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"Todo lo que se fabrica en este país se cae a pedazos", pensó Lee

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"Todo lo que se fabrica en este país se cae a pedazos", pensó Lee. Estaba
estudiando la hoja de la navaja de acero inoxidable. El enchapado se le despegaba como si fuera papel de plata. "No me sorprendería nada encontrar a un chico en la alameda y que se le cayera el... Ahí viene el honesto Joe."

Joe se sentó a la mesa con Lee, dejando caer unos fardos en la mesa y en la silla vacía. Limpió la boca de una botella de cerveza con la manga y bebió la mitad
del líquido de un largo trago. Era un hombre grande con cara colorada e irlandesa de político.

—¿Qué sabes? —preguntó Lee.

—No mucho, Lee. Solo que alguien me robó la máquina de escribir. Y sé quién se la llevó. Fue ese brasileño o lo que sea. Tú lo conoces. Maurice.

—¿Maurice? ¿El que estaba contigo la semana pasada? ¿El luchador?

—Te refieres a Louis, el profesor de gimnasia. No, éste es otro. Louis ha decidido que todo eso está muy mal, y me asegura que yo voy a arder en el infierno pero que él irá al cielo.

—¿De veras?

—Sí, claro. Bueno, Maurice es tan marica como yo —Joe eructó—. Perdón. Si no lo es más. Pero se niega a aceptarlo. Creo que el robo la máquina de escribir es una manera de demostrarme y de demostrarse que se ha metido en esto para sacar todo lo posible. En realidad, es tan marica que ha dejado de interesarme. Pero no del
todo. Cuando vea a ese cabrón, en vez de molerlo a palos, que es lo que tendría que hacer, lo más probable es que vuelva a invitarlo a mi apartamento.

Lee empujó la silla hacia atrás, apoyándola en la pared, y miró alrededor. En la mesa de al lado había alguien escribiendo una carta. Si había escuchado la conversación, no lo aparentaba. El dueño del bar leía la sección de toros del periódico abierto sobre el mostrador. Un silencio que solo existe en México, un zumbido vibrante, sordo, se filtró en el ambiente.

Joe terminó la cerveza, se limpió la boca con el dorso de la mano y se quedó mirando la pared con ojos llorosos, inyectados de sangre. El silencio se filtró en el cuerpo de Lee y su cara se aflojó y se volvió inexpresiva. Eso produjo un efecto
curiosamente espectral, como si la hiciera transparente. La cara era decrépita y aviesa y vieja, pero los límpidos ojos verdes eran soñadores e inocentes. Su pelo castaño claro era muy fino y se despeinaba con facilidad. Por lo general le caía sobre la frente y a veces rozaba lo que estaba comiendo o se le metía en el vaso.

—Bueno, tengo que irme —dijo Joe. Recogió sus cosas, saludó a Lee con la
cabeza, ofreciéndole una de sus dulces sonrisas de político, y salió. Por un momento, antes de perderse de vista, su cabeza medio calva se recortó contra el sol.

Lee bostezó y tomó la página de cómics que había en la mesa de al lado. Era de
dos días atrás. La dejó y bostezó de nuevo. Se levantó y pagó lo que había bebido y salió al sol de la tarde. Como no tenía adonde ir, se metió en el quiosco de Sears y leyó gratis las revistas nuevas.

Volvió a pasar por delante de la K. C. Steak House. Moor le hizo señas desde
dentro del restaurante. Lee entró y se sentó a su mesa.

—Tienes muy mal aspecto —dijo. Sabía que eso era lo que Moor quería oír. La
verdad era que Moor tenía peor aspecto que de costumbre. Siempre había sido pálido: ahora estaba amarillento.

El proyecto de la barca había quedado en nada. Moor y Williams y Lil, la mujer de Williams, acababan de volver de Ziuhuatenejo. Moor no se hablaba con los Williams.

Lee pidió una tetera de té. Moor se puso a hablar de Lil.

—Sabes, Lil comió queso allá. No quiere ir al médico. Una mañana se despertó
ciega de un ojo y apenas veía con el otro. Pero no quería ir al médico. A los pocos días volvía a ver tan bien como siempre. Yo tenía la esperanza de que se quedara ciega.

Lee se dio cuenta de que Moor hablaba muy en serio. "Está loco", pensó.

Moor siguió hablando de Lil. Lil, naturalmente, se le había insinuado. Él había pagado más de lo que le tocaba de alquiler y de comida. Ella era una cocinera espantosa. Lo habían dejado allí enfermo.

Cambió de tema: se puso a hablar de su
salud.

—Te voy a mostrar el análisis de orina —dijo Moor con entusiasmo juvenil.
Abrió una hoja de papel sobre la mesa. Lee la miró sin interés.—Fíjate aquí. —Moor señaló con el dedo—. Urea trece. Lo normal es de quince a veintidós. ¿Crees que será algo grave?

—La verdad es que no lo sé.

—Y vestigios de azúcar. ¿Qué significa todo esto?

Para Moor el tema era sin duda de enorme interés.

—¿Por qué no se lo llevas a un médico?

—Ya lo hice. Dijo que tendría que hacerme un análisis de veinticuatro horas, es decir, tomar muestras de orina durante un período de veinticuatro horas, antes de poder expresar una opinión... Sabes, tengo un dolor sordo en el pecho, aquí. ¿Será
tuberculosis?

—Que te hagan una radiografía.

—Ya fui. El médico me va a hacer una prueba de reacción cutánea. Ah, otra cosa. Creo que tengo fiebre intermitente... ¿Crees que ahora tengo fiebre?

 ¿Crees que ahora tengo fiebre?

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Homosexual²/ChanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora