Slow Dive

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—Ah, cállese —dijo Lee, levantándose de un salto—

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—Ah, cállese —dijo Lee, levantándose de un salto—. ¡Clavaré una manta en ese hueco! ¡Le quitaré el maldito aire! Usted respira con mi permiso. Ocupa una habitación interior, una habitación sin ventanas. ¡Así que recuerde su lugar y cierre su menesterosa boca!

Le respondió una catarata de chingas y cabrones.

—Hombre —dijo Lee—, ¿dónde está su cultura?

—Durmamos de una vez —dijo Chan—. Estoy cansado.

Fueron en un barco fluvial hasta Babahoya. Balanceándose en hamacas, bebiendo brandy y mirando cómo pasaba la selva. Fuentes, musgo, arroyos transparentes y hermosos y árboles de hasta setenta metros de altura.

Minho y Chan iban callados mientras el barco avanzaba río arriba, penetrando en la quietud de la selva con su quejido de cortadora de césped.

Desde Babahoya tomaron un autobús que los llevó sobre los Andes hasta
Ambato, un frío y traqueteante paseo de catorce horas. Se detuvieron a comer unos garbanzos en lo alto del paso de montaña, por encima del límite de la vegetación.

Unos jóvenes del lugar con sombreros grises de fieltro comían los garbanzos con hosca resignación. Varias cobayas chillaban y correteaban por el suelo de tierra de la choza. Los chillidos le recordaron a Lee la cobaya que había tenido de niño en el Hotel Fairmont de Saint Louis, cuando la familia esperaba para mudarse a la casa nueva de Price Road. Recordaba cómo chillaba el animal y el hedor de la jaula.

Pasaron el pico nevado del Chimborazo, frío a la luz de la luna y bajo el viento
constante de los altos Andes. El paisaje desde el paso de montaña parecía de otro planeta, más grande que la Tierra. Lee y Chan estaban acurrucados debajo de una manta, bebiendo brandy y sintiendo en la nariz el olor del humo de leña.

Ambos llevaban chaquetas excedentes del ejército, con la cremallera subida por encima de las camisetas para que no se colara el frío ni el viento. Chan parecía tan incorpóreo como un fantasma; Lee casi veía a través de su cuerpo el vacío autobús fantasma que
esperaba fuera.

De Ambato a Puyo, por el borde de un desfiladero de más de trescientos metros de profundidad. Bajo el camino había cascadas y bosques y corrientes y ellos descendían al valle verde y lozano. Varias veces el autobús se detuvo a quitar las piedras grandes que habían rodado hasta el camino.

Lee hablaba en el autobús con un viejo explorador llamado Morgan que llevaba treinta años en la selva. Lee le preguntó por la ayahuasca.

—Actúa sobre ellos como el opio —dijo Morgan—. Todos mis indios la usan. Después de consumirla no consigo que trabajen durante tres días.

—Creo que habría un mercado para eso —dijo Lee.

—Yo puedo conseguir cualquier cantidad —dijo Morgan.

Pasaron por delante de los bungalows prefabricados de Shell Mará. La Shell
Company había empleado dos años y veinte millones de dólares, no había encontrado nada de petróleo y se había ido.

Llegaron a Puyo por la noche, tarde, y encontraron una habitación en un hotel destartalado cerca de la tienda. Lee y Chan estaban demasiado agotados para hablar y se durmieron inmediatamente.

 Lee y Chan estaban demasiado agotados para hablar y se durmieron inmediatamente

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Homosexual²/ChanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora