Epílogo/ Segunda parte.
Entré en una tienda a preguntar precios de panamás. El joven detrás del mostrador empezó a cantar:—Hacer amigos es perder dinero.
"Este maldito cabrón va directamente al grano", decidí.
Me mostró unos sombreros de dos dólares.
—Quince dólares —dijo.
—Sus precios son exagerados —dije, y di media vuelta y salí.
El vendedor me siguió hasta la calle:—Solo un minuto, señor.
Yo seguí caminando.
Esa noche tuve un sueño recurrente: yo estaba de regreso en Ciudad de México,
hablando con González, un antiguo compañero de habitación de Chan. Le
pregunté dónde estaba Chan y dijo: "En Agua Diente." Eso quedaba al sur de
Ciudad de México, y me puse a preguntar sobre una conexión de autobús.He soñado muchas veces que estaba de vuelta en Ciudad de México y que hablaba con González o con el mejor amigo de Chan, Johnny, y que les preguntaba dónde podía encontrarlo.
Volé a Ciudad de México. Estaba un poco nervioso al entrar en el aeropuerto; algún policía o inspector de Inmigración podía descubrirme. Decidí no separarme del atractivo turista joven que había conocido en el avión. Había guardado el sombrero y al bajar del avión me quité las gafas. Me colgué la cámara del hombro.
—Tomemos un taxi hasta la ciudad. Compartiremos el gasto. Así es más barato —le dije a mi turista. Atravesamos el aeropuerto como padre e hijo—. Sí —le estaba diciendo—, aquel hombre en Guatemala me quería cobrar dos dólares desde el Palace Hotel hasta el aeropuerto.
Le dije uno.
Levanté un dedo.
Nadie nos miró.
Dos turistas.
Subimos a un taxi. El conductor dijo doce pesos por los dos hasta el centro de la ciudad.
—Un minuto —dijo el turista en inglés—. Le falta el contador. ¿Dónde tiene el
contador? Usted está obligado a llevar un contador.El conductor me pidió que explicara a mi compañero que estaba autorizado a
llevar pasajeros del aeropuerto a la ciudad sin contador.—¡No! —gritó el turista—. Yo no soy turista. Vivo en Ciudad de México. ¿Sabe del Hotel Colmena? Yo vivo en el Hotel Colmena. Lléveme a la ciudad pero yo pago lo que marque el contador. Llamo a la policía. Policía. Usted está obligado por ley a llevar un contador.
"Dios mío", pensé. "Lo único que me faltaba, este idiota llamando a la autoridad." Veía a los policías que se iban amontonando alrededor del taxi, sin saber qué hacer y llamando a otros policías. El turista se bajó del taxi con la maleta. Le estaba tomando el número de la patente.
—Yo enseguida grito policía —dijo.
—Bueno —dije yo—, me parece que yo voy a tomar este taxi de todos modos.
No podré llegar a la ciudad por mucho menos... Vámonos —le dije al conductor.Me registré en un hotel de ocho pesos cerca de Sears y fui hasta el Lolas con el estómago frío de excitación. La barra estaba en un sitio diferente, pintada, con muebles nuevos. Pero detrás de la barra vi al viejo camarero de siempre, con su diente de oro y su bigote.
—¿Cómo está? —dijo. Nos estrechamos la mano. Me preguntó adonde había ido
y le dije que a Sudamérica. Me senté con un ponche Delaware. El lugar estaba vacío, pero tarde o temprano aparecería algún conocido mío.Entró el Comandante. Un retirado del ejército, canoso, vigoroso, fornido. Con él pasé resueltamente lista:—¿Johnny, Russ Morton, Pete Crowly, Ike Scranton?
—Los Ángeles, Alaska, Idaho, no lo sé, todavía dando vueltas por ahí. Siempre
anda por ahí.—Y, ah, ¿por dónde anda Chan?
—¿Chan? Me parece que no lo conozco.
—Hasta luego.
—Buenas noches, Lee. Tómate las cosas con calma.
Fui hasta Sears y hojeé las revistas. En una llamada Pelotas: Para Hombres de
Verdad, estaba mirando una foto de un negro suspendido de un árbol: "Vi cómo
colgaban a Sonny Goons." Se me apoyó una mano en el hombro. Di media vuelta y allí estaba Gale, otro retirado del ejército. Gale tenía el aire apagado del borracho reformado. Repasé la lista.—La mayoría se han ido —dijo Gale—. De todos modos, nunca veo a esa gente;
ya no ando por Lolas.—Le pregunté por Chan.—¿Chan?
—El chico alto y de sonrisa bonita. Amigo de Johnny y González.
—También se fue.
—¿Hace cuánto tiempo? —No hacía falta ser cauto con Gale. No se daba cuenta de nada.
—Lo vi hace cosa de un mes pasando por la acera de enfrente.
—Hasta luego.
—Hasta luego.
Despacio, puse la revista en su sitio y salí y me apoyé contra un poste. Después volví caminando al Lolas. Burns estaba sentado a una mesa, bebiendo una cerveza con la mano mutilada.
—Casi no viene nadie por aquí. Johhny, Tex y Crosswheel están en Los Ángeles. —Yo le miraba la mano.—¿Sabes algo de Chan? —preguntó.
—No —dije.
—Se fue a Sudamérica o a un sitio parecido. Con un coronel del ejército.
Chan fue como guía.
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Homosexual²/Chanho
Teen FictionTenerlo todo. Arrancas nuestros recuerdos de la pared. Todas las cosas especiales que compré ya no significan nada para mi, pero para ti eran todo lo que éramos, significaron más que cada palabra. Ahora sé exactamente por qué me amas. Toma todo el d...