estaba tratando.
   
—Háblame de tu plan.
   
—¿Estás seguro? Hace un momento no parecías tener ganas de oírlo.
   
—Estoy seguro.
   
—Muy bien —le susurró su plan al oído.

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How Marrying With A Prince?[ADAPTACIÓN KOOKMIN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora