Su corazón latía acelerado, había ido escalando desde su sitio hasta la garganta y golpeaba como para salir disparado por su boca. Siempre que Johana comenzaba algo nuevo le sucedía lo mismo. Además, la amiga con la que contaba para disipar esos nervios, como siempre, llegaba tarde; y ella que exageraba, pensó que ni siquiera aparecería. De todos modos, estaba feliz.
Había allí un mar de gente; y muy en contra de su voluntad, estaba sentada en la primera fila, donde era visible para todos sin ser consciente de quién la observaba. Lo sabía; y aquella situación la incomodaba sobremanera, peor se sentía mirando la silla vacía a su lado.
- ¡Al fin llegas! regañó a su amiga cuando finalmente apareció Ven y siéntate a mi lado ordenó acercándole la silla anteriormente vacía - Pensé que ya no vendrías.
- El problema es que salí tarde de casa se justificó Alma Imagina que vine en el auto de un desconocido, por hacer autostop; y tenía mucho miedo, pero no quería llegar tarde.
- ¿Sucedió algo? se preocupó Johana.
- No, por suerte me dejó donde le pedí que lo hiciera y casi corrí hasta aquí.
- ¡Menudo susto!
- Ahora, a medida que mencionemos sus nombres irán pasando al aula informó una de las autoridades de la escuela Las personas de las que no mencionemos el nombre, deberán marcharse.
La primera afortunada fue Alma, quien miró a su amiga inquieta hasta que ésta le hizo un gesto para que se adelantara. Johana se quedó tranquila en su silla esperando que la llamaran. Volvieron sus nervios al ver que un montón de desconocidos entraban a las aulas mientras ella continuaba en el mismo sitio. Finalmente la mencionaron y una sonrisa de alivio iluminó todo su rostro.
- Ahora fui yo quien pensó no verte suspiró Alma cuando su amiga entró al aula.
- Hasta yo pensé en marcharme.
- Me alegra que estés aquí. Sabes que no podría continuar esto sola.
- Lo sé, pero no te preocupes, aquí estoy; y no pienso irme.
Luego de las presentaciones con el nuevo profesor de francés tuvieron un rato entretenido, lleno de sed de aprender, nuevos conocimientos, risas inocentes y la felicidad de estar haciendo algo que gusta.
- Me ha encantado la clase comentó Johana a su amiga mientras sonreía a la salida de la misma.
- Me siento un poco inferior porque no tenía idea de absolutamente nada de lo que escuché hoy.
- Yo estoy feliz porque sé que estoy aprendiendo algo que además de gustarme, me será útil.
- Sí asintió su amiga Tampoco podemos negar que la forma de ser del profesor hace que la clase sea el doble de agradable, así cualquiera está feliz de aprender algo nuevo.
- No cambias. No me digas que te gusta.
- No te lo digo
- ¿No me lo dices porque no te gusta? ¿O no me lo dices para complacerme y en realidad sí te gusta?
- No, no me gusta.
- Claro, lo que digas.
- ¿Por qué nunca puedes creerme?
- Porque te conozco mejor de lo que te conoces a ti misma.
- No es cierto.
- ¿Recuerdas a David?
- No lo metas en esto.
- Negaste que te gustaba hasta que su lengua llegó a tu garganta.
- Y lo sigo negando.
- Eres mala perdedora.
- ¡Odio que tengas razón!
- No me des la razón. Precisamente por lo obstinada que eres es que somos amigas. Nos vemos luego.
- Está bien se despidieron con un abrazo Chao.
- ¿Cómo te fue? interrogaron sus padres en cuanto Johana llegó a casa.
- ¡Es genial! respondió entusiasmada El profesor es solo unos años mayor que nosotras, pero ya lo admiro, sabe cuatro idiomas y ahora está estudiando alemán. Estoy segura de que con él aprenderemos un montón.
- ¿Hay muchos estudiantes en el aula? preguntó su padre.
- Apenas cabemos, somos muchos, pero según he escuchado, quienes se ausenten más de tres veces o fallen en varios exámenes, perderán el derecho a la matrícula y deberán marcharse.
- Entonces no hagas nuevas amistades aconsejó su madre Pronto no quedarán ni la mitad.
- ¡No digas eso! protestó Johana.
- Hay personas que comienzan un proyecto sabiendo que no les irá bien intervino su padre Antes de fracasar prefieren dejarlo.
- Pienso que seguirlo intentando no le hace daño a nadie. Es posible llegar al convencimiento de que somos incapaces, pero habiéndolo dado todo, sin permitirnos el arrepentimiento, sin lamentarnos luego pensando en ¿qué hubiese sucedido si? Por eso estoy estudiando francés. Tal vez mañana lo necesite.
Johana era una niña dichosa, en sus ojos brillaban los deseos de llevar a cabo un millón de sueños por cumplir. Y su nuevo proyecto era algo que podía tachar de esa lista.