CACTUS

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»Gus está de pie delante del lulú-efendi con las manos en las caderas

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»Gus está de pie delante del lulú-efendi con las manos en las caderas. Sonríe y
mueve la cabeza. Camina alrededor del muchacho. Alarga la mano y señala una pequeña várice detrás de la rodilla.

»—Mire eso —dice, sin dejar de sonreír y de mover la cabeza. Da otra vuelta
alrededor del muchacho—. También tiene hemorroides. —Niega con la cabeza—. No sé. De veras no sé qué decirle. Abre esa boca, muchacho... Le faltan dos dientes.

»Gus ha dejado de sonreír. Habla en tono bajo y considerado, como el director de una funeraria.

»—Le voy a ser sincero, Lee. En este momento tengo un montón de mercancía como ésa. Prefiero olvidarme de ella y hablar del precio de la otra.

»—¿Y qué voy a hacer con él? ¿Ponerme a venderlo en la calle?

»—Podría llevarlo como repuesto. ¡Ja, ja!

»—¡Ja! ¿Tú cuánto puedes darme?

«—Bueno... No se ponga furioso... Doscientas piastras.

»Gus hace como que sale corriendo para evitar mi ira, levantando una enorme nube de polvo en el patio.

El número terminó de repente, y Lee miró alrededor. El bar casi estaba vacío.

Pagó lo que había tomado y salió a la noche.

El jueves Lee fue a las carreras por recomendación de Tom Weston. Weston era astrólogo aficionado y le aseguró a Lee que los presagios eran buenos. Lee perdió cinco carreras y volvió en taxi al Ship Ahoy.

Mary y Chan estaban sentados a una mesa con el jugador de ajedrez peruano.

Chan invitó a Lee a sentarse con ellos.

—¿Dónde está esa falsa y puta pronosticadora? —dijo Lee mirando alrededor.

—¿Tom te dio algún mal dato? —preguntó Chan.

—Eso hizo.

Mary salió con el peruano. Lee terminó la tercera copa y se volvió hacia Chan.

—Tengo planeado ir pronto a Sudamérica —dijo—. ¿Por qué no me acompañas? No te costará ni un centavo.

—Quizá en dinero no.

—No soy un hombre difícil para la convivencia. Podríamos llegar a un acuerdo satisfactorio. ¿Qué puedes perder?

—Independencia.

—¿Y quién puede quitarte independencia? Por mí, tírate a todas las mujeres de Sudamérica si quieres. Lo único que te pido es que seas bueno con papá, digamos que un par de veces por semana. No es nada excesivo, ¿verdad? Además, te sacaré billete de ida y vuelta para que puedas marcharte cuando lo desees.

Chan se encogió de hombros.

—Lo pensaré —dijo—. Tengo trabajo para otros diez días. Cuando lo acabe, te daré una respuesta definitiva.

—Tu trabajo... —Lee iba a decir "Te daré el sueldo de diez días"—. De acuerdo —añadió.

El trabajo de Chan para el periódico era temporal, y de todos modos la pereza
le impedía conservar un empleo. Por lo tanto, su respuesta significaba "No." Lee pensaba volver a hablar con él cuando pasaran diez días. "Mejor no forzar las cosas", razonó.

Chan planeó un viaje de tres días a Morelia con sus compañeros de la
redacción del periódico. La noche antes de la partida, Lee tenía una excitación
frenética. Reunió a un bullicioso grupo de gente alrededor de la mesa.

Chan jugaba al ajedrez con Mary y Lee hacía todo el ruido que podía. Las personas de la mesa no dejaban de reír, pero todas parecían vagamente incómodas, como si hubieran preferido estar en otra parte. Pensaban que Lee estaba un poco mal de la cabeza. Pero
cada vez que él parecía a punto de incurrir en un escandaloso exceso verbal o de conducta, se contenía y decía algo completamente banal.

Lee se levantó de un salto y fue a abrazar a alguien que acababa de llegar.

—¡Ricardo! ¡Amigo mío! —dijo—. Cuánto tiempo sin verte. ¿Dónde has estado? ¿Has tenido un hijo? Siéntate en ese culo o en lo que queda de él tras cuatro años en la Marina. ¿Qué te preocupa, Richard? ¿Las mujeres? Me alegro de que hayas venido a estar conmigo y no con esos charlatanes del piso de arriba.

En ese momento Chan y Mary salieron después de consultarse entre sí en voz
baja. Lee los miró en silencio. "Ahora actúo en un teatro vacío", pensó. Pidió otro ron y tragó cuatro pastillas de bencedrina. Después fue a la cabecera de la mesa y fumó un porro. "Ahora deslumbraré a mi público", pensó.

El ayudante de camarero había atrapado un ratón y lo sostenía por la cola. Lee sacó un anticuado revólver calibre 22 que a veces llevaba consigo.

—Levanta a ese hijo de puta y lo acribillo —dijo, adoptando una pose
napoleónica. El muchacho ató un cordel a la cola del ratón y lo levantó alejándolo del cuerpo. Lee le disparó desde un metro de distancia. La bala destrozó la cabeza del ratón.

—Si le hubieras disparado desde más cerca, el ratón te habría obstruido la boca del revólver —dijo Richard.

Entró Tom Weston.

—Ahí viene la vieja puta pitonisa —dijo Lee—. ¿El retrógrado Saturno te trae
arrastrándote del culo?

—Mi culo se arrastra porque necesito una cerveza —dijo Weston.

—Bueno, estás en el sitio indicado. Una cerveza para mi amigo el de los astros...
¿Qué? Lo siento, compañero —dijo Lee volviéndose hacia Weston—, pero el
camarero dice que los augurios para servirte una cerveza no son buenos. Es que Venus está en la casa sesenta y nueve con un Neptuno cachondo y no puede permitir que tomes una cerveza bajo esos auspicios.

Lee tragó un pequeño trozo de opio empujándolo con un sorbo de café negro.

Horace entró y saludó a Lee con aquel breve y frío movimiento de cabeza. Lee
corrió a abrazarlo.

—Esto es más grande que cualquiera de los dos, Horace —dijo—. ¿Para qué ocultar nuestro amor?

Horace alargó rígidamente los brazos.

—Basta —dijo—. Basta.

—Es solo un abrazo mexicano, Horace. La costumbre del país. Aquí todo el mundo lo hace.

—A mí no me importa la costumbre. Apártate de mí.

 Apártate de mí

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Homosexual²/ChanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora