Stand by you

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Epílogo/ Final

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Epílogo/ Final.

—¿Ah, sí? ¿Cuánto tiempo hace que se fue?

—Unos seis meses.

—Habrá sido poco después de irme yo.

—Sí. Más o menos por esa época.

Burns me dio la dirección de González y fui a verlo. Estaba tomando una cerveza en un bar delante de su hotel y me llamó. Sí, Chan se había marchado
hacía unos cinco meses, como guía de un coronel y de su mujer.

—Iban a vender el coche en Guatemala. Un Cadillac del 48. Tuve la sensación de
que había algo no del todo correcto en aquella operación. Pero Chan nunca me
contó nada concreto. Ya sabes cómo es. —González parecía sorprendido de que yo no supiera nada de Chan—. Nadie ha tenido noticias de él desde que se marchó. Eso me preocupa.

Me pregunté qué podría estar haciendo, y dónde.

Guatemala es cara, San Salvador caro y un sitio de mala muerte.

¿Costa Rica? Lamenté no haber parado en San José al volver.

González y yo hicimos el número de ir preguntando dónde estaba Fulano de Tal.

Ciudad de México es una terminal de viajes por el espacio-tiempo, una sala de espera donde tomas algo rápido mientras esperas el tren. Por eso soporto vivir en Ciudad de México o en Nueva York. Uno no se queda allí atascado; por el solo hecho de estar allí, uno está viajando. Pero en Panamá, cruce del mundo, los tejidos envejecen.

Tienes que acordar algo con Pan Am o con la línea holandesa para que retiren de allí tu cuerpo. De lo contrario, quedaría atrapado y se pudriría al calor bochornoso, bajo un techo de hierro galvanizado.

Esa noche soñé que finalmente encontraba a Chan, oculto en algún lugar apartado de Centroamérica. Parecía sorprendido de verme después de todo ese tiempo. En el sueño yo me dedicaba a buscar personas desaparecidas.

—Señor Bang, represento la Compañía de Finanzas Amistosas. ¿No se habrá
olvidado de algo, Chan? Se supone que tiene que venir a vernos cada tres martes. Lo hemos echado de menos en la oficina. No nos gusta decir: "Pague, o de lo contrario..." Decir eso no es nada amistoso. Me pregunto si habrá leído alguna vez el texto completo del contrato. Me refiero en especial a la cláusula 6(x), que solo se puede descifrar con un microscopio electrónico y un filtro de virus. No sé si usted, Bang, sabe qué significa "de lo contrario."

»Ah, ya sé lo que pasa con ustedes los jóvenes. Salen corriendo detrás de alguna fulana y se olvidan de Finanzas Amistosas, ¿verdad? Pero Finanzas Amistosas no se olvida de ustedes. Como dice la canción: "No hay por ahí ningún escondite". Sobre todo si el Buscador de Desaparecidos anda haciendo su trabajo.

En el rostro del Buscador de Desaparecidos apareció una expresión soñadora. Se le abrió la boca, descubriendo unos dientes duros y amarillos como marfil antiguo.

Despacio, su cuerpo se deslizó por el sillón de cuero hasta que el respaldo le empujó el sombrero sobre los ojos, que brillaron a la sombra del ala, atrapando puntos de luz como un ópalo. Se puso a tararear una y otra vez "Johnny's So Long at the Fair." La voz se interrumpió en el medio de una frase.

El Buscador de Desaparecidos hablaba con voz lánguida e intermitente, como la música que viene por una calle ventosa.

—En este trabajo uno encuentra a todo tipo de personas. De tanto en tanto entra en la oficina algún ciudadano de poco peso e intenta pagar a Finanzas Amistosas con esta mierda.

Extendió un brazo por encima del borde del sillón, con la palma hacia arriba.

Despacio, abrió una mano delgada y bronceada, con las yemas de los dedos de un azul morado, y mostró un fajo de billetes amarillos de mil dólares. La mano giró, volviendo la palma hacia abajo, y cayó contra la silla. Se le cerraron los ojos.

De repente la cabeza se le torció hacia un lado y le salió la lengua. Los billetes le fueron cayendo de la mano, uno tras otro, y quedaron arrugados sobre el suelo de baldosas rojas. Una ráfaga de viento cálido de primavera metió las sucias cortinas rosadas en la habitación. Los billetes susurraron deslizándose por el suelo y se amontonaron a los pies de Chan.

Imperceptiblemente, el Buscador de Desaparecidos se fue incorporando, y entre los párpados se le coló una rendija de luz.

—Quédese con esto, muchacho, por si lo necesita —dijo—. Ya sabe cómo son en
estos hoteles. Uno tiene que llevar sus propios billetes.

El Buscador de Desaparecidos se echó hacia adelante y apoyó los codos en las
rodillas. De pronto estaba de pie, como si lo hubieran levantado del sillón, y con el mismo movimiento ascendente echó hacia atrás con un dedo el sombrero que le cubría los ojos. Caminó hasta la puerta y se volvió, con la mano derecha sobre la perilla. Se frotó las uñas de la mano izquierda en la solapa del gastado traje de tela escocesa. Del traje, cuando se movía, salía un olor mohoso. Tenía moho debajo de las solapas y en el dobladillo de los pantalones. Se miró las uñas.

—Ah..., en cuanto a su... cuenta... Volveré pronto. Es decir, dentro de los
próximos... —La voz del Buscador de Desaparecidos llegaba amortiguada.—Llegaremos a algún tipo de acuerdo.

Ahora la voz sonó con fuerza y claridad. Se abrió la puerta y el viento sopló atravesando la habitación.

La puerta se cerró y las cortinas volvieron a su sitio.

Una de ellas se quedó colgando del sofá como si alguien la hubiera arrojado allí con la mano.

Una de ellas se quedó colgando del sofá como si alguien la hubiera arrojado allí con la mano

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Homosexual²/ChanhoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora