Haven

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Adelantó la frente para que Lee se la tocara

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Adelantó la frente para que Lee se la tocara. Lee le tocó el lóbulo de una oreja.

-No lo creo -dijo.

Moor siguió hablando y hablando, siguiendo la ruta circular del verdadero
hipocondríaco hasta volver a la tuberculosis y el análisis de orina. Lee creía que nunca había oído nada tan tedioso y tan deprimente. Moor no tenía tuberculosis ni problemas de riñones ni fiebre intermitente. Su enfermedad era la muerte. Tenía la
muerte en cada célula del cuerpo. Despedía un ligero y verdoso vapor de
descomposición. Lee imaginaba que brillaba en la oscuridad.

Moor hablaba con entusiasmo juvenil.

-Creo que tengo que operarme.

Lee dijo que tenía que irse.

Lee dobló por Coahuila, caminando en línea recta, siempre rápido y resuelto,
como si se estuviera alejando del lugar de un atraco. Pasó por delante de un grupo con uniforme de expatriados: camisa roja de cuadros fuera del pantalón, tejanos y barba, y otro grupo de jóvenes vestidos con ropa convencional aunque gastada.

En este último Lee reconoció a alguien llamado Bang Chan. Chan era alto y con un buen estado físico, boca normal de color rojo fuerte y unos ojos que irradiaba tranquilidad.

Su pelo en ese entonces rubio, estaba despeinado. Tenía un rostro ambiguo, muy joven, bien parecido y juvenil, que daba la sensación de estar
maquillado: delicado, exótico y oriental.

A Chan nunca se lo veía demasiado
arreglado ni limpio, pero él no lo consideraba sucio. Simplemente era despreocupado y perezoso hasta el extremo de parecer, a veces, medio dormido. A menudo no oía lo que alguien decía a medio metro de su oreja. "Supongo que será pelagra", pensó Lee con amargura.

Saludó a Chan con la cabeza y sonrió. Chan saludó con la cabeza, como si lo hubieran sorprendido, y no sonrió.

Lee siguió caminando, un poco deprimido. "Quizá consiga algo por ese lado. Bueno, a ver..." Se quedó inmóvil ante un restaurante, como un perro de caza.

"Hambre..., es más rápido comer aquí que comprar algo y cocinarlo." Cuando Lee tenía hambre, cuando quería un trago o una inyección de morfina, la demora era insoportable.

Entró, pidió un filete a la mexicana y un vaso de leche, y esperó mientras se le hacía la boca agua. Un joven de cara redonda y boca suelta entró en el restaurante.

-Hola, Horace -dijo Lee con voz clara. Horace saludó con la cabeza, sin hablar, y se sentó lo más lejos que pudo de Lee en el pequeño restaurante. Lee sonrió. Llegó su plato y comió con rapidez, como un animal, metiendo pan y carne en la boca y empujando todo con tragos de leche. Se recostó en la silla y encendió un cigarrillo.

-Un café solo -pidió a la camarera cuando la vio pasar por delante llevando un helado de piña a dos jóvenes mexicanos vestidos con chaqueta cruzada a rayas. Uno de los mexicanos tenía ojos saltones, marrones y húmedos, y un bigote raquítico de grasientos pelos negros. Miró abiertamente a Lee, y Lee apartó la mirada. "Ten cuidado" pensó, "o vendrá a preguntarte si te gusta México." Dejó caer el cigarrillo a medio fumar en un centímetro de café frío, fue hasta el mostrador, pagó la cuenta y
salió del restaurante antes de que el mexicano pudiera articular la primera frase.

Cuando Lee decidía irse de algún sitio, lo hacía repentinamente.

El Ship Ahoy tenía unos falsos faroles de viento que le daban cierta atmósfera
náutica. Dos pequeñas salas con mesas, en una de ellas la barra y cuatro taburetes altos y precarios. Siempre estaba mal iluminado, con aspecto siniestro. Los clientes eran tolerantes, pero nada bohemios. El grupo de barbudos no frecuentaba nunca el Ship Ahoy. Ese lugar vivía del tiempo prestado, sin permiso para vender bebidas alcohólicas, con muchos cambios de administración. En ese momento lo llevaban un norteamericano llamado Tom Weston y un mexicano nacido en los Estados Unidos.

Lee fue directamente a la barra y pidió una copa. La bebió de un trago y pidió
otra antes de mirar alrededor a ver si Chan estaba allí. Chab estaba solo sentado en una mesa, echado hacia atrás en la silla con una pierna cruzada por encima de la otra, sosteniendo una botella de cerveza sobre la rodilla. Saludó a Lee con la cabeza.

Lee trató de lograr una sonrisa a la vez amistosa e informal, calculada para mostrar interés sin forzar su corta relación. El resultado fue espantoso.

Cuando Lee se apartó para ensayar su majestuosa reverencia a la antigua, lo que le salió fue una mirada lasciva de pura lujuria, arrancada del dolor y el odio de su cuerpo necesitado y, al mismo tiempo, en doble exposición, la sonrisa de simpatía y confianza de un niño dulce espantosamente fuera de tiempo y lugar, mutilado y sin esperanza.

Chan estaba horrorizado. "Quizá tenga alguna especie de tic", pensó. Decidió evitar todo contacto con Lee antes de que el hombre se volviera aún más desagradable. El efecto fue como de una conexión rota. Chan no era frío ni hostil; para él era sencillamente como si Lee no estuviera allí.

Lee lo miró con impotencia un momento y después se volvió hacia la barra, derrotado y vapuleado.

Lee terminó la segunda copa. Cuando volvió a mirar hacia las mesas, Chab
estaba jugando al ajedrez con Mary, una chica norteamericana de pelo teñido y muy maquillada que había entrado mientras tanto en el bar. "¿Para qué perder el tiempo aquí?", pensó Lee. Pagó las dos copas y salió.

Tomó un taxi hasta el Chimu Bar, que era un bar de maricas frecuentado por
mexicanos, y pasó la noche con un chico mexicano que conoció allí.

Tomó un taxi hasta el Chimu Bar, que era un bar de maricas frecuentado pormexicanos, y pasó la noche con un chico mexicano que conoció allí

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Homosexual²/ChanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora