Johana dio, como mínimo, veinte paseos por dentro de la habitación, parecía una leona en celo acabada de encerrar. Salió al balcón, tomó el aire bastante frío de la mañana e intentó relajarse mirando al cielo, que, extrañamente, estaba despejado. Como el clima de Inglaterra es muy variable, antes de que la muchacha pudiese relajarse del todo, el cielo se nubló y comenzó a lloviznar. Entró de nuevo al cuarto y continuó paseando. Se detuvo frente al escritorio, abrió la laptop e hizo ademan de encenderla, pero se arrepintió. Luego observó el teléfono durante cinco minutos como si intentara comprobar el poder de su mirada. No era buena con la telequinesis porque el aparato, tranquilo en su sitio, parecía burlarse de ella, tampoco sonaba. Lo descolgó y marcó el número: un timbre, dos timbres - Lo sentimos, no responde - respondió una voz de mujer - Por favor, llame más tarde.
- ¡Johana! - gritó su madre desde el comedor - Baja a almorzar.
- ¡Ya voy mamá! - gritó ella también, dejó el teléfono en su lugar, suspiró y se marchó intentando, por ese momento, no pensar en nada.
- ¿Estás bien? - preguntó su madre al verla tan seria y callada a la mesa.
- Sí - respondió indiferente - Tengo hambre; y con la boca llena no se habla.
- A veces pienso que te educamos demasiado bien - la miró con orgullo su padre, sin tener idea de lo que estaba ocurriendo, porque esas cosas, solo la saben las madres.
- Me voy al estudio - informó Johana cuando terminó de comer.
- Más tarde puedo llevarte algo para merendar - le sonrió su madre.
- Más tarde puede ir la sirvienta - respondió.
- Le dimos el día libre.
- Si es así, entonces, por favor - se alejó - Gracias.
Sentada en el escritorio abrió su libro, su cuaderno y comenzó a leer lo que le parecía importante, todo. Leía las palabras, pero a los cinco segundos volvía a la primera habiéndola olvidado. Sabía muy bien el motivo de su disociación; pero ya lo había intentado y nada.
- ¿Se puede? - preguntó su madre en la puerta.
- Claro.
- ¿Estás bien?
- Mamá, pareces una enfermera, es la segunda vez que preguntas lo mismo.
- Y seguiré preguntando hasta que me cuentes qué te sucede.
- Nada.
- Bueno, cuando quieras hablar, sabes que estoy aquí. Por cierto, tu padre va a salir. ¿No tenías que hacer unos encargos?
- Sí.
- Dile que te lleve en el auto.
- Papá - gritó - ¿Me puedes llevar?
- ¿Tengo opción? - preguntó él.
- No.
- Entonces vamos.
- Chao mamá - dijo besándola en la mejilla y salió corriendo detrás de su padre.
A las dos horas Johana entró a su casa tirando la puerta como si quisiera arrancarla. Subió en tropel a su habitación y puso el seguro.
- Cariño - corrió detrás de ella su madre - ¿Qué ocurre?
- Nada, simplemente estoy harta de ser buena persona y tener tanta paciencia.
- Me estás preocupando dijo al otro lado de la puerta.
- No te preocupes - consoló, luego agregó con sarcasmo - Todavía no he matado a nadie.
- ¡Johana! - regañó.
- ¿Qué? Tengo deseos de matar a esa mujer, lo que no tengo es valor.
- Ahora estoy preocupada, alterada; y asustada.
- Esa señora compró las últimas cinco copias del libro que fui a buscar.
- Eso es una tontería.
- No lo es. Ese libro es de edición limitada, no volverán a sacarlo. Cuando le pregunté para qué tantos libros, dijo que siempre los dejaba olvidados, teniendo algunos de repuesto no tendría que buscar el anterior. ¡Eso sí es una tontería! Además, le ofrecí el doble de lo que cuesta el ejemplar por uno de los libros; y me maltrató, me ofendió y luego dijo a los transeúntes que yo estaba siendo irrespetuosa. No le di una bofetada porque es una persona mayor, así que volví mi espalda y me encerré en el auto hasta que papá terminó de hacer la compra.
- Ese no es el problema, tampoco es motivo de tu alteración - perdió la paciencia su madre.
- ¿Cuál es entonces?
- Has descargado tu rabia por todo en lo más insignificante. Yo sé lo que te sucede.
- ¿Qué?
- Te sientes impotente porque no has tenido noticias de Daniela; y aunque quisieras, no hay nada que tú puedas hacer. Todos dependemos de los médicos que la están atendiendo.
- ¿Cómo lo sabes?
- Eres mi hija y te conozco. Además, Alma llamó consoló su madre Daniela ya salió del salón. Están esperando a que se le pase la anestesia.
- Yo debería estar allí con ella.
- Sabes que la apoyas mucho más cuidando su casa; y a su querido Rocky dijo la madre acariciando al perro que Johana había traído a vivir en casa hasta que su amiga se recuperara.
- Es cierto, ama a ese perro más que a su propia vida, es increíble. Pero puedo dejarlo con ustedes, revisar de vez en cuando su casa; y también estar en el hospital cuando se despierte.
- Cariño, fue ella quien te pidió que cuidaras de Rocky y vigilaras su casa.
- También fue ella quien olvidó lo nerviosa que se pone Alma en situaciones como esta. No entiendo porqué la prefiere.
- No la prefiere. Estoy segura de que las quiere a las dos por igual, pero no quiso sobrecargarte. Además, tú misma lo has dicho, valora al perro más que a su vida. Te dio la tarea más importante.
- Lo que digas mamá, pero ahora mismo solo quiero estar sola.
Detrás de la puerta escuchó los pasos de su madre por el corredor y luego bajando las escaleras. Se acostó mirando al techo y dejó que dos o tres lágrimas de rabia e impotencia corrieran por sus mejillas. Sonó su móvil. Lo revisó. Era un mensaje de Alessandro:
- Tengo muchas llamadas perdidas tuyas. Lo siento, pero no tenía el móvil encima. ¿Estás bien?
Sorprendida, Johana se enjugó las lágrimas y decidió responderle:
- Realmente no estoy bien, algo sucedió y no tengo deseos de nada. Odio al mundo.
Envió el mensaje y luego se llevó las manos a la cabeza arrepentida. Ella no sentía ninguna simpatía por Alessandro, la causa de sus llamadas no tenía nada que ver con su mal día, pero lo había olvidado; simplemente sintió la necesidad de contarle cómo se sentía.
- Si tienes tiempo esta noche puedo pasar a charlar un rato. Tal vez te levante el ánimo. Tan solo dime si lo deseas.
De nuevo tecleó apresurada:
- No tengo nada que hacer esta noche y nunca le cierro la puerta en la cara a las visitas. Nos vemos.
Salió corriendo y se fue a la ducha.
- Veo que ya te sientes mejor le sonrió su madre.
- Tendré visita por la noche.
- ¿Quién?
- Un compañero de clases.
- De clases, ¿de francés?
- Sí.
- Y ¿tiene nombre?
- Se llama Alessandro.
- ¿Es italiano?
- No lo sé.
- Es un bonito nombre.
Johana salió de la ducha sintiéndose mejor, se acostó a leer la segunda parte de su libro favorito, a soñar despierta con esa boda que ella preparaba en su imaginación junto a Niki y sus futuras cuñadas. Se quedó dormida leyendo.