If You Heard

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Minho subió a un autobús y viajó hasta el final del recorrido

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Minho subió a un autobús y viajó hasta el final del recorrido. Tomó otro autobús. Fue hasta el río y bebió un refresco y miró cómo unos chicos nadaban en el río sucio.

Parecía como si de las aguas marrones y verdosas pudieran salir de repente
inenarrables monstruos. Lee vio un lagarto de más de cincuenta centímetros de largo corriendo por la orilla de enfrente.

Volvió caminando hacia el pueblo. Pasó por delante de un grupo de muchachos en una esquina. Uno de ellos era tan guapo que la imagen hirió los sentidos de Minho como un látigo metálico. Se le escapó de los labios un leve e involuntario gemido de dolor.

Dio media vuelta, como si estuviera buscando el nombre de la calle. El muchacho se reía de algún chiste, una risa aguda, alegre y feliz. Minho siguió caminando.

Seis o siete muchachos, entre doce y catorce años, jugaban sobre una pila de
basura al borde del río. Uno de ellos orinaba contra un poste y se reía mirando a los demás. Los muchachos notaron la presencia de Minho. Ahora su juego era declaradamente sexual, con un trasfondo de burla. Miraron a Minho y susurraron algo y se echaron a reír. Lee los miró abiertamente, una mirada fría y dura de lujuria descarada. Sentía el dolor lacerante del deseo ilimitado.

Centró la atención en un muchacho, una imagen clara y nítida, como si lo mirara por un telescopio y los otros muchachos y el borde del río quedaran fuera del campo de visión. El muchacho vibraba, lleno de vida, como un animal joven. Una sonrisa ancha y burlona mostraba dientes afilados y blancos. Lee vislumbró el cuerpo delgado debajo de la camisa rota.

Se sentía en el cuerpo del muchacho. Recuerdos fragmentarios..., el olor de
granos de cacao secándose al sol, casas de bambú, el río caliente y sucio, las ciénagas y los montones de basura en las afueras de la ciudad. Estaba con los otros muchachos, sentado en el suelo embaldosado de una casa abandonada. A la casa le faltaba el techo. Las paredes de piedra se caían. La maleza crecía en las paredes y se extendía por el suelo.

Los muchachos se estaban quitando los pantalones rotos. Lee levantó las delgadas nalgas para bajarse los pantalones. Sintió el suelo embaldosado. Tenía los pantalones en los tobillos. Apretaba las rodillas y los otros muchachos intentaban separárselas.

Cedió y se las apartaron. Los miró y sonrió, y se pasó una mano por la barriga. Otro muchacho que estaba de pie se dejó caer los pantalones y se quedó allí con las manos en las caderas, mirándose el órgano erecto.

Un muchacho se sentó junto a Lee y alargó una mano y se la metió entre las
piernas. Lee sintió el desvanecimiento del orgasmo al calor del sol. Se tendió en el suelo y se tapó los ojos con el brazo. Otro chico le apoyó la cabeza en el estómago.

Lee sintió el calor de esa cabeza, y el picor donde el pelo le tocaba la piel.

Ahora estaba en una vivienda de cañas de bambú. Una lámpara del aceite alumbraba el cuerpo de una mujer. Lee sentía deseo hacia la mujer a través del cuerpo del muchacho.

"No soy marica —pensó—. Soy incorpóreo."

Lee siguió caminando, pensando: "¿Qué puedo hacer? ¿Llevarlos a mi motel?
Ellos están dispuestos. Por unos sucres..."

Sintió un odio mortal hacia la gente estúpida, común, reprobadora, que le impedía hacer lo que quería.

"Algún día haré lo que me dé la gana —se dijo—. Y si algún hijo de puta moralizador se mete, tendrán que sacarlo del río."

El plan de Lee involucraba un río. Él vivía en el río y hacía todo lo necesario para complacerse. Cultivaba y producía su propia marihuana y amapolas y cocaína, y tenía a un joven muchacho del lugar como criado multiuso. En el río sucio había barcos amarrados. Por allí pasaban flotando grandes cantidades de jacintos acuáticos. El río
tenía bastante más de medio kilómetro de ancho.

Lee caminó hasta un pequeño parque. Había una estatua de Bolívar, a quien Lee llamaba "El Libertador Tonto", estrechando la mano a alguien. Ambos parecían cansados e indignados y escandalosamente maricas, tan maricas que te escandalizabas. Lee se quedó mirando la estatua. Entonces se sentó en un banco de piedra que daba al río. Todos lo observaron mientras se sentaba. Lee les devolvió la mirada. Él no tenía la resistencia norteamericana a mirar a los ojos a un desconocido.

Los otros apartaron la mirada y encendieron cigarrillos y reanudaron la conversación entre ellos.

Lee se quedó allí sentado contemplando el río sucio y amarillo. No se veía ni a tres centímetros por debajo de la superficie. De vez en cuando algún pez diminuto brincaba delante de un barco. Había pequeños y elegantes veleros del club náutico, con mástiles huecos y hermoso diseño. Había piraguas con motores fuera de borda y camarotes de cañas de bambú. En el centro del río estaban amarrados dos acorazados viejos y oxidados: la armada ecuatoriana. Lee estuvo allí sentado toda una hora; después se levantó y regresó caminando al hotel.

Eran las tres. Chan estaba todavía en la cama. Lee se sentó en el borde.

—Son las tres, Bang. Hora de levantarse.

—¿Para qué?

—¿Quieres pasarte la vida en la cama? Levántate y ven a recorrer el pueblo
conmigo. Vi a unos chicos hermosos en la orilla del río. Material de primera, en bruto. Esos dientes, esas sonrisas. Chicos jóvenes rebosantes de vida.

—Está bien. Deja de babear.

—¿Qué tienen que yo esté buscando, Bang? ¿Lo sabes?

—No.

—Tienen masculinidad, desde luego. Lo mismo tengo yo. Me quiero a mí mismo
del mismo modo que quiero a los demás. Soy incorpóreo. Por algún motivo, no puedo usar mi propio cuerpo.—Alargó la mano. Chan la esquivó. —¿Qué pasa?

 —¿Qué pasa?

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Homosexual²/ChanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora