Volaron de Panamá a Quito en un avión diminuto que tuvo que esforzarse para subir por encima de las nubes. El auxiliar de vuelo conectó el oxígeno. Minho olió la manguera.
—¡Está cortada! —dijo indignado.
Entraron en Quito durante un crepúsculo ventoso y frío. El hotel parecía construido un siglo atrás. La habitación era de techo alto con vigas negras y paredes de yeso blancas. Se sentaron sobre las camas, tiritando. Minho empezaba a tener síndrome de abstinencia.
Caminaron alrededor de la plaza principal. Minho encontró una farmacia, pero no vendían paregórico sin receta.
Un viento frío que venía de las altas montañas hacía volar la basura por las calles sucias. La gente caminaba en silencio lúgubre. Muchos se envolvían la cara con mantas. Contra las paredes de una iglesia había una fila de brujas viejas y horribles protegidas por mantas sucias que parecían gastados sacos de arpillera.
—Ahora, hijo mío, quiero que sepas que soy diferente de otros ciudadanos que quizá llegues a conocer. Hay quien te dirá eso de que las mujeres no valen nada. Yo no soy así. Elige a una de estas señoritas y llévatela al hotel. —Chan lo miró.
—Me parece que esta noche voy a echar un polvo —dijo.
—Claro que sí —dijo Minho—. Adelante. No son muy pulcras en este basural, pero eso no tiene por qué disuadir a los hombres. ¿Fue Frank Hacas quien dijo que nunca había visto a una mujer fea antes de los treinta años? En realidad... Volvamos al hotel a tomar algo.
El bar estaba lleno de corrientes de aire. Sillones de roble con asiento negro de cuero. Pidieron martinis. En la mesa de al lado un norteamericano rubicundo con traje caro de gabardina marrón hablaba de un negocio relacionado con diez mil hectáreas.
Frente a Minho había un ecuatoriano de nariz larga con un punto rojo en cada pómulo, vestido con un traje negro de corte europeo. Bebía café y comía pasteles. Minho tomó varios cócteles. Cada minuto que pasaba se sentía peor.
—¿Por qué no fumas algo de marihuana? —sugirió Chan—. Eso podría ayudarte.
—Buena idea. Vayamos a la habitación. —Minho fumó un porro en el balcón.—Dios mío, qué frío hace en ese balcón —dijo al volver al cuarto.—Y cuando cae el crepúsculo sobre la vieja y hermosa ciudad colonial de Quito y bajan esas refrescantes brisas de los Andes, salga al fresco del anochecer y contemple a las bellas señoritas que se sientan, ataviadas con vistosos trajes autóctonos, contra la pared de la iglesia del siglo XVI que da sobre la plaza principal...». Al tipo que escribió eso lo despidieron. Hasta para un folleto turístico hay límites...—Así debe de ser el Tíbet. Alto y frío y lleno de gente fea y llamas y yaks. Leche de yak en el desayuno, cuajada de yak en el almuerzo, y de cena un yak hervido en su propia mantequilla, lo que no deja de ser un apropiado castigo para un yak.
»Un día despejado, el viento te trae el olor de uno de esos santos desde veinticinco kilómetros de distancia. Allí sentado haciendo girar las asquerosas ruedas de oraciones. Envuelto en viejos y sucios sacos de arpillera, plagado de chinches que asoman por donde saca el cuello. Tiene la nariz podrida y escupe nueces de betel por las ventanas de la nariz como una cobra escupidora... A ver el número ese de la Sabiduría Oriental.
»Tenemos entonces a una especie de santo y un reportero latoso va a entrevistarlo. El santo está allí masticando su nuez de betel. Al cabo de un rato dice a uno de sus acólitos: "Ve a la Fuente Sagrada y tráeme un cucharón de paregórico. Voy a emplear la Sabiduría Oriental. ¡Y mueve ese taparrabos!" Entonces bebe el paregórico y entra en un ligero trance y hace contacto cósmico, lo que los entendidos llamamos cabezada. El reportero dice: "¿Habrá guerra con Rusia, Mahatma? ¿El comunismo destruirá el mundo civilizado? ¿El alma es inmortal? ¿Existe Dios?"
»El Mahatma abre los ojos y aprieta los labios y escupe por las ventanas de la nariz dos hilos rojos de jugo de betel. El jugo le baja hasta la boca y lo lame con una lengua larga y sucia y dice: "¿Cómo mierda puedo saberlo?" El acólito dice: "Has oído al hombre. Ahora retírate. El swami quiere estar solo con susmedicamentos."
Ahora que lo pienso, ésa es la sabiduría oriental. El occidental cree que hay algún secreto que él puede descubrir. Oriente dice: "¿Cómo mierda puedo saberlo?"
Esa noche Minho soñó que estaba en una colonia penitenciaria. Alrededor había montañas altas, desnudas. Él vivía en una casa que nunca estaba caliente. Salió a pasear. Al doblar una esquina y meterse en una sucia calle adoquinada, lo golpeó el viento frío de la montaña. Apretó el cinturón de la chaqueta de cuero y sintió el frío de la desesperación final.
Minho se despertó y llamó a Chan.
—Bang, ¿estás despierto?
—Sí.
—¿Tienes frío?
—Sí.
—¿Puedo meterme en la cama contigo?
—Ahh, está bien.—Minhi se escurrió debajo de las mantas con Chan. Tiritaba de frío y de síndrome de abstinencia.—Estás temblando de pies a cabeza —dijo Chan. Minho se apretó contra él, convulsionado por la lujuria adolescente del síndrome de abstinencia.— Santo Dios, tienes las manos frías. Cuando Chan se quedó dormido dio media vuelta en la cama y puso una rodilla encima del cuerpo de Minho. Minho se quedó quieto para que Chan no se despertara y la sacara.
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Homosexual²/Chanho
Teen FictionTenerlo todo. Arrancas nuestros recuerdos de la pared. Todas las cosas especiales que compré ya no significan nada para mi, pero para ti eran todo lo que éramos, significaron más que cada palabra. Ahora sé exactamente por qué me amas. Toma todo el d...